En El Caballero de la Noche, Alfred le cuenta a Bruce Wayne la historia de una vez que tuvo que dar caza a un delincuente que robaba joyas a los más ricos en algún país asiático y luego las repartía como si fueren juguetes. Wayne le pregunta por qué el ladrón, simplemente regalaba las piedras preciosas que robaba, y Alfred le responde con la frase que da título a esta columna de hoy.

Lenín Moreno parece ser ese personaje del que habla Alfred. Es como si Moreno estuviese disfrutando, cual Nerón, de cómo el país se va directo sin escalas al precipicio. Pareciera que estuviera en el mismo modo que Mahuad meses antes de su caída final, viendo cómo colapsaba el sistema financiero y él era incapaz de tomar ni una sola decisión. Algo está muy mal en Carondelet y se nota. Es como si, para hablar en el argot popular guayaco, estuviera en el punto en el que “le vale 3 atados” lo que termine de pasar con la peor crisis de la historia contemporánea.

Había venido dando muestras de su total desidia con el ejercicio de la primera magistratura del Estado. Ya había dicho que no halla el momento en el que pueda largarse. Ya nos dijo que después de un arroz con huevo, el país le importa un bledo. Ya dijo, bien desde el inicio, que los que habían votado por él le caían mal. Parecía que estos deslices eran afirmaciones zalameras, típicas del buen Chulla Romero y Flores que resultó ser este seudo socialista que dejó de serlo cuando lo empezaron a invitar a fiestas de la oligarquía en Guayaquil, y en realidad resultaron pronósticos de lo que ya pasaba por su cabeza y sus verdaderas intenciones.

En el fondo, nunca quiso el poder para mantener la senda del desarrollo y de la construcción de una sociedad verdaderamente igualitaria. Primero, porque no creía en esa sociedad y en esa lucha. Muchos fanáticos anticorreístas piensan en serio que la traición es a sus otrora compañeros a los que (piensan ellos) hace bien en perseguir y meter en la cárcel, solo por el placer de poder hacerlo y, casi seguro, sabiendo que no existe ninguna prueba certera de los infinitos delitos que les imputan a todos. En realidad, no. La verdadera traición es al proceso político más exitoso de la vida republicana. El único que logró sacar de la pobreza a más de 2 millones de personas, el que inició profundas transformaciones estructurales para generar condiciones para que esas personas que se cuentan por millones, no tengan que regresar a la situación de pobreza que tenían hasta 2006. La traición de Moreno es a un proyecto político en el que él tenía un solo rol: continuar el camino trazado con sangre, sudor y lágrimas por miles de ciudadanos que aceptaron ser parte de una revolución, de la que él mismo era fundador, para terminar de consolidar un cambio de estructuras sociales, productivas y económicas que hicieran posible que los pobres dejen de serlo de manera permanente, sin que sean explotados impunemente, ni ellos ni el Estado.

En segundo lugar, todo sugiere que Moreno nunca quiso el poder porque sabía que no estaría a la altura de las circunstancias históricas. En el fondo, pareciera que está consciente de sus profundas limitaciones intelectuales, filosóficas y humanas. Y ante el hecho de que siempre sería comparado con Correa, y en lugar de aceptarlo con humildad y hacer el mejor papel que hubiera podido hacer como continuador de ese proceso histórico, se dejó llevar por el deseo de revancha, cansado de las permanentes comparaciones a las que estaba sujeto por todos, y por él mismo. Las mismas comparaciones que lo deben haber tenido harto desde la campaña electoral. Después de todo, ya en es lid se lo notó tan débil que finalmente el equipo de Correa tuvo que “montarse” a las bravas en el proceso eleccionario y “darle ganando”, aún a pesar de los esfuerzos que, viendo las cosas a la distancia, hizo Moreno para no ganar.

Ahora lo vemos allí ausente. Escondido en Carondelet, rodeado de gente que le hace morir de miedo de que le va a pasar de todo si sale, porque, seamos honestos, la política cortesana de Palacio hace tiempo que se parece más a una corte de bufones del peor de los reyes españoles que al sitio desde el cual se gobierna una república. Allí están él y sus cortesanos, empezando por la Condesa de las Allullas, que se olvidó de sus Misiones Ternura y Toda una Vida y dejó en el desamparo a toda la gente de más escasos recursos, para quienes supuestamente se construyeron ambas misiones. Y allí está, mirando desde el balcón, despertándose a las 4 de la mañana para recibir reportes de lo mal que está el país y de cómo se están muriendo personas, cerrándose empresas, familias padeciendo hambre, y él, en lugar de hacerse cargo de la situación; acepta que saquen comerciales de los cementerios que van a construir. Me lo imagino sonriendo, viendo cómo es que se ve un país cuando arde y no tiene capacidad de respuesta; me imagino con qué satisfacción constata lo que puede hacer un solo hombre incapaz cuando tiene poder sin límites.

En la película Wayne le pregunta a Alfred cómo hicieron para agarrar al ladrón. Él le responde que quemaron toda la selva para encontrarlo. En Ecuador no hace falta tanto. El camino más sencillo es la renuncia de Moreno y la de todos los miembros de su gobierno, desde el vicepresidente hasta el último de los asesores de los incontables como incapaces ministros, no sin antes dejar al mando a alguien que realmente pueda hacerse cargo y que no tiene que ser correísta, que no tiene que pensar con la izquierda siquiera. Con que piense (y decida) ya nos conformamos. Y si ni así es posible, existe siempre la posibilidad de aplicar los mecanismos constitucionales claramente establecidos que permiten que la Asamblea lo destituya por grave conmoción interna, sin que esto se pueda considerar un atentado a la democracia, sino precisamente, la única forma de rescatarla, y con ella, rescatar lo que queda de la Patria.

Por Editor