La capacidad de este gobierno para maquillar todo y así ocultar su propia ineptitud es una cosa digna de aplausos y reconocimientos. Tenemos que celebrar su increíble capacidad para cambiar todo para que quede peor, de crear un montón de eufemismos para su torpeza y su ferviente fe para pensar que el común de la ciudadanía no se da cuenta. O son tan limitados que no se enteran de que menos de 2 personas de cada 10 le creen a Moreno, o piensan que eso es un reconocimiento.
Nunca eliminaron el Ministerio del Deporte, solo le cambiaron el nombre a Secretaría, es decir, le disminuyeron capacidad estratégica y política. No suprimieron la Secretaría de Gestión de Riesgos, solo la transformaron en un Servicio (como si fuera Aduana) y la pusieron bajo la tutela del Ministerio de Defensa que no tiene ni la más mínima idea de qué van los asuntos de la gestión integral de riesgos (a excepción de los asuntos exclusivos de la Defensa, claro). No borraron el Ministerio de Justicia, solo lo partieron en dos, un servicio que administra las cárceles y una secretaría de Derechos Humanos. Ambas entidades con nula capacidad política, supeditados a la súper incapaz ministra del Interior y en donde campea la inoperancia más emblemática de los años 90. (¡Y pensar que esta persona quería –quiere– ser Presidenta de la República!).
Se bajaron la mesa de justicia, como espacio de coordinación interinstitucional que permitió que se resuelvan la mayor cantidad de problemas logísticos, administrativos, procesales, jurídicos y políticos del sistema de justicia, entre los que se incluyen los asuntos de la lucha contra la corrupción, y en su lugar crearon una Secretaría Anticorrupción. Emblema maravilloso de un saludo a la bandera que no sirve para nada, y en donde pusieron a un pobre muchacho que tampoco sirve para nada y cuyo único mérito es ser pareja de la ministra de marras.
La mediocridad del gobierno solo es superable por su infinita convicción de acabar con la República porque así, marca una diferencia con Rafael Correa. Este afán permanente de Moreno por ser diferente de Correa es la única constante. Si el sistema de salud funcionaba, hay que acabar con él, si por fin las universidades del país están haciendo algo bien, hay que romper ese sistema, si hay dos millones de personas que salieron de la pobreza, hay que devolverlas a marchas forzadas. Moreno cree genuinamente que la historia lo reconocerá como el que hizo todo diferente que Correa, ¡y vaya que lo está logrando! La historia será lapidaria con su servilismo, su inoperancia y su capacidad absoluta de rodearse de feudales, ignorantes o abiertamente idiotas.
El tal Secretario Anticorrupción saca nota sobresaliente en esas tres características. Su capacidad intelectual no le da para hilar con lógica y coherencia más de tres argumentos. A lo que hay que sumarle su profundo desconocimiento, al parecer, de todo mismo. El pobre muchacho piensa que a la corrupción se la vence encarcelando a opositores del gobierno, por ser opositores, no por ser corruptos y su visión del Estado es equiparable a la que tiene Alberto Acosta Burneo, Fidel Egas o el mismo Juan Sebastián Roldán: “la hacienda se gobierna como nosotros digamos, no como si fuera una democracia”.
La lucha contra la corrupción tiene varias aristas. No es un asunto unicausal y no se explica encarcelando a agnados y cognados, solo porque fueron parte del gobierno anterior. Hay varias instituciones con responsabilidades compartidas que tienen constitucionalmente competencias definidas y en donde las diferentes funciones no deben (no deberían) involucrarse. La función Ejecutiva tiene que hacer tan eficientes y transparentes sus sistemas de contratación pública de tal manera que no sea posible o deseable corromper o ser corrompidos. Para hacer esto, se requiere entes rectores de las políticas públicas de la administración pública, pero recordemos que estos genios de pacotilla eliminaron la Secretaría Nacional de la Administración Pública y repartieron sus atribuciones entre varios ministerios y secretarías, con lo que, actualmente, la gestión pública en general está en franco retroceso, no solo por las medidas de “austeridad” sino por la ausencia de políticas de mejora continua.
Desde el punto de vista judicial, la lucha contra la corrupción está en los órganos de justicia. La Contraloría identificando responsabilidades penales (que en esto solo es una burla a la inteligencia), la Fiscalía ejerciendo la acción pública (que la hace, no para ver delitos, sino a quiénes encarcelar) y las Cortes juzgando en apego a la ley (que no pueden porque el Consejo de la Judicatura pende sobre los jueces como espada de Damocles). Que exista una Secretaría Anticorrupción solo sugiere que el gobierno de Moreno no entiende de separación de funciones del Estado o está dispuesto a entrometerse en las otras funciones para saciar su sed de venganza (sigo sin entender qué fue lo que Correa le hizo a Moreno para que éste use el aparato del Estado para acabar con aquél y sus cercanos, ya no solo políticamente sino humanamente); y, finalmente, que el único candidato que encuentren para este rol sea un pobre muchacho como Iván Granda, demuestra que piensan que la lucha contra la corrupción se gana nombrando al novio de la Ministra del interior para que haga sus berrinches en televisión abierta.
Este mismo muchacho que otrora fue fan número uno de Rafael Correa y militante tan activo de la Revolución Ciudadana, que fue electo Director Cantonal de la lista 35 en el Azuay, hasta que, al parecer, se cansó de que nadie lo escuche (porque al final del día es sólo un muchacho) y renunció para empezar su periplo por diferentes camisetas y movimientos. Hoy, quizá, encontró su sueño hecho realidad: aprovecharse del Estado para saciar sus complejos de inferioridad y usar los recursos estatales… incluso para viajar en helicóptero a la playa en Carnaval.
Este muchacho, su pareja, los amigos de ella, son el vivo ejemplo del Chulla Romero y Flores (igualitos que Moreno), arribistas que quieren ser funcionarios públicos para ser aceptados (temporalmente) en las sociedades en las que viven y pretenden mostrarse orgullosos de su honestidad, incurriendo en prácticas deshonestas igual o más despreciables que las que dicen combatir. No quieren una República, no piensan en el bien común, no les disgusta usar el Estado para sus propios mezquinos y nimios deseos. Les disgusta que otros lo hayan hecho antes que ellos.