Emociona ver a Richard Carapaz recibiendo el premio por ser el triunfador absoluto del Giro de Italia. Emociona su sonrisa sencilla y feliz, el gesto cuidadoso con el que pone sus niños a buen recaudo antes de recibir el trofeo. Emociona verlo besar la espiral dorada sabiendo que es la recompensa a su tesón, a su disciplina y a su esfuerzo personal. Emocionan sus palabras parcas al responder a la pregunta sobre a quién le dedica su triunfo: a su familia, a sus padres, a su esposa y a sus hijos. Recalca que el premio es suyo. Y es importante que lo haga, pues unos pocos días antes el presidente de Ecuador, tras eliminar el Ministerio de Deportes y retirar apoyo a los deportistas, había dicho, con su particular desparpajo, que no hay que apoyar a los deportistas ecuatorianos porque ‘nunca ganamos nada’.

Resulta ocioso y deprimente comentar estas y otras expresiones de Moreno. Sin embargo, hay que decir que, aparte de una serie de intenciones y sentimientos inconfesables, adolecen sobre todo de inexactitud, pues es larga la lista de ecuatorianos que han destacado en el atletismo, la marcha, el tenis y otros deportes cuya única falencia es no ser fútbol, el deporte que quizá menos satisfacciones ha dado a este país, en contraste con la obsesiva atención que se le presta.

Pero la intención de este artículo no va por ahí. Se trata más bien de una simple observación, pues no terminaba Richard Carapaz de coronar con éxito una serie de etapas del Giro de Italia cuando ya algunas aves depredadoras o francamente carroñeras, por llamarlas de algún modo, comenzaron a sobrevolar sobre él, tal vez al olor de la carne fresca, para cumplir con objetivos más protervos que bienintencionados.

Por ejemplo el mismo que dijo que nunca ganamos nada comenzó a elogiarlo con su estilo a medias chabacano, a medias ampuloso, olvidando sus anteriores expresiones despectivas e irrespetuosas para todos los deportistas del país, y sobre todo para los que sin más apoyo que el de su tesón, su esfuerzo, su creatividad, su templanza en el ahorro y, eventualmente, alguna empresa privada que confía en sus dotes, han podido llegar lejos, aunque a veces no les alcance para el pasaje de regreso después de haber puesto en alto el nombre del deporte del país.

El día en que se televisó la etapa final del giro, los esposos Moreno, Sonnenholzner, el vicepresidente de 92 votos, y su familia se mostraron en el Malecón de Guayaquil para mirar ‘públicamente’ en un recinto exclusivo el fin de la competencia. Las fotos los muestran alentando y emocionándose ante las cámaras. Cabe preguntarse: ¿no podían ver la transmisión ‘en la comodidad de su hogar’? ¿Qué pretendían con semejante parafernalia mediática? ¿Estarían optando por becas en Actor’s Studio o aunque sea en Incine? Era, sencillamente, parte del sobrevuelo de las aves rapaces sobre la carne fresca. Carapaz y su triunfo siempre les valieron un bledo, pero les sirve, en el momento, para recuperar aunque sea una décima de punto en su maltrecha popularidad.

Después de haberlo prácticamente ignorado durante la mayor parte de la competencia, uno de los divos de la prensa nacional decidió ir a ‘recibirlo’ en la meta. De seguro pretendía que lo viéramos a él y su gesto ceñudo más que a la sonrisa cansada y feliz de Richard Carapaz en el triunfo. Qué diferencia, por ejemplo, con Mario Sábato, periodista argentino de la cadena ESPN, que se ocupó de transmitir con emoción genuina todo el desempeño de Richard a lo largo del Giro, y que además lo alentaba sin disimular su cariño, su respeto por nuestro deportista y la alegría por su triunfo sin tener nada qué ganar ni perder por el camino.

En redes sociales apareció luego el tuit del banquero que, tras atribuirse un origen geográfico común con el gran ciclista carchense, lo felicitaba afirmando que “Richard hoy necesita felicitaciones para que mañana asuma liderazgos”, luego echaba la culpa a Correa (cuándo no) de que no haya sucedido lo mismo con Jefferson Pérez. Otra ave rapaz sobrevolando cuidadosamente a su presa. ¿Qué ‘liderazgo’ le quieren endosar a Richard Carapaz? ¿Pretender hacer de un excelente deportista un mediocre vocero de sus intereses, como sucedió con el pobre Jefferson Pérez, cuyo nerviosismo y falta de preparación en otras áreas fueron adversarios mucho peores que ‘el ego de Correa’ para su desempeño político? ¿Convertirlo en otro divo de los poderes fácticos, chantajeado por dádivas para que les haga de parlante en los medios, la publicidad y la política?

Los buitres y las aves rapaces se conocen de memoria la partitura de la canción de las sirenas. Suelen corearla cada vez que algún incauto les pasa por delante. Y es de desear que ese hombre joven de mirada clara y gesto sencillo siga siendo el hijo agradecido que dedica su triunfo en primer lugar a sus padres, el papá que con cuidado conduce a sus niños hacia un lugar seguro, el muchacho que besa con unción el trofeo, el ciclista que se ha hecho a sí mismo en largas horas de trabajo disciplinado y tesonero, el deportista íntegro que se sabe un ejemplo para todos en el país más por lo que hace que por lo que podría decir o ‘dar diciendo’ a quienes ya sobrevuelan en círculos cada vez más estrechos y cerrados sobre el color de su triunfo para asestarle directo al corazón el picotazo de la ambición y el egocentrismo. Que los dioses protejan la autenticidad, el valor y la integridad de Richard Carapaz. Que nada ni nadie le ensucie el alma. Y que no pierda, como muchos otros, la sencillez y la frescura que son la auténtica grandeza y el genuino orgullo de los verdaderos héroes.

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