No sé a ustedes, personas que me leen, pero en todo este embrollo a mí hay cosas que como que no me cuadran:
Para empezar, comenzaron diciendo que la enfermedad que provoca el virus es tal cual una gripe común… o bueno, con unos síntomas un poco diferentes: más fiebre, cansancio y tos que catarro y flema. Que si se producían complicaciones sería únicamente en personas vulnerables. ¿Y cuáles eran estas personas vulnerables? Bueno, las personas con lo que se llaman ‘patologías subyacentes’: diabetes, hipertensión, edad superior a los sesenta y cinco años, y personas con el sistema inmunológico deprimido por diferentes causas. Ya. Suficiente. Pero nada más decirlo se empezó a crear un ambiente de pánico que parecía sobrepasar cualquier expectativa. El aislamiento, la búsqueda desesperada de respiradores, la preparación de unidades de emergencia y terapia intensiva (en los países en donde la gente tiene gobiernos que se preparan para este tipo de cosas). ¿No era exagerado?
Se hablaba también de que la mortalidad, en circunstancias normales, era inferior al cinco por ciento. Pero de un rato a otro todo el mundo entra en pánico, y no solamente eso: en una ciudad como Guayaquil comienzan a aparecer cadáveres desperdigados por la calle porque las morgues y los crematorios no se dan abasto. ¿Cómo es esto? Según ciertas informaciones, mueren, además, bebés, hombres y mujeres en la flor de la edad, y bueno, lo que dijeron: personas adultas mayores.
En el ámbito local se habla de menos de cien muertos (cifras oficiales), pero en realidad solamente en un par de horas se ve mucho más de cien en noticias y videos en redes sociales. De tal manera que una termina preguntándose si será la misma enfermedad del tres por ciento de muertos en circunstancias normales.
Nos mandan a desinfectarnos cada vez que salimos de casa como si trabajáramos limpiando alcantarillas y pozos sépticos. Nos conminan a un encierro inaudito. Quédate en casa y no salgas absolutamente para nada para que baje la curva de contagio. ¿Por qué? Por si acaso. Porque si bien puede darte solo algo así como una gripe fuerte de repente también te da una neumonía en donde la flema se petrifica y marcaste calavera. Pero no estoy en grupo de riesgo. No importa, sin darte cueenta puedes pasarte al grupo de riesgo el rato menos pensado. Y morir. Y quedarte tumbada en una calle cinco días, como dicen que pasa en la Costa.
¿Se entiende? Por otro lado circulan listas de enfermedades actuales con índices de mortalidad mucho mayores. Pero nadie te ha mandado a tu casa a encerrarte por tres meses para que no te pique el zancudo que te provocará el dengue, para que no tengas un accidente de tránsito, ni te obligan a comer sano y hacer ejercicio para demorar la irrupción del cáncer.
Insisto… ¿entienden?
¿Qué hay detrás de la intención de parar el mundo, de aislar a las personas, de impedir las reuniones y el contacto humano? ¿Solo prevenir el contagio de una enfermedad que, según ellos mismos, no es tan complicada como por otro lado pretenden hacerte creer?
Nadie se atreve a salir (obvio, de pronto es cierto), pero tampoco nadie se atreve a preguntar nada. Dócilmente trapeamos los pisos con cloro, y le echamos alcohol a todo lo que traemos de la calle. Nos comunicamos con los nuestros a través de una pantalla, preguntándonos si algún día los volveremos a abrazar.
Demasiadas incoherencias. Demasiados cabos sueltos. Demasiadas preguntas sin respuestas. Demasiado miedo sembrado en el ambiente… ¿o no les parece así?