Cuando se observan las acciones del gobierno actual y en general de los gobiernos neoliberales que hoy por hoy se han establecido en América Latina poco a poco se va advirtiendo un trasfondo bastante perverso. El mensaje que subyace detrás de todo su actuar es simple: aparte de recuperar el poder, y sobre todo las prebendas económicas para las clases dominantes del continente, la idea es hacernos ver, quizá de una manera subliminal que nuestros sectores medios y populares no se merecen nada. O por lo menos nada de calidad.

El actual gobierno de Ecuador se vanagloria con un eslogan que sería maravilloso si se cumpliera: “El gobierno de todos”, dice. En realidad, parecería que la gente ya está acostumbrada al superlativo nivel de cinismo que es el eje transversal de todas las declaraciones oficiales, pues si algo no es este gobierno es ‘de todos’. Desde las primeras semanas de su gestión restableció relaciones amorosas con la banca privada, la prensa mercantil, las cámaras y los políticos de la partidocracia y comenzó a enrostrarnos a sus votantes, con el mencionado cinismo, con maldad, con grosería, diríamos, que habían vuelto los poderes fácticos y era para quedarse. Si bien de vez en cuando el presidente y sus ministros matizan sus intervenciones con una retórica populista (ellos que tanto miedo le tienen), sus acciones nos demuestran claramente por dónde vienen los tiros.

Por ejemplo, en el tema de la educación, es claro que en el fondo se nos quiere decir que cierto sector de la población no merece una educación de calidad. Se dora la píldora de varias formas: que lo tradicional, que las costumbres, etc., etc., pero es ahí donde se sacan los mayores clavos: los sectores populares deben aprender a duras penas lo que se necesita para pasar por el mundo engrosando el sector de la población que está para servir a los que mandan. ¿Qué es si no volver a las escuelas comunitarias? ¿Qué es decir algo así como ‘si pudiera daría desayuno escolar y uniforme a todos los niños pero ‘somos un país de escasos recursos’? Es querer volver al statu quo en donde solo unos pocos podían acceder a educación de calidad y los demás no tenían ese derecho, si surgían era a pulso y por su propio empeño, lo que no siempre se da en gente malnutrida, maltratada e ignorada.

Vemos con estupor, con dolor, cómo un deportista premiado tiene que prácticamente mendigar para su pasaje de regreso al país después de haber ido a la competencia que le significó una medalla. Se cita una frase del Presidente (que ojalá y fuera falsa) en donde dice que no se invierte en deporte porque ‘nunca ganamos nada’. ¿Es en serio?, nos preguntamos. ¿Qué hicimos para merecer tal ‘nivel’ en la primera magistratura del estado, de nuestro estado?

Se proclama el regreso (nadie sabe por qué, pues nunca nos fuimos) a una pretendida ‘libertad de prensa’ mientras se cierra una radio con un absurdo pretexto y se persigue inmisericordemente a los medios digitales con calumnias e iguales pretextos vanos y sin sustento.

Ahora último, haciendo gala de ese mismo desparpajo de cinismo y desvergüenza se ha invitado a algunos expresidentes a dar conferencias magistrales sobre democracia y otras finas hierbas. Estarán, entre otros, Fabián Alarcón y Jamil Mahuad. La pregunta se cae de su peso: ¿con qué cara?, ¿qué tienen que decir? Posiblemente nada, o al menos nada más que un mensaje: que están de vuelta. Que no se piensan ir. Y que este pueblo se lo merece.

Porque, en el fondo, de lo que se trata en las nuevas administraciones de gobierno latinoamericanas neoliberales no es de retomar unos privilegios a la fuerza (aunque también), sino hacerle saber al pueblo llano, a la gente común, que el pecado de atreverse a soñar con algo diferente y expresarlo en las urnas se paga muy caro. Que nos merecemos vivir comiendo tierra, y que si se nos permitió vivir diez años de otra clase de vida fue tan solo porque agarramos al Diablo haciendo la siesta. Por eso la burla, por eso la sonrisa cínica y el mal chiste de ‘nunca ganamos nada’, ‘a los que les estoy agarrando un poco de odio es a los que sí votaron’, y cosas así… por eso las frases porno y tantas y tantas cosas más. Por eso la persecución despiadada a los líderes del cambio. Por eso las mentiras descaradas que ni siquiera pretenden que les creamos y el hecho de enrostrarnos con toda grosería la ‘conferencia magistral’ de unos cuantos impresentables. Se trata de bajarnos la moral, de castigarnos por haber pretendido algo mejor que lo que ellos decidieron para nosotros. Y más, por haber votado por quien nos lo podía dar y ponerlo a mandar con todo descaro durante diez años. Se trata, en últimas, de un castigo divino.

Ahora, la siguiente pregunta es bastante simple: ¿les seguiremos dando la razón?  

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