El periódico La Hora publicita un artículo de Sara Serrano con una imagen acompañada de una cita en donde se nos recuerda que Eugenio Espejo y Miguel de Cervantes escribieron sus grandes y pequeñas obras ‘a la luz de una vela y sin pretextos’. Eso, en un momento como este, suena, por decir lo menos, imprudente. Cuando leo el artículo no se refiere a ni ironiza sobre la deprimente situación energética del país. Sin embargo, ¿por qué el periódico (no creo que la autora) elige precisamente esa cita, de entre muchas otras, para promocionar el artículo? Mucha gente, sin leer el texto completo, se indigna y reacciona, herida ante lo que parecería una burla o una grosera reconvención ante las justificadas quejas por los apagones que se viven hoy en día en el país.
No es la única criticada. Un cantante dado de motivador, una cantante de preciosa voz, y algunas otras personas públicas nos instan a buscar un lado positivo a esta situación. En el colmo de la desfachatez, un conocido radiodifusor guayaquileño, más conocido ahora por su actitud completamente servil ante el régimen, así como un reportaje de uno de los medios incautados, nos hacen ver que los apagones pueden fortalecer la unión familiar, bastante lastimada por la incomunicación personal que han favorecido los dispositivos electrónicos y la televisión. Otro video nos enseña a ahorrar energía aprovechando la luz del día, abriendo persianas y cortinas para reducir la necesidad de luz eléctrica.
A ninguna de estas personas se les puede negar su parte de razón. Ante la desastrosa situación del país, a veces no queda más que la negación o el autoengaño. Y si bien es cierto que hay sabiduría y fortaleza de ánimo en buscarle un aspecto positivo a la desgracia, también es verdad, en este caso, que la mayoría de esos comentarios, recomendaciones y consejos no están exentos de una intencionalidad que no es precisamente buena.
No sé si la autora del artículo del conocido periódico lo haya escrito a la luz de las velas en medio de un apagón y la incertidumbre de lo que vendrá después, que siempre podría ser peor. No sé si los otros personajes habrán pasado las largas horas de oscuridad sentados estoicamente en sus casas o si habrán corrido con sus laptops y dispositivos al centro comercial más cercano para poder cumplir con sus tareas del colegio y del teletrabajo. No sé si alguno de todos estos sabios y sabias resilientes haya ocupado las catorce horas de oscuridad en la meditación zen, los ejercicios de San Ignacio, el mindfulness o el taichi y chi kung que ayudan a soportar la vida. Todo lo cual en cualquier caso no estaría mal, así como la búsqueda de soluciones prácticas y quizás inmediatas a los graves problemas que atraviesa el país.
Sin embargo, y más allá de todos los esfuerzos, sinceros o no, por minimizar la carga y el agobio de los apagones, tampoco hay que olvidar que nunca se ha podido tapar el sol con un dedo. Y que nada, ninguna buena intención, ningún consejo sabio, ninguna invitación a la fortaleza de ánimo alcanzan para disminuir la perversidad de las intenciones privatizadoras que están detrás de la destrucción del sistema eléctrico del país. No es la primera vez que algo así ha pasado. Lamentablemente, en el Ecuador han mandado y siguen mandando grupos y fuerzas que siempre han puesto por delante su propia codicia y el servilismo a los poderes imperiales antes que el bienestar de su pueblo, la solución a sus problemas reales y el surgimiento del país.
Y esa es la única y más potente realidad: la crueldad de un sistema basado en la codicia frente a los tímidos recursos de sobrevivencia con que la gente común pretende confrontarla.