Por Lucrecia Maldonado

El último escándalo de la política ecuatoriana aparentemente involucra a dos asambleístas: una de ellas, mujer, que presenta pruebas relacionadas con el sonado caso de los papeles de Pandora. El otro, un hombre que la acusa de haber sido bailarina de tubo antes de ser asambleísta.

Obviamente, el asambleísta Diego Ordóñez, el acusador de semejante tremebunda falta, es torpe, y no le importa que se sepa, porque así cumple unos objetivos que necesariamente son suyos. El primero, que todo el mundo se olvide de las causales de sanción del Presidente Lasso y se centre en la defensa de la asambleísta Mónica Palacios, acusada de haber dejado el tubo para ir a ocupar la curul. Hasta Diana Atamaint, una de las esclavas más funcionales al régimen, se vio obligada a publicar una tibia defensa en donde se abstiene de mencionar a la agredida, porque no manifestarse ya habría sido el colmo.

Pero, hilando fino y pensando mal, el peón Ordóñez hizo el trabajo sucio que le encomienda el sistema: por ahora ofender e insultar de una manera burda y misógina a una asambleísta de UNES. Dijo, en una disculpa de esas que más bien son revictimización, que no se trataba de odio, sino de sarcasmo. Y habría que recordarle que sarcasmo viene de un vocablo griego que nombra al gancho con el que se procedía a rasgar la piel de los animales para comenzar a destriparlos después de haber sido sacrificados. Ergo… no es odio. Obvio. Solamente es hacer los deberes.

Porque más allá de la misógina o el feminismo, aquí se trata de otra cosa: se trata de una estrategia seguramente pentagonal, urdida posiblemente desde antes del año 2007 y que ha cuidado todos los detalles para no descansar media micra de segundo en sus intentos por frenar el progresismo en Ecuador, por el momento, y en toda América Latina cuando se pueda.

En esta tarea que no llamo ingrata porque de ley a ellos les encanta, hay gente para todo, cooptada por venta directa de consciencia o chantaje relacionado con rabos de paja de diferentes tallas. Desde los grandes estrategas que diseñan las macro políticas, hasta los peones de enésima categoría que hacen este tipo de trabajo, pasando por los jueces mediáticos que detonan los procesos de lawfare. Recordemos si no a los ‘galanes’ Ortiz y Vivanco revolviendo su estercolero mental para hablar de un supuesto ‘video porno’ de Marcela Aguiñaga, llamando ‘gorda’ a María Elsa Viteri y riéndose como dicen que se ríen aquellos que han quemado ya bastantes neuronas y sus respectivas conexiones.

Atacan desde todos los frentes, y de todas las formas posibles. Si tienen que utilizar la temida palabra de cuatro letras para denigrar a una mujer ante el imaginario popular para el que ‘tubo’ (aunque sea de PVC) es sinónimo de prostitución y de ahí pasan sin ninguna dificultad al narcotráfico y al satanismo, pues lo hacen. Están dispuestos a pagar el precio del ridículo y todos sus recargos, porque son soldaditos de plástico, peones al servicio de sus contratantes y en últimas de los oscuros poderes del neoliberalismo que no va a soltar el mango de la sartén a no ser que se le ampute la mano.

La gran Almudena Grandes afirmaba en una entrevista que, en España, como en todas partes, “la derecha, cuando pierde el poder, se comporta como si se lo hubieran robado”, y Macchiavello afirmaba, palabras más o menos, que en el mundo ganan los malos porque a los buenos los frena el escrúpulo. Y precisamente eso es lo que enfrentan los movimientos progresistas hoy en día: la arremetida de un poco de personas, medios e instituciones que venderían a su madre y hasta a su abuela de ser necesario (de hecho, están vendiendo a su patria, porque de ley su alma ya la alquilaron hace rato), para no soltar la ‘teta’, como ellos mismos dicen. No hay mentira, calumnia, insulto ni artería que estén dispuestos a omitir. Se nota que les encomiendan tareas de acuerdo con su capacidad intelectual (pobre Diego Ordóñez) y quien sabe qué otros elementos de sus terroríficos perfiles. Nunca duermen, reciben instrucciones cada segundo y no se detienen ante nada.

La única pregunta que cabe aquí es: ¿Y nosotros, será que hacemos algo o seguimos enseñándonos los dientes mutuamente por aquello del ego y el emperro de no haber salido todos en la misma foto?

Por Editor