Por Lucrecia Maldonado

Hace algunos años solía ocurrir un hecho que varias personas relataban entre la indignación, el espanto y el dolor. El relato consistía en que iban a sacar una cantidad de dinero en la ventanilla de cierto banco muy popular y conocido, matriz o sucursal X, y que nada más salir, en la mera puerta, eran abordados por los conocidos como ‘sacapintas’ o asaltados incluso con violencia y amenaza de su vida. Una pregunta clave que seguía al relato era: “¿Y cómo sabían que justo en ese momento esa persona salía del banco con esa cantidad de dinero?” Y la respuesta caía desde un peso lógico: alguien, en el interior del banco, se comunicaba con los delincuentes y les informaba sobre el retiro. Por alguna extraña coincidencia de la vida, cuatro de cada cinco ocasiones era el mismo banco. Adivinan cuál, ¿no?

Hace poco se dio un extraño proceso en el mismo banco. Unas cuantas cuentas fueron sorpresivamente ‘hackeadas’ y vaciadas de sus ahorros, además en horas difíciles de revertir dichos procesos. Cuando los clientes acudieron a reclamar, el banco les anunció que no podían hacerse cargo de nada. También dijeron que ellos mismo habían sido ‘hackeados’, dando a entender que, a pesar de ser el mayor banco del país, propiedad del hombre quizá más rico del país, que como alguien dice, debe renegar de su nombre 1440 veces al día, no contaban con un elemental servicio de seguridad informática que les impidiera ser ‘hackeados’ y así proteger el dinero de sus clientes, que no es el de ellos, aunque se crea lo contrario. Pero además las ‘malas lenguas’ hablaban de una venta de datos… Parecido a lo de los sacapintas y las ventanillas, ¿no? Tal vez solo un poco más tecnológico.

Como suele suceder, los medios de comunicación comerciales, los de la pauta y los que defienden la teoría del influjo psíquico como válida para sentenciar por ocho años a una persona sin más pruebas no les dieron a estos hechos la misma importancia que… diríamos… le habrían dado a una palabrota dicha por Rafael Correa al chancarse un dedo en una puerta, circunstancia que les habría servido para acusarlo de todos los males de este y otros multiversos. Pero en el caso del conocido banco… nada. Aquí no pasa nada.

En los últimos días, el mismo banco tuvo un largo período de suspensión de servicios digitales y aparentemente también en ventanilla. Las explicaciones que proporciona son confusas, y por lo mismo conducen a que sus clientes y el público en general hagan conjeturas al respecto, pues tal situación ocurre precisamente cuando se ha destapado a nivel mundial el escándalo de los Pandora Papers, en donde se evidencian los movimientos de muchas personas naturales y jurídicas para evadir impuestos en sus países a través de empresas offshore ubicadas en guaridas fiscales de Estados Unidos. ¿Están ‘migrando’ datos comprometedores a sitios más inexpugnables? ¿Están borrando evidencias? ¿Se hará cargo el banco de las consecuencias de estas situaciones y de las molestias que provocan a sus cuentahorristas y otros clientes?

Aparentemente nada de esto pasará, si observamos la consuetudinaria conducta del banco ante este tipo de situaciones.

El banquero catalán Joan Antoni Melé habla de una banca ética. Una de las premisas de este personaje, poco difundido en nuestro medio, es que el dinero del banco no le pertenece al banquero, sino que él está encargado de administrar el dinero de los clientes que se lo han confiado, y que en este sentido siempre debe obrar con ética y transparencia, palabras con las que los banqueros de por estos lados del mundo se llenan la boca, pero que por sus actuaciones dan para preguntarse si realmente entienden el sentido y el alcance de esas palabras. Según Melé, un banquero ético debe poner extremo cuidado en el manejo y uso del dinero ajeno que conserva en sus instituciones y estar siempre consciente de que ese dinero no le pertenece, él es un empleado a las órdenes de sus clientes. Un banco es un servicio, no un negocio.

Acá, sin embargo, se usan la arrogancia y la displicencia como banderas de lucha. El dueño del banco en cuestión tuitea agresivamente como respuesta a los reclamos. Las cajeras y cajeros miran a los clientes con sospecha y los tratan como a niños con necesidades especiales, sobre todo si son de la tercera edad o gente humilde. Los guardias de seguridad sacan su lado nazi dependiendo del caso, incluso para permitirte la entrada a sus agencias y sucursales. Y para los medios de comunicación no pasa nada. Todo bien, porque uno de los suyos se encuentra en el poder.

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