Un adagio popular dice que “en la boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”. Este proverbio popular calza y sobra cuando constatamos el irrefrenable impulso del Presidente Lenin Moreno para mentir, sin ruborizarse.
Es un caso digno de interés para sicólogos y siquiatras, pero, nosotros nos ocuparemos solamente de reafirmar ese cúmulo de engaños presidenciales iniciados con la teatral representación electoral de promover un plan gubernamental de corte popular y terminar aplicando una receta neoliberal, con un saldo de miseria y muerte para miles de compatriotas.
En realidad, la gran farsa electoral, devino en traición a su propia conciencia, a la ideología supuestamente adherida y profesada; a los líderes que le elevaron a los altares del poder, siendo un don nadie y, por supuesto, al pueblo ecuatoriano confiado en su enmascarado discurso sin sospechar de su perfidia.
Con cinismo maquiavélico, el Presidente Moreno Garcés armó un tinglado de apóstatas en el Ejecutivo, la Asamblea y, luego de una tramposa consulta convocada bajo la consigna de 7 Veces Sí, copó todos los poderes del Estado, con la ayuda de la banca, cámaras empresariales, partidos políticos de viejo cuño, medios de comunicación mercantiles y hasta organizaciones sociales con membretes socialistas al servicio de la derecha tradicional.
Enumerar las mentiras presidenciales sería un pasatiempo innecesario porque, con la frescura de adolescente, “carita de yo no fui”, y la tranquilidad de quien nada malo hace o dice, suelta falsedades cada vez que aparece en público, sea para defender las incongruencias de su desgobierno, atacar la oposición, justificar leyes falsamente “humanitarias” o defender a los incontenibles atracadores del Estado, nacidos de su famoso “diálogo para salvar a la Patria”.
La crisis de credibilidad gubernamental llega a extremos de saber que cuando Moreno dice sí, debemos entender que es no; si llama ladrón a cualquier opositor, seguro se trata de un ser honrado; si él se autocalifica de honesto, ejemplo de valores y principios, provoca risa y la parroquia se mofa al escucharle hablar de ejercer el poder en beneficio de los ecuatorianos.
La cereza en ese desagradable pastel puso hace pocos días al negar, a píe juntillas, que producto de su maquiavélico diálogo haya repartido – en develada complicidad con María Paula Romo y Richard Martínez – los hospitales y entidades gubernamentales, con altos presupuestos, a la crápula bucaramista y, de paso, a una partida de rapaces asambleístas capaces de vender su voto sin importar el destino de la Patria, en la misma tónica de su jefe.
No es invento ni interpretación, el mismísimo Presidente públicamente reveló que el país le importa un pepino y así ha demostrado con una actitud indolente frente a los problemas de la población – más de 16 mil muertos en la pandemia – renuente a trabajar pese a que cobra tres sueldos; huye despavorido cuando los problemas acosan y, por añadidura, es un sibarita con dinero ajeno.
En ese festival de inmundicia espiritual y monetaria, donde hay corruptos y corruptores, danzan empresarios privados inescrupulosos, hábiles desde infinitos tiempos, para colocar en puestos claves del gobierno – comenzando por la presidencia y ministerios – con la perspectiva de hacer negocios fáciles, ilegales y rentables o apropiarse de los bienes públicos impulsando procesos de privatización a la usanza del neoliberalismo.
Bucaramistas, asambleístas de alquiler o funcionarios de segundo y tercer orden, sin descartar jueces o auditores de medio pelo, con deshonrosas excepciones de pájaros de alto vuelo, como el mismo Abdala Bucaram, hicieron méritos suficientes para llenar páginas de periódicos y espacios radio eléctricos y televisivos con hazañas delincuenciales dignas de películas gansteriles.
Llama a sospecha, eso sí, la nueva estrategia de los medios pautados pro gubernamentales que, hace poco, encubrían las corruptelas oficiales mientras, ahora, crucifican en generosos espacios, a modo de cabezas de turco, a bucaramistas o asambleístas sorprendidos in fraganti en sobreprecios hospitalarios.
Se trata de esos mismos personajes que, en su momento, cumplieron el trabajo sucio de despejar el camino para que los señoritos de cuello blanco y representantes de las transnacionales asalten, con visos de legalidad, nuestras eléctricas, telecomunicaciones, seguridad social, petróleo, mineras y otras suculentas riquezas nacionales.
Si ingenuamente permitimos que esa hábil estrategia comunicacional nos lleve a creer que existe una desinteresada y verídica campaña anticorrupción y dejamos pasar la oculta intencionalidad de avanzar sigilosos los planes privatizadores y políticas antipopulares, cometeríamos error y cobardía sin nombre.
Al respecto me viene a la memoria un pensamiento de José Martí, quien decía: “El que ve cometer un crimen y nada hace para evitarlo, es cómplice de ese crimen”.