Escuchar al actual Ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín, es volver al pasado. Es encontrarse con una visión arcaica – de hace más de medio siglo– para la conducción de las Fuerzas Armadas en un mundo que ya cambió. Una realidad que pone en riesgo la oportunidad de construir una visión estratégica propia del Estado ecuatoriano, adaptada a los actuales y nuevos desafíos mundiales, regionales y nacionales.
El Ecuador reclama un cambio generacional en la conducción política nacional. Este cambio incluye también este estilo caduco de conducción política en áreas estratégicas de Seguridad y Defensa.
Durante los últimos años de gobierno, se regresó a una lógica de seguridad nacional. Una doctrina que insiste en preparar táctica, operativa y estratégicamente a las Fuerzas Armadas entorno a una indefinida amenaza del ‘enemigo interno y externo’. Mentalidad añeja que se caracteriza, entre muchas otras cosas, por identificar posibles enemigos y amenazas entorno a terrorismo, sabotaje, espionaje e insurgencia –visión en aumento, sobre todo desde octubre de 2019–.
Estas figuras tradicionales respondían a momentos particulares de la historia, en la cual los Estados –en proceso de consolidación democrática– se pensaban desde la visión militarista y ultranacionalista de los años sesenta y setenta. Épocas del siglo pasado caracterizadas por regímenes dictatoriales militares, autoritarios y que les incomoda hablar de Derechos Humanos. Concepciones desde las cuales, el Estado es la razón única y las personas, la democracia, la soberanía y la dignidad humana se aplastaban en nombre de mantener un falso orden.
En pleno siglo XXI, es extremadamente riesgoso para el desarrollo estratégico de nuestro país y nuestra democracia, perpetuar una visión no acorde a las nuevas realidades de un mundo cada vez más interconectado e interdependiente. La falla de las Fuerzas Armadas para entender la realidad, es la semilla del fracaso de garantizar la seguridad de la nación.
Pensar de manera soberana y estratégica los intereses del Estado
Durante la crisis del COVID-19 se puso en evidencia la fragilidad humana pero también la capacidad de previsión de escenarios y de respuesta profesional, integral y coordinada de los Sistemas de Seguridad Pública y del Estado: La necesidad de pasar de una visión obsoleta de seguridad nacional, a una visión holística que coloque la protección integral de la vida como prioridad de la seguridad humana.
Es claro que los nuevos riesgos y amenazas se encuentran cada vez más cerca de los desafíos vividos durante la pandemia, la amenaza de extinción humana de la mano de un escenario de crisis climática y fenómenos vinculados a los cambios sociales y tecnológicos. Por el contrario, amenazas convencionales que guían la visión tradicional, son cada vez menos probables.
En este contexto, pensar estratégicamente los intereses del Estado constituye una apuesta de largo alcance. No para hoy, no para las próximas elecciones sino para las futuras generaciones. Significa ser capaces, como país, de construir colectivamente un horizonte común de posicionamiento estratégico del Ecuador en la región y el mundo. Un acuerdo que vaya más allá de las diferencias ideológicas. Un nuevo pacto, que implique entender que el mundo ya cambió y que la modernización de las instituciones y las ideas, es tarea de todos.
Relación Constitucional Fuerzas Armadas – Democracia
La Constitución es clara al decir que las Fuerzas Armadas son instituciones de protección de los derechos, libertades y garantías de los ciudadanos. Su misión fundamental es la defensa de la soberanía y la integridad territorial. Sin embargo, de la mano de Jarrín y otros representantes como Romo, lo que se ha observado no solo es falta de conducción institucional, sino osificación, estancamiento y decadencia.
Los valores centrales de la democracia, el Estado de Derecho y la supremacía de los Derechos Humanos son incompatibles con la idea de que las Fuerzas Armadas se consideren “guardianes de la democracia”. Justamente, la lamentable actuación del Ministro de Defensa en el contexto de la protesta social de octubre, apunta a que no se entiende que la verdadera amenaza para el profesionalismo y obediencia no-deliberante de las Fuerzas Armadas es emplearlas como ‘comodín’ del mandatario de turno.
La democracia se define en las urnas y se consolida durante el ejercicio del poder. A través de garantizar procesos electorales transparentes y apegados a la Constitución, así como en el cumplimiento efectivo del Plan de Gobierno. Es la población, como única fuerza soberana, quien puede actuar colectivamente en momentos de tensiones para fortalecer la democracia y no las Fuerzas Armadas a través de un falso rol ‘dirimente’. Las respetadas, profesionales y – mayoritariamente– queridas Fuerzas Armadas han visto disminuir su nivel de aprobación ciudadana, justamente por su utilización indebida por parte del mórbido gobierno morenista.
Ahora corresponde pensar el futuro y proponer alternativas a la visión arcaica y miope que se reinstaló durante los últimos años. Se ha perdido tiempo, capacidades humanas y tecnológicas por diferencias coyunturales. Actitudes antipatrióticas que prefirieron extender acciones de persecución política a oficiales altamente capacitados y profesionales, militares y policiales, perdiendo capacidades estatales.
Es hora de pensar el futuro estratégico del país, no para las futuras elecciones sino para las futuras generaciones, siempre de manera soberana. Es hora que desde el interior de las Fuerzas Armadas, se entienda que su rol para ser verdaderamente patriota debe ser constitucional y democrático y no funcional – al poder– y burocrático.