Lo posible no preexiste al acontecimiento sino que es creado por él. Es cuestión de vida. El acontecimiento crea una nueva existencia (…) Produce una nueva subjetividad (nuevas relaciones con el cuerpo, con el tiempo, con la sexualidad, con el medio, con la cultura, con el trabajo…). Cuando se produce una mutación social, no basta con extraer sus consecuencias o sus efectos siguiendo líneas de causalidad económicas o políticas. Es preciso que la sociedad sea capaz de constituir dispositivos colectivos correspondientes a la nueva subjetividad, de tal manera que ella desee la mutación. Ésta es la verdadera «reconversión»
Deleuze, Dos regimenes de locos

Un acontecimiento en el sentido deleuziano consiste en una multiplicidad de eventos, los cuales no se explican los unos sin los otros, y los unos en los otros y viceversa, comunicados entre sí por una rama de fluidos y multiplicidades de carácter heterogéneo, molecular. El acontecimiento en este sentido es lo impredecible, la contingente, el otro lado, latencia.
De la misma manera, debe observarse la presencia del COVID-19 en nuestra sociedad, como un Acontecimiento capaz de entrelazar paralelamente, como si se tratase de un camino sin retorno en donde somos conducidos por un gran evento que al mismo tiempo nos sirve de vehículo en dirección a un lugar o a una situación que no podemos nombrar y, a la vez, no podemos dejar de enmudecer frente a ella. La realidad solo acontece ante nuestros ojos, es realidad material pura, signo de toda dureza. Así, el conjunto de las fuerzas y potencias de la sociedad, son envueltas simultáneamente en la mismidad del Acontecimiento. Todo Acontecimiento en la historia de la humanidad que ha sido antes traumático, resulta ahora agónico.
Gracias al desarrollo de las estructuras financieras, multinacionales y transnacionales del capitalismo tardío-neoliberal, y su popular cultura del cálculo, la insignificancia, la mediatización y la religión de lo nuevo, todo evento procedente de donde sea o surgido a razón de cualquier causa objetivamente demostrable, tenía hasta hace poco un destino de corta vida. Eran eventos sociales neutralizables y manipulables: pequeños acontecimientos de redes sociales. Acontecimientos fragmentados que podían ser reducidos a pura información/no información, y ello servir para la continuidad de las operaciones de los mercados globales, de las decisiones de los Estados, de las corporaciones mediáticas y los sistemas integrados de medios etc.
Pocos eventos dentro de los tiempos modernos, luego de que la industria de la comunicación iniciara su desarrollo tecnológico planetario, han suscitado la atención de los habitantes de todo el globo, preocuparlos aprehensivamente y, de plano ponerlos cuarenta bajo observación de toda la sociedad a fin de disciplinarlos, examinarlos o aniquilarlos. Quizás sus afectos son comparables a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, pero seguramente tendrán un alcance mucho más profundo para la historia del capitalismo y la propia evolución sociocultural.
Sobre todo, cabe percatarse que hasta ahora ningún acontecimiento había paralizado a la humanidad entera, y colocado a todas las regiones del planeta a sufrir las inclemencias de un mismo hecho social, frente al cual aún no existe ninguna salida previsible y la capacidad de los sistemas de salud modernos ha sido superada ampliamente. El acontecimiento COVID-19 toca por igual en este momento las puertas de todas las culturas del mundo por igual, con la misma amenaza y acecho mortífero.
El número de infectados y víctimas mortales en los cinco continentes posiblemente llegue a superar las previsiones, diagnósticos y recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, una vez que los nuevos brotes se multipliquen exponencialmente.
Una vez que la pandemia COVID-19 se ha hecho presente y cobrado sus primeras víctimas mortales, da lo mismo preguntarse cuál fue el origen de su desarrollo infeccioso, si este se originó en los hábitos alimenticios de los pueblos orientales o si se trata más bien de un arma biológica fuera de control surgido en experimentos acordados por las grandes potencias. Pues, más allá de esto, a pesar del desenlace bélico que se puede respirar en el ambiente después de las últimas declaraciones del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, este virus ha puesto de relieve la fragilidad de la economía capitalista mundial contemporánea, la cual ha sido como tal puesta en agonía y en peligro de muerte por el COVID-19.
El mundo capitalista moderno tanto en sus zonas hiperdesarroladas como en sus periferias, aprovechando la lógica económica del intercambio desigual y los diversos mecanismos de acumulación por desposesión que han convivido con éste desde los últimos 500 años, daba hasta hace poco la impresión de que las relaciones de interdependencia densificadas entre los países del globo, podían ser sustraídas a los intereses geopolíticos de las principales potencias imperiales. De este modo cada una de ellas sentía tener el mismo derecho para avanzar en el desarrollo económico, militar tecnológico y geopolítico de sus propias bases capitalistas, con el propósito de insertarse en la lucha por la hegemonía de la conducción del mundo. En esto ha consistido en la práctica los reveces producidos en los últimos años alrededor de las relaciones entre los países de USA, China y Rusia, y otras potencias menores.
Pero este juego de patear el tablero en desmedro de los otros participantes no ha funcionado para ninguno de sus mentores. En primer lugar, porque la principal constatación de la hipercrisis actual consecuencia de la pandemización del COVID-19, emerge en medio del proceso de recuperación de la gran recesión abierta en 2008, destruyendo de este modo las ganancias de los años anteriores y las posibilidades generales para su recuperación futura.
En la crisis del 2020, por distintos motivos, la desaceleración del crecimiento de las principales economías capitalistas, no solo pone de relieve la descomposición de los mercados financieros cuya actividad monetaria fundamental consiste hoy en la emisión de deuda y préstamos a intereses negativos a los grandes accionistas del sistema; la superproducción irracional de la economía capitalista que ha dejado a una gran parte de la población mundial fuera del acceso a los bienes y servicios que oferta nuestra sociedad; y las contradicciones geopolíticas y geoeconómicas subyacentes a la paralización de la cadena de suministros en los puertos y rutas marítimas de los centros capitalistas más importantes. Ya solo correlación entre estos elementos de la crisis resulta escalofriante para los economistas capitalistas.
En verdad, estos efectos económicos del COVID-19, son realmente insignificantes frente al gran Acontecimiento que se avecina: la crisis civilizatoria de sistema capitalista. El mismo que ha construido desde hace siglos nuestras percepciones, habitus y deseos. Es el capital, el cuerpo infeccioso que se resiste a morir. Es el verdadero virus ajeno al cuerpo de la Humanidad, el que sucumbe frente a la impotencia de los diversos capitalismos de estado conocidos.
En este sentido, lo que mata en el coronavirus, su arma más letal y su carácter subversivo, lo sentimos no solo por fuerza del imperativo evolutivo de existir y la afectación a los otros que nos preocupa, sino porque incluso preferiríamos eso a ver destruirse en mil pedazos el pequeño mundo ilusorio que hemos declarado como nuestra única realidad posible. Es este anhelo uterino inducido por el capital lo que se está rompiendo.
Es claro que la actual emergencia mundial del COVID-19 debe ser motivo de alerta de toda la sociedad, pero en lugar de dirigir nuestra atención hacia el cuidado egoísta de uno mismo, miremos el Acontecimiento. Exploremos y traspasemos la emergencia aproximándonos al mensaje producido y transmitido por el Acontecimiento.
El COVID-19 no nació en otro planeta, ni ha sido concebido por algún Dios. Es el resultado de nuestra propia acción como sociedad. El Acontecimiento nos calla y solo podernos quedarnos perplejos ya que somos un nodo en su red. No hay puntos medios: Positivo o Negativo, como observadores, testigos o víctimas. Nos mata el capitalismo y su sistema. Nos mata el COVID-19 que es un espectro de lo mismo. Nos matamos a nosotros mismos. Así, el coronavirus nos mata como Humanidad mientras conduce a la muerte a la vez al capitalismo. Esa es su forma de cobro. Su modo de ajuste de cuentas epocal.
Pero a diferencia de los ajustes neoliberales, este ajuste de cuentas del COVID-19 será provechoso para todos. Y esta consecuencia habrá de asimilarse sin humor cínico. De su crisis civilizatoria, a costa de nosotros mismos, tendremos seguramente una nueva civilización renovada. Por efectos de este Acontecimiento, por lo que ahora nos muestre o por lo que pueda producir en el futuro que ya ha hecho presente, devendremos en una libertad y justicia viral. Seremos como sociedad por fin en algo nuevo.

Por Editor