Por César Paz-y-Miño

Entre los criterios que circulan en conversaciones, redes sociales e incluso entre algunos profesionales de salud, está el de que los conocimientos que se han generado sobre el virus SARS-COV-2 son muy rápidos y, por lo tanto, podrían ser imprecisos. Esto está alejado de la verdad y para tranquilidad de todos, la genética, la genómica y, en realidad, toda la ciencia, se ha volcado a comprender y explicar la pandemia.

Desde el aparecimiento del nuevo coronavirus nombrado CoVID19, que es un coronavirus por su aspecto, todas las ciencias han aportado para su mayor conocimiento: La Clínica Médica, describió la enfermedad, signos, síntomas, complicaciones, primeros tratamientos, exámenes complementarios, etc. Los laboratorios generales determinaron los problemas que causa, a través de evaluaciones químicas y bioquímicas, hiperinflamación, citoquinas elevadas, trombocitopenia, dimero D elevado, ferritina alta, macrófagos alterados, inmunidad comprometida  más signos y síntomas de esta nueva enfermedad.

La Farmacología y la Terapéutica, aportaron datos de los primeros tratamientos sintomatológicos, hasta llegar a tratamientos más complejos a partir del entendimiento de su Fisiopatología. Quedaron atrás muchos medicamentos promisorios, y muchos mitos sobre el uso de terapias alternativas.

Descubierto el agente causal de la nueva CoVID19, un coronavirus similar al llamado SARS de 2008, se le puso nombre y apellido: SARS-COV-19, originario de los murciélagos y pangolines. La ciencia desvirtuó un origen artificial del virus en un laboratorio. Este germen de ARN causó la Pandemia. Se determinó que podía vivir en el aire, el cobre, el plástico, el acero, entre otros elementos, y que la manera más real de contagio era la vía directa de persona a persona, a través de estornudos, tos o del simple hablado; que entra por las mucosas oral, nasal y ocular, para ir a los neumocitos y otros órganos, causando síntomas leves, moderados, graves e incluso la muerte. No se han identificado otras formas de contagio como semen u otros fluidos.

A las pocas semanas de identificado el virus, se tuvo secuencia genética. Tiene 29.740 letras químicas en su material genético (Adenina, Uracilo, Timina y Citosina) y usa los mecanismos celulares para reproducirse. La Proteómica entró al escenario a describir cada proteína, su estructura y su función, así como la interacción con otras proteínas del huésped. Rápidamente se observó que la proteína de cubierta S (Spike) era la clave de entrada a las células del huésped. El virus con su proteína S se une al menos a un receptor de membrana celular llamado ACE2, pero últimamente se descubrió que se une a otro correceptor, el NRP1 (Neuropilina 1), que podría explicar algunos de los síntomas neurológicos y dérmicos.

Se describieron dos cepas (virus  hermanos) que pusieron en jaque al mundo, la D164 y la que le reemplazó en la segunda ola, la G164, aparte de unas cincuenta variantes del material genético del virus, que no le hacen un virus diferente sino el mismo virus con propiedades moleculares diversas. Cuando todo parecía dicho del genoma viral, apareció un nuevo desafío: descifrar un gen solapado entre dos genes muy próximos, el llamado ORF3d, que le confería mayor contagiosidad al virus. Todos los virus del planeta se originan en China y aunque han variado en algo su genoma en estos meses de pandemia, es el mismo virus y contra él peleamos.

Al igual que otros virus, el CoVID19 desencadena una reacción inmunológica mediada por células blancas de la sangre, linfocitos B y T. Entra en juego el sistema mayor de inmunidad denominado HLA y sus variantes en reacción determinan diferentes respuestas del huésped, tan fuertes como una hiperinflamación con riesgo de colapso de los sistemas circulatorio y pulmonar.

Una vez entendido el virus en su estructura, función y contagiosidad, se desarrollaron las pruebas diagnósticas. La tecnología ha avanzado tanto en las últimas décadas, que contamos con técnicas muy sofisticadas y precisas para el diagnóstico, en este caso, la famosa RT-PCR que copia el genoma del virus y permite su medición en el laboratorio. Al mismo tiempo se desarrollaron las técnicas de diagnóstico rápido que ubicaban la presencia de la proteína de espiga S, o los anticuerpos contra el virus.

El virus remeció las teorías epidemiológicas clásicas; hubo que rediseñar protocolos, la estadística jugó un papel crucial en el entendimiento de la enfermedad, las cifras comandaron las decisiones. Muchos países adaptaron políticas probadas, otros innovaron las propias, pero el virus avanzó sin freno. Más de 60 millones de contagiados en el mundo y más de 1.4 millones de muertes ha producido la pandemia hasta estos días.

Frente a la falta de tratamiento específico del virus, son importantes las medidas de cuarentena, uso de mascarillas, desinfección frecuente, ubicación de contactos, aislamiento social, entre las más eficaces que se toman para frenar la primera y segunda oleada de un virus cambiante. El mundo está esperanzado en la vacuna. Doce propuestas de vacuna están en proceso avanzado. La carrera por llegar primero a la fabricación y, por supuesto, a su venta, genera polémica en varios frentes geopolíticos, financieros, de patentes, nacionalismo de vacunas, movimientos pro vacuna justa y equitativa. Las promesas de la llegada de la vacuna aún no se cristalizan; deberemos esperar un tiempo más, quizá la humanidad madure y el acceso sea más equitativo. Mientras tanto a continuar con los cuidados sociales y ciudadanos.

En el ambiente pandémico resurgieron los charlatanes y pseudosabios, incluso los que lucran con la pandemia en un terreno donde la humanidad mostró, en muchos aspectos, su cara más sórdida. Por fortuna, la ciencia ha jugado un papel trascendente y clave en la comprensión de la pandemia y el virus y, la genética, la genómica y la biología molecular han sido las protagonistas principales. Las personas incorporaron en sus conocimientos, en su lenguaje y cultura la PCR, gen, virus de ARN, vacuna recombinante, inmunidad, y otras que surgen de la investigación y el empirismo racional.  

Tomado de Edición médica

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