El dato es escueto, simple, y está perdido en medio de una noticia trágica y terrible que da cuenta del abandono en el que se encuentra el pueblo de Guayaquil y el país en general. Quien relata la historia dice que solamente encontró un ataúd por la ‘módica’ suma de mil trescientos dólares para poder enterrar a su padre.
Paralelamente a este hecho, mi amigo, el escritor y poeta Cristian Avecillas relata el conmovedor hecho de un migrante venezolano que transformó uno de sus muebles en un ataúd para que uno de sus vecinos tuviera un sepelio digno en una de las barriadas pobres de la misma ciudad.
Eso es el Ecuador, y espero que no sea el resto del mundo. Alguien creó una vez un programa, o algo similar, que se llamaba ECUADOR, PAÍS DE CONTRASTES, y así es.
Porque aquí hay muchísimos contrastes, nadie lo puede negar. Y este que se relata aquí es de los más brutales: mientras el negociante no vacila en aprovecharse para medrar de la tragedia ajena, el migrante que ha vivido hambre y privaciones es capaz de despojarse de uno de sus bienes para apoyar a sus vecinos en el trance de la muerte de un ser querido.
Es un gesto sencillo y conmovedor que habla de quien ha sufrido y se ha hecho mejor en el sufrimiento. Posiblemente no salga de la pobreza, pero no le hará falta, aunque sufra privaciones y escasez, porque la riqueza de su corazón suple cualquier otra falencia. Ni siquiera se sabe su nombre, y no hace falta, porque él ya es un arquetipo de la solidaridad y la ternura humanas.
Mientras tanto, algunos potentados del Ecuador están anunciando realizar donaciones caritativas para la crisis, demostrando que se les ha ablandado el corazón, pues cuando les fueron perdonadas ingentes sumas de dinero de sus obligaciones fiscales por parte de este servil gobierno ninguno de ellos fue capaz de decir algo así como: «Muchas gracias, señor Presidente, pero como esos son dineros que mi país necesita para progresar y crecer yo declino su ofrecimiento y pago lo que me corresponde». Cuánto habríamos admirado ese gesto. Nos habríamos sacado el sombrero o lo que fuera ante él… Pero resulta que a ninguno se le ocurrió. O mejor dicho, si a alguien se le ocurrió se arrepintió en seguida. La honestidad y la integridad no dan tantos réditos mediáticos y políticos como la caridad que se hace pública.
Este viernes se recordará la crucifixión de un personaje al que, antes de que sus descendientes ideológicos endiosaran, los religiosos de su tiempo torturaron, humillaron y asesinaron brutalmente, según cuenta la leyenda. Fue ese personaje en cuyo nombre muchos defienden la propiedad privada, la pena de muerte, el ritualismo aberrante y la segregación religiosa (!), quien dijo, respecto de hacer el bien y exhibirlo: «Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda», y también ese bello texto llamado «Solo por hoy», en uno de sus postulados, expresa: «solo por hoy le haré un bien a alguien sin esperar recompensa y sin que nadie lo sepa; si alguien se enterara, esto no contaría».
Porque, al igual que el empresario fúnebre aprovechado y cruel que infla los precios de sus servicios a partir de la tragedia ajena, los banqueros y empresarios, quizá menos burdos pero no menos ‘vivos’, al hacer el teatro de las donaciones también están sacando réditos de la desgracia. Solo que deberían recordar que, como reza el lema citado: «si alguien se enterara, no contaría». Así que, señores, entérense: no cuenta.