El vehemente llamado a un nuevo Acuerdo Nacional Ecuador 2030, hecho por el presidente Lenín Moreno y que tiene como finalidad última trazarnos el camino para los próximos 10 años, puso otra vez al Ecuador entre la zozobra y la perplejidad por algunas razones. En primer lugar, porque los anteriores diálogos, elaborados al apuro, lejos de la ciudadanía y sin resultados concretos (excepto para las élites económicas) el gobierno y sus ministros quisieron convertirles en simples edictos de obligatorio cumplimiento.

En segundo lugar: apenas en 45 días, los dialogantes escogidos, sin una metodología clara, deberán entregarle al país un conjunto de proposiciones sobre algunos temas clave: Educación, Seguridad Social, Competitividad, Empleo e Innovación, Democracia y Reforma Institucional, Sostenibilidad y Cambio Climático, Seguridad Ciudadana y No Violencia y Prevención de Adicciones.

(El Acuerdo Nacional inició la primera sesión en el Teatro Universitario de la Universidad Central de Quito, con el tema de Educación. En los alrededores del recinto, los estudiantes universitarios repudiaron la presencia del diligente vicepresidente Otto Sonnenholzner quien tuvo que salir subrepticiamente por alguna puerta trasera. ¿Premonitorio de algo más?).

Y habríamos de agregar un tercer elemento, seguramente el más significativo de todos: el deterioro absoluto de la institucionalidad, provocada justamente por el Consejo de Participación Ciudadana transitorio, con Julio César Trujillo (el nuevo mártir de Ayala Mora) a la cabeza de un organismo de ficción que surgió de la ilegal consulta popular de febrero de 2018.

Esta ‘junta de teólogos’ dialogantes deberá materializar y descifrar el dogma que el tribuno presidencial resumió el mismo día del lanzamiento del proyecto: “El acuerdo no significa que tú ganas o que tú sales con el cien por ciento de victoria de tus ideas sobre las otras ideas. Es todo lo contrario, funciona cuando has perdido o ganado un buen espacio, en ese momento el acuerdo tiene razón de ser”. ¡Sus suposiciones ‘acrónicas’ y los desvaríos lingüísticos y semánticos son cada vez más patéticos!

Moreno, cabecilla de la beneficencia, convertido en un ‘Erasmo trasnochado’ que recoge mendigos en las calles de Quito, espera lograr en este plazo perentorio -insuficiente y exiguo- lo que no ha podido hacer en dos años de gobierno, por simple insolvencia política y de gestión administrativa. Tiempo que ha destinado en cambio a desmantelar las estructuras del estado, lacerar el estado de derecho, despedir a miles de empleados y servidores del sector público, reducir el gasto social y de educación, liquidar subsidios a los combustibles y sobre todo consolidar la entrega del país y sus recursos al Fondo Monetario Internacional con la firma de una carta de intención tan oscura como servil.

Convertido en alquimista fraudulento, Moreno ha hecho desaparecer de un plumazo los contenidos fundamentales del programa de gobierno que el pueblo aprobó en las urnas en las elecciones de 2017. Se entregó a las derechas de Nebot y Lasso y congenió enseguida con un grupo de ‘anti correístas’ emergidos de las propias filas de Alianza País, o que fueron recogidos de otras agrupaciones políticas, como el fantasmático Ruptura de los 25 y que se ajustaron a las nuevas directrices sin disimulos. Cargos y prebendas sellaron los acuerdos pensionarios, esos sí con efectos inmediatos.

Para que todo calce con el plan deliberado de expoliación y despojo del país, el alquimista fraudulento hizo un pacto con los medios de comunicación privados, que sin dilaciones establecieron un diseño mediático compartido, primero para recubrir al gobierno y enseguida, señalar al expresidente Rafael Correa y sus colaboradores, con acusaciones salidas de escándalos sistemáticos y premeditados fraguados desde la contraloría (con un contralor que se afanó el cargo) y la participación generosa de la fiscalía para judicializar las persecuciones.

Moreno, sin arrugarse, como una absurda ‘operación de limpieza para purificar la democracia’, se deshizo de su vicepresidente Jorge Glas a quien se le acusó de asociación ilícita, sin que la justicia haya podido demostrar nada, momento que sí le sirvió a Moreno para enarbolar la bandera contra la corrupción que ahora flamea a media asta, cuando él mismo y su hermano Edwin, están siendo perezosamente investigados por el caso INA Papers, en relación con la posible adquisición de bienes con varias empresas offshore, pero que la prensa comercial apenas menciona.

Recordemos que la indagación previa de este caso fue abierta por la anterior fiscal subrogante, Ruth Palacios, a partir de una publicación que apareció en el portal digital La Fuente y la posterior denuncia del asambleísta Ronny Aleaga, que vincula a la familia Moreno con la empresa china Sinohydro que habría entregado más de 18 millones de dólares a la empresa offshore Recorsa, relacionada con el empresario ecuatoriano Conto Patiño Martínez.

No cabe la menor duda de que la pauperización ideológica, la traición a los principios y la deslealtad a su movimiento y al pueblo que le eligió, serán los únicos legados tangibles del presidente Moreno y su corte de los milagros, con los que entrarán a la historia política del Ecuador, se vayan o no antes del término de su mandato.

Porque en esta somera relación de hechos para intentar caracterizar la actitud y el comportamiento del presidente Moreno, ya hemos visto que al mandatario nada le conmueve que no se pueda remediar con un plato de arroz y un huevo frito. En esta infeliz coyuntura que está viviendo el país, y para expresarlo con algún dejo de agrio humor, habría que decir que a Moreno las cabras se le escaparon al monte, expresión popular que en alguna de sus acepciones significa: ‘persona que pierde temporal o definitivamente la coherencia y la cordura’.

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