El término Harakiri es definido como suicidio ritual japonés por desentrañamiento. Formaba parte del bushido, el código ético de los samuráis, y se realizaba de forma voluntaria para morir con honor en lugar de caer en manos del enemigo y ser torturado, o bien como una forma de pena capital para aquellos que habían cometido serias ofensas o se habían deshonrado. La ceremonia es parte de un ritual más elaborado que se realiza generalmente delante de espectadores clavándose un arma corta en el abdomen, realizando un corte de izquierda a derecha.
Es extraño, pero, a este medio y este periodista nos corresponde el haber enfrentado el primer síntoma de ese complejo suicida que le invadió a Alianza Pais tras asumir el poder el pasado 24 de mayo. El nombramiento de Fernando Larenas como director de El Telégrafo, saltó en forma violenta el enfrentamiento entre los miembros del buró político directivo de la agrupación. Como si fuese un viraje total, los propios reunidos con Lenin Moreno rechazaban o disputaban ese nombramiento del chileno, y no se cuidaron en callarlo, muy por el contrario, sin considerar lo sensible del tema, las palabras y acusaciones se enrostraron ante la prensa a la que le contaron todos los detalles, lo que vino a supurar purulento el conflicto y -lo digo con conocimiento por lo que me tocó vivir ese momento- eso solo fue el estallido inicial de un sentimiento de traición con su pasado que el partido gobernante no podía entrar, pero entró. Mientras se hacían esfuerzos insultantes por desmentirnos a la verdad evidente, la crisis pronto tomó la calle para dividir a los gobernantes de sus propios militantes, extendiéndose rápido el resentimiento.
Si, resentimiento. Ese que surgió de las propias acciones del presidente Lenín Moreno, que hizo desfilar por el palacio de gobierno a quienes hasta ayer no más los habían insultado, denostado y humillado a los propios de PAIS y su campaña electoral, sin dialogar con su propio partido porque “no se dialoga entre iguales” azuzándolo todo frente al mínimo reclamo que fue repudiado en forma ofensiva con el descalificativo de ovejunos a los que reclamaron por los hechos. La sensación de traición pronto hizo mella en las filas militantes y, se reclamaron explicaciones que hasta ahora no se han dado.
Son varios los momentos que ha tenido que soportar Alianza PAIS en sus filas, en sus citas, con sus propios dirigentes mayores o menores, para esta especie de catarsis política, que le han estallado en la cara. No estaba bien posesionado el régimen y, muy pronto, Gustavo Baroja daba a conocer palabras más palabras menos, que se había generado un pacto con su enemigo político connatural, el Partido Social Cristiano (PSC). Raúl Patiño en otro momento confesó un grado de cobardía entre los asambleístas de AP para no fiscalizar en la legislatura, por miedo y temor, a qué o a quién no lo dijo, solo lo insinuó. Días más tarde, el nicaragüense Eduardo Mangas, incrustado en el gobierno confesaba, ante los pocos militantes que le van quedando a AP, una especie de estrategia cínica de manipulación de la opinión públicas, de las personas y los hechos, con el fin de alcanzar gobernabilidad sin importar la forma y el modo. Finalmente, el último capítulo por los excesos en las palabras de Miguel Carvajal y la quiebra del IESS, no pudieron ser más funestos, creando una aureola de negatividad a la forma como se están tratando temas como la seguridad social o las finanzas públicas, con un desconocimiento, con engaño o con un indicio de propalación de temor colectivo por lo que se viene, y que el gobierno debe aplicar de todas formas, un ajuste económico sospechoso.
Como resultado del enfrentamiento inconado desde el régimen para enfrentarse con el ex presidente Rafael Correa, las contradicciones han sido varias, los discursos caen pronto en el ámbito de la inexactitud, carencia de rigor, o falacia los que pronto son confrontadas por la realidad de los hechos, o por el debate abierto ante la opinión pública, que hoy cuenta con redes sociales y muchas formas más de expresarse frente a medios de comunicación que se vuelven prontamente cómplices del discurso oficial.