Carol Murillo Ruiz

Presentado en el panel “Ecuador Postconsulta: Cuatro escenarios posibles”
Presentación Ruta Krítica
Miércoles 28 de febrero de 2018
Quito, Casa Egüez

Durante los últimos años el debate sobre la comunicación y el rol de los medios privados y públicos ocupó gran parte de la atención nacional, por primera vez un asunto que concernía a la sociedad entera empezó a ser discutido en serio, por actores directos e indirectos, por ciudadanos y profesionales de la comunicación y oficiantes de periodistas, y por otros profesionales que estaban y están vinculados con un quehacer que involucra la construcción de sentidos de lo que entendemos como país, nación, historia, pasado, presente, futuro, poder, política, cultura, economía, nacionalidad, patria, etc. Es decir, todas las categorías que la modernidad fue colocando en el imaginario (occidental) para armar el crucigrama de la vida social de las repúblicas modernas.

Y quizá, la más cara expresión de esas categorías, la libertad, acompañó cada una de las formas en que las sociedades alzaban su destino luego de que el andamiaje político liberal diseñó una institucionalidad acorde con el grado de desarrollo de la metrópoli y sus dependientes satélites. Así, la libertad de expresión fue una de las conquistas que dio cobertura cabal a la idea de libertad política y económica. Desde entonces, la comunicación y los medios, transformados irremisiblemente por la tecnología del siglo XX y XXI, se convirtieron en más que canalizadores de las buenas nuevas que transfería el progreso, o sea, la movilidad comercial, migratoria y demográfica, pues devinieron en instrumentos de poder y en sustitutos del conocimiento ordinario para cambiar algo que es a la vez invisible pero concreto: la percepción de la realidad (ayer y hoy).

En el Ecuador el debate al que me refiero empezó a finales de 2007 y se mantuvo sin detenerse -con esfuerzos de ciertos actores y desprecio de otros- en la palestra pública. Hoy más de diez años después, viciado por los viejos y nuevos intereses de quienes están mezclados en el negocio de hacer circular representaciones de noticias o datos de la realidad (en fragmentos), o, mejor, delinear la manipulación de los géneros del periodismo clásico, el debate ha vuelto pero con un detalle de miedo: todo lo avanzado parece que se borrará. La Ley de Comunicación será la primera víctima de este retroceso que costó tanto introducir en las discusiones del rol de la comunicación y los medios en una sociedad tan desigual como la nuestra. El modelo de ‘comunicación social’ (o medios de comunicación social, como tan eufemísticamente se los llamaba) que no aceptó nunca un ramalazo de autocrítica, hoy pretende volver a su punto de inicio, peor, a su punto de crisis.

Pero esta noche no me quiero referir, en específico, a esa cuestión, si no a lo que ha pasado desde junio de 2017 a febrero de 2018 con la comunicación privada y pública en el país y el nuevo gobierno –que ya parece viejo-. La comunicación y los medios, a pesar de toda la discusión aludida, en estos meses ha creado y lanzado una formidable ofensiva de cómo entiende, opera y maneja las relaciones de poder; relaciones de poder que le brinda, hay que decirlo, su estatus de ubicuidad social. Instalados –formatos informativos y medios- en la cotidianidad doméstica de cada estrato sociales, ha refinado los métodos de informar, elaborar y conducir la opinión pública y recortar la percepción moral de los hechos.

Durante nueve meses ha parido una serie de productos que huelen a infierno. El Ecuador es un país que apesta. Y lo mediático y ciertos políticos –y la esfera de la comunicación privada y pública- son los únicos espacios desde donde se puede advertir, ¡qué ironía!, la conciencia de la patria. Otra vez se pontifica desde esos atriles y no hay contraste de nada. La ‘comunicación social’ es la conciencia social de todos, parecen decir. Y el debate que antes era duro, confrontador, no siempre profundo, vale sopesarlo, hoy es nulo y ha desparecido de la escena en pro de asquearnos sin pensar ni profundizar por qué hemos llegado a “esto”.

Pero, ¿qué es ‘esto’? ¿Realidad? ¿Invención? ¿Ficción? ¿Telenovela? ¿Thriller?  Hace poco en CNN, otro nicho de la construcción de la post verdad, analizaban el 30S y se preguntaban si había sido ‘ficción’. La parodia mediática es perfecta. Se burlan de sí mismos, a veces, para aparentar que van al fondo de los asuntos que investigan. La parodia mediática es perfecta. Porque filtra los matices de la realidad y las densidades de un sistema político, económico y disciplinario anclado en códigos de relacionamiento financiero transnacional que la misma filosofía capitalista se ha encargado de limpiar: hay capitalismo bueno y hay capitalismo malo. Hay capitalismo honorable y hay capitalismo mafioso. Hay ladrones de cuello blanco y hay ladrones de poca monta. Hay ladrones de derecha y hay ladrones de izquierda. La diferencia es lo que cuenta. ¿La diferencia es lo que cuenta?

Hoy, para el gran vulgo, perdón, para el gran público, comunicación pública y privada y medios son el gran embudo del sentido común. No reparamos en ello. No pensamos en ello. No nos interesa cavilar en ello. Mientras, unos ingenuos e ingenuas pensamos que podemos fundar algún canal distinto, con opinión, con argumento, con contraste, con honestidad intelectual.

Sin embargo, el nuevo cuento es la post verdad. La gran pregunta de hoy, en el cuarto obscuro de las comunicaciones y las tecnologías modernas es qué es la post verdad. Y los tratados abundan sobre la mentira, la ficción, la recreación, la invención, el mito (la mitificación moderna), la fábula. Los comunicadores de moda sacan castañas a la nube de sus datos para saber qué mismo es la post verdad y otro tanto de académicos se toma en serio la categoría para saber de dónde salió el terminajo devenido en conocimiento. Falsedad de falsedades.

Lo mismo ocurre en el mundo de la noticia con la investigación de la corrupción. Pero la corrupción también es una post verdad. Existe más porque se la nombra y se la viste y se la atavía que porque se la ve en un cuarto de luces encendidas. Siempre ha existido. Es una constante. La comunicación y los medios la conocen por dentro y desde hace siglos. Es un monstruo enorme y fantasmal. Es una forma extendida de la colonial viveza criolla de los lares satelitales que hoy son nuestras naciones, pero que ya existía en las metrópolis –hoy paraísos trans- de forma más glamorosa.

En la actualidad el país no es diferente al de antes. Habría que preguntarse por qué. El por qué es la gran pregunta. Esta noche no he venido a responder nada. He venido a plantear la pregunta más antigua de todas: ¿por qué? He venido a hincarlos, a sacudirlos, a inquietarlos.

Nuestra página Ruta Krítica surge por eso también. No tenemos las respuestas a todo. Tenemos ganas de saber, de indagar, de reflexionar, de deliberar, de intentar cruzar criterios, tesis, ángulos de análisis. No somos brujos, somos personas con ganas de pensar el país, la política, la economía, la cultura, la comunicación, los medios. Pero, sobre todo hoy, queremos saber por qué, en comunicación y medios y política llegamos a ‘esto’.

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