Hay un punto en donde una se pregunta realmente de qué estamos hechos los ecuatorianos. Hasta dónde nos pueden la ambición, la estulticia, eso que ha campeado por todas partes (sí, principalmente por los poderes del estado, pero también por otros sitios, no nos hagamos los inocentes) los últimos tres años. Porque si bien los funcionarios y políticos son quienes quedan más visibles y más expuestos, no vamos a decir que el resto de la población se caracteriza por su integridad, rectitud y nobleza.

Porque… ¿existe alguna diferencia, aparte del tamaño y gravedad de la acción, entre ir a un banco ‘tomando prestado’ el bebé de una sobrina para poder usar la caja especial sin tener bebés, siendo menor de sesenta y cinco años y sin tener ningún impedimento físico para hacer una cola normal y corriente… existe alguna diferencia sustancial, digo, entre eso y sacar un cartel de una inexistente discapacidad para poder contar con los beneficios de una persona con problemas de salud o capacidades especiales?

Parecería que cualquier buena intención de crear un mundo más humano o inclusivo se ve en seguida ensuciada por la otra de aprovecharse de las leyes y las normas del buen vivir para vivir ‘un poquito mejor’ que el resto o para sentir que ridiculizamos la ingenuidad o la buena fe ajenas. Pero si solo es una mentirita blanca, por el bien de mi familia. Porque así podemos tener un mejor auto.

O como cuando Aquiles Rigail se jacta de haberle dado el nombramiento a una jueza por el único y exclusivo ‘mérito’ de odiar a Correa. Y lo cuenta entre grandes risotadas, como si hubiera hecho algo divertido, por decir lo menos, cuando en realidad están demostrando lo deleznable de sus criterios y sobre todo de su conducta en el momento .

Se entiende que odien y teman tanto a quien pretendió enderezar los usos y los caminos para hacer las cosas. Y se entiende también por qué la gente no reacciona. Porque sí, si viniera un gobierno progresista y de individuos de recta consciencia habría más bienestar y equidad, pero… ¿y esas pequeñas ‘trampitas’ cotidianas que van tejiendo el hilo de insignificantes corrupciones que seguramente un Dios de dudosa existencia no nos tomará en cuenta en el último día, pero que centavo a centavo y minuto a minuto van mermando la confianza, la legitimidad de los beneficios, el simple hecho de dar más a quien más necesita y no a quien mejor se avispa?

Un país en donde la relajación moral y el subdesarrollo están en sus dirigentes pero también en la mente y la visión del mundo de gran parte de su población, y en donde conseguir las cosas de manera espuria no se considera una mala acción, sino algo loable, una señal de inteligencia, necesita un trabajo que comience apelando a la mente y el corazón de la gente, introyectando la razón de ser y la comprensión de que el mayor de los bienes es el bien común, porque solo así se asegura un bien individual equitativo y justo. Y que nos haga entender de una vez por todas y bien que no es divertido engañar, robar, mentir ni que los poderosos y fuertes se aprovechen de las leyes que favorecen a los desposeídos y a los débiles.

Por Editor