En octubre de 2019, asesinaron a once ecuatorianos. En abril de 2018, dejaron morir a tres periodistas de El Comercio. Sin que caiga ninguna peste, en las cárceles han muerto más de veinte reclusos bajo la política de seguridad de María Paula Romo. Durante los feriados, por la falta de control en las carreteras han muerto más de docientas personas en los últimos tres años. Y, por la precariedad del sistema de salud, hay centenas de muertos en los hospitales del país. A todo eso se debería sumar la cantidad de personas al borde de la muerte por la carencia de medicinas y servicios básicos, tras el declive de presupuesto para el sector en los dos últimos años.
No dejemos algo muy importante que ha ocurrido desde que Lenín Moreno empezó a “descorreízar” Ecuador: gracias al “austericidio” impuesto por el FMI desmantelaron los departamentos de epidemiología del sistema de salud pública. Añádese algo más: al entregar como cuotas políticas las direcciones provinciales de Salud y las de los hospitales colocaron a médicos mediocres, ganapanes y sin ningún prestigio ni reconocimiento científico y los resultados están a la vista: compras sin criterio y sobreprecios sobre medicinas e insumos que están fuera del portal de compras públicas.
Entonces, tras el reconocimiento de al menos cinco casos, ojalá no seamos el primer país de América Latina con más casos mortales que Brasil y México juntos. Y nada de eso se cura o resuelve vía Telemedicina, como sugiere el brillante ministro de Telecomunicaciones, Andrés Michelena. Mucho menos con el “buen humor” del “Primer Mandatario”, según sus manuales de autoayuda que vendía por las ventajas de ser Vicepresidente y luego delegado de la ONU en Ginebra para la atención de las personas con discapacidad.
Aunque den veinte ruedas de prensa, los morenistas del gabinete más mediocre de toda la historia de la gobernanza nacional, no convencen ni advierten nada que no se haya hecho por cuenta propia de la ciudadanía. Ya hubo voces de alerta desde la última semana de febrero de al menos dos pacientes con síntomas de coronavirus, que gracias al desprestigio de las fake news y al ataque de los troles gubernamentales quedaron descartadas. Incluso, el temor al contagio y al castigo oficial impidió una advertencia de quienes, en la clínica Alcívar de Guayaquil, ya sabían del caso de la señora llegada desde España el 14 de febrero.
El gobierno más ineficiente de la historia ecuatoriana va a quedar expuesto a la expiación sobre su incapacidad para afrontar crisis. Y la del coronavirus (que sin ser una crisis ya constituye motivo de pánico) evidenciará esa ineptitud por las siguientes razones:
- No hay política pública de salud y menos de emergencias.
- Cada ministerio ha demostrado despreocupación e inoperancia en la gestión y el cumplimiento de las metas sociales. ¿Será que están más ocupados en cerrar los contratos que favorecen a los allegados de las más altas autoridades que en cumplir sus funciones?
- La reducción del presupuesto para el área social implica una disminución de la capacidad de reacción y atención inmediata.
- Toda la política pública apunta a tercerizar la gestión. ¿Qué se pretende? ¿Beneficiar a los empresarios y empresas cercanas al gobierno?
- Sin liderazgo y menos sin autoridad política cada crisis deja de ser una gran oportunidad para convocar a los ecuatorianos a una tarea común. Por el contrario, los actuales gobernantes se han ganado una desconfianza absoluta, con menos de seis puntos de credibilidad y un porcentaje similar en popularidad.
Siendo así, ni todas las campañas de lavado de imagen del vicepresidente Otto, ni las cadenas nacionales de la Secom y mucho menos los aparecimientos fantasmales del “primer mandatario”, en pantalla y con teleprónter, podrán generar confianza para asumir la tarea de afrontar una pandemia o una epidemia.
Que a nadie sorprenda que mañana, gracias al espanto por el coronavirus, al gobierno se le ocurra eliminar los subsidios a los combustibles bajo el pretexto de que se requieren recursos para combatir la epidemia. Que a nadie le sorprenda tampoco que Otto viaje a China para traer médicos e insumos para enfrentar el virus y, con ello, deban reconocer que con EE.UU. no pueden contar, por más amigos que ahora se llamen. Y tampoco que nadie se sorprenda que digan, en su momento, que por culpa del correísmo no se podrá hacer nada frente al contagio.
Si bien alarma, lo ocurrido con el coronavirus (por ahora) no es nada comparado con el número de muertos que ha dejado el morenismo en los últimos tres años, de los cuales tendrá que rendir cuentas antes los tribunales del futuro y ante la historia.