Desde su fundación real, a comienzos del siglo IV, por parte del emperador Constantino y luego, al convertirse el cristianismo en la religión oficial del imperio romano, la Iglesia Católica ha sido un poder político; tuvo ejércitos y el Estado Pontificio fue reducido a lo que es hoy después de la reunificación italiana a mediados del siglo XIX. Constantino está en el Infierno en La Divina Comedia por haber enriquecido al primer Papa. No puede negarse, como a ninguna de las religiones tradicionales que contienen valores éticos y humanos que son elementos culturales, aun para los que somos ateos.
Pío XII, que fue Nuncio Apostólico ante Hitler, tuvo una actitud evasiva en la Segunda Guerra Mundial, y solo al final de la confrontación recibió a cientos de fugitivos judíos, entendemos que en Castel Gandolfo. El Vaticano, recién en 1992, estableció relaciones con Israel. La razón: los judíos mataron a Jesús. El fundamentalista Juan Pablo II tuvo una clara tolerancia por las dictaduras anticomunistas, fue bastante indiferente por los asesinatos de los jesuitas en El Salvador y se negó por mucho tiempo a recibir al obispo Romero, reprendió a Ernesto Cardenal, visitó Ecuador en la época de Febres Cordero, apoyó al cardenal Cipriani (Opus Dei), abierto fujimorista, prohibió el uso del condón en África azotada por el sida, se opuso a considerar los pedidos de dispensas sacerdotales, cuando Baby Doc, hijo del asesino Papa Doc, derrocó en Haití al ex sacerdote Arístide de la teología de la liberación, únicamente lo reconocieron el Vaticano y la República Dominicana, combatió por todos los medios a los teólogos de la liberación: Gutiérrez, Casáldiga, Boff, Kung, Häring, etc. (Es recomendable la obra La rebelión de los teólogos de Pedro Lamet.), se alineó con el vaquero Reagan. La razón: combatir al ateísmo marxista. Además puso tierra sobre el casi seguro asesinato de Juan Pablo I, después del cual se produjeron crímenes y suicidios sospechosos, conocidos por la justicia italiana y estadounidense (sobre el tema consultar la obra del periodista inglés David Yallop), no intervino en la banca vaticana ni investigó sus cuentas y sus relaciones con ciertos grupos, repartió, por razones de marketing, beatificaciones y santificaciones en todos los países, inclusive la escandalosa de José María Escrivá de Balaguer, criticada por muchos. Tuvo gran talento político y extraordinario carisma.
La reacción de los ultramontanos contra Juan XXIII y contra Francisco se repite ahora por distintas razones. No deja dudas el mensaje del Papa Francisco al canonizar a Juan XXIII junto a Juan Pablo II y hacerlo luego con monseñor Romero. Había que abrir y democratizar la Iglesia desde adentro a través del Concilio Vaticano II. Francisco enfrenta a millones de cristianos, incluyendo a los no católicos, a los agnósticos y a los medios de información, cuyos dedos acusadores contra la Iglesia llegan —ahora sí— desde afuera. Por otro lado, especialmente entre los jóvenes, la Iglesia y la religión han perdido espacio.
La mente de las personas se domina a través del dogma, por absurdo que sea (Cristo hijo de Dios, Jesús Redentor, Santísima Trinidad, virginidad de María que pone en situación de inferioridad a nuestras esposas, madres, hijas y hermanas que han tenido o tienen relaciones sexuales). Y también se controla a través de la sexualidad, la realidad más íntima y vigorosa del ser humano: celibato sacerdotal, no al control de la natalidad, la torpeza inhumana que nadie la cumple de que el acto sexual solo se justifica para engendrar, la noción de “pecado”, la aversión al sexo y la misoginia (san Pablo, san Agustín, Kempis, san Ignacio de Loyola), la indisolubilidad matrimonial. (Por una sutil reforma al Derecho Canónico, a principios de los ochenta, Juan Pablo II disfrazó un verdadero divorcio eclesiástico bajo la hipócrita “nulidad matrimonial”: en Guayaquil llovían las “nulidades-divorcios” en cierta época con un arzobispo que no menciono). Coetzze, en su novela Elizabeth Costello, se refiere al desprecio que el cristianismo muestra hacia el cuerpo humano, y más al de la mujer.Me atrevo a pensar que la encrucijada del Papa debe llevarlo a pensar: ¿Hasta dónde puedo llegar? Ha negado la existencia del infierno y ha manifestado respeto hacia los homosexuales. Es sencillo en su manera de vivir. Apenas empieza a develar la pedofilia, pero “tiene” que ir despacio para no desmoronar a la Iglesia y causar desconcierto en los creyentes. Es sabido que se han destruido documentos probatorios y se ha impuesto el secreto pontificio. No puede argumentarse que estos abusos existen en las familias y en los colegios, pues son ocultados por miedo de las víctimas o por motivos sociales. En el caso de la Iglesia Católica, el encubrimiento viene desde muy arriba. ¿Cómo puede el Papa Francisco revelar que el gran ocultador fue el cardenal Wojtyla, Juan Pablo II?, quien inclusive recibió a Marcial Maciel, comprobado pederasta, fundador de los Legionarios de Cristo. Juan Pablo II gobernó 27 años. Al Vaticano le costó millones taparlo todo. La Iglesia ha pensado que la pedofilia es “pecado”, del cual pueden arrepentirse y salvarse. No se lo ve como un delito sancionado con cárcel. Por otra parte, la vida sexual del clero es un misterio. Vale le pena el tema tratado por el estudioso español Pepe Rodríguez. Y las cosas seguirán llegando “desde afuera”, a pesar de la férrea oposición de la camarilla vaticana. No lo dicen abiertamente, pero los tradicionalistas y la derecha no quieren al Papa. Ya lo están calificando de “izquierdista”. El Papa no puede dejar los asuntos a medias y no se sabe si le queda tiempo. Francisco debe crear una Iglesia nueva, desmontada del pasado. En los últimos dos siglos, el mundo no cesa de cambiar, cada vez más aceleradamente. Alguien escribió que el Vaticano es el último estado totalitario de Europa. La fe, que es irracional y emocional, se mantendrá como se ha mantenido y no dejará de ser la manifestación de la angustia humana y de la explicable necesidad de Dios o de dioses. Francisco no puede detenerse.