Por Carolina Andrade Quevedo

A dos días de su posesión como nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden pidió a la oficina de la recién posesionada Directora Nacional de Inteligencia, Avril Haines, que se lleve a cabo una “evaluación integral de las amenazas del extremismo nacional”, tras el asalto al Capitolio que dejó cinco muertos el pasado 6 de enero.

Esta decisión muestra cómo “contrarrestar el extremismo nacional” será una de las prioridades para el equipo de seguridad nacional de Biden, específicamente para el departamento de contraterrorismo.

De forma paralela, se conoció que el Consejo de Seguridad Nacional – instancia administrativa colegiada que asesora al presidente en temas estratégicos – realizará una evaluación de amenazas más amplia con el objetivo de decidir y tomar acciones para que el gobierno comparta mejor la información, coordine el monitoreo y la lucha contra las amenazas en evolución del extremismo interno y prevenir la radicalización.

No obstante, esta no será la única prioridad para el trabajo de la Comunidad de Inteligencia. Entre otras cosas, se esperaría que se actualicen documentos de divulgación pública como la Estrategia Nacional de Inteligencia (2019) y la Evaluación de Amenazas a Estados Unidos (2020). Varios centros de estudios de inteligencia anglosajones a nivel mundial han mantenido una ardua actividad para analizar – desde espacios académicos y de ex altos funcionarios de inteligencia – cuáles deberían ser las prioridades de una “agenda de inteligencia para la nueva administración”.

De amenazas tradicionales a nuevos “desafíos existenciales”

La última “Evaluación de Amenazas a Estados Unidos” presentada por el Departamento de Seguridad Nacional –Homeland Security–en octubre de 2020,identificaba siete amenazas principales: ciberamenazas con China y Rusia como eje central; operaciones de influencia extranjera a las elecciones en EE.UU con Rusia como origen; seguridad económica con China; terrorismo con eje central el extremismo violento nacional e Irán; crimen organizado trasnacional con México como país de interés; inmigración ilegal y masiva, principalmente desde Centroamérica; y desastres naturales. Se tratan de amenazas clásicas – para lo que en una visión binaria se conoce como seguridad interna. No obstante, a partir de aquí se dan suficientes elementos para entender cuáles son las prioridades de seguridad externa.

Es muy probable que estas orientaciones estratégicas no tengan cambios profundos, mucho más con los primeros anuncios de Joe Biden de lanzar una “evaluación integral de amenazas” sobre el “extremismo nacional” y que, como se observa, ya se contemplaba en estos primeros documentos de la era de Trump. Esto quiere decir que China, Rusia, Corea del Norte e Irán continúan considerados como sus adversarios claves.

Entonces, ¿qué debemos esperar del gobierno de Biden en cuanto a prioridades del trabajo de inteligencia? No existirán cambios importantes. Se tratan de prioridades que van más allá de una temporalidad electoral. Habrá cambios en las formas bruscas de Trump, mas no de fondo en la política estatal de seguridad nacional.

Más allá de esta realidad, varios centros de estudios plantean que la pandemia del COVID19 ha demostrado que existen otras amenazas a la seguridad nacional y para lo cual proponen al nuevo gobierno de Estados Unidos un enfoque más amplio a las llamadas amenazas tradicionales.

De acuerdo a documento de la Universidad de Harvard y analizado en conferencia virtual por expertos de la Universidad de Cambridge, se critica una inversión excesiva de los recursos de inteligencia en temas como el terrorismo, a expensas de otros riesgos estratégicos.

En este sentido, proponen reorientar prioridades y recursos alrededor de “amenazas estratégicas para la existencia humana” con alta probabilidad de ocurrencia y alto impacto para Estados Unidos y el mundo como: pandemias, amenazas biológicas, crisis climática e inseguridad nuclear.

Si bien la mayoría de estas son consideradas como amenazas tradicionales, que las agencias de inteligencia ya han contemplado históricamente en sus planes y agendas pero desde un análisis de poca probabilidad de ocurrencia e impacto, llama la atención el abierto planteamiento del cambio climático como un “nuevo desafío existencial” desde un enfoque de seguridad nacional.

Inteligencia sobre el cambio climático

Se trata de abordar los efectos de la crisis climática como una amenaza para los territorios, las personas y las infraestructuras, es decir, para el planeta, la vida y la economía de los países. Esta visión no es innovadora, en varios países del mundo – incluido el Ecuador hasta 2017 – este abordaje ya existe, en muchos casos desde una propuesta de seguridad humana o de seguridad integral que orienta las prioridades del trabajo de los órganos de seguridad pública y del Estado.

Esta visión busca ampliar las amenazas y factores de riesgo que priorizan las agencias de inteligencia y que, entre otras cosas, desestabilizarían a los gobiernos y aumentarían la demanda de recursos de los Estados. A diferencia de cómo se abordó la crisis del COVID19, propone estar preparados desde la anticipación estratégica en los posibles impactos que pueda generar la crisis climática pero también para responder de manera oportuna y ordenada sus efectos cada vez más catastróficos.

En el caso de Estados Unidos se propone crear un Centro de Inteligencia Climática al interior de la Oficina de la Dirección Nacional de Inteligencia – ODNI. Esta instancia estaría a cargo de evaluar y abordar implicaciones a la seguridad nacional de la crisis climática, incluida la propagación de enfermedades, desertificación, inundaciones, incendios, inseguridad alimentaria, desigualdad, migración y refugio por razones climáticas, así como conflictos por acceso a recursos.

De manera más general, este enfoque también exhorta a cerrar brechas en cómo el trabajo de inteligencia se enfoca e interactúa con la salud pública a partir de la experiencia de la pandemia del COVID19.

Finalmente, se hace un llamado a no subestimar el trabajo de inteligencia sobre riesgos biológicos naturales y sintetizado por humanos. Ampliar la comprensión de las acciones de los actores internacionales y a través del uso de la recopilación de información clandestina y códigos abiertos, fortalecer los programas tradicionales de vigilancia de la salud pública. Para Estados Unidos esto incluye además potenciar el trabajo del Centro Nacional de Inteligencia Médica con apoyo de toda la Comunidad de Inteligencia, coordinado e integrado por la ODNI.

A partir de este análisis se presentan varios indicios para América Latina. Se observa cómo las amenazas tradicionales, que se priorizaron durante la época Trump, se mantendrán en su gran mayoría durante el periodo de Biden – tal vez con diferentes formas de ejercer el poder mundial pero hacia los mismos objetivos repotenciados. La novedad radicaría en posibles cambios o evoluciones de factores de riesgo y amenaza, sus implicaciones, estrategias y acciones con impacto a nivel geopolítico, en temas de seguridad, defensa e inteligencia de la región.

De aquí en adelante cabe plantearse, ¿cuáles serán los efectos de estas decisiones, estrategias y agendas, en los objetivos estratégicos –por ejemplo– de la integración latinoamericana?.

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