El catastrófico manejo del gobierno ecuatoriano del COVID-19

“Padres enloquecidos de dolor llegaban a los hospitales preguntando por sus hijos. Esposos buscaban desesperadamente a sus mujeres, hijos a sus padres…”

Sobreviviente de Hiroshima

El Ecuador libra dos grandes batallas, la primera contra los estragos directos de la pandemia del COVID-19 y la segunda contra las secuelas de un capitalismo brutal que estos últimos tres años desmanteló la política económica, comunicacional, educativa y de salud del país.

Nuestro país vive escenas propias de países que atraviesan o han vivido contextos de guerra o postconflicto. En Guayaquil el sistema sanitario y el sistema mortuorio colapsaron. Los hospitales y morgues desbordadas no tienen capacidad de atender a los enfermos y dar servicios fúnebres para los fallecidos. Ni el aparato estatal, ni el municipal tuvieron la capacidad de dar trámite a los cientos de defunciones. Hubo casos donde las familias tuvieron que mantener a su difunto entre 3 y 10 días en sus casas.[i] Cientos de cadáveres envueltos en bolsas o sábanas fueron encontrados en las calles o en las afueras de los hospitales.

Algunas familias se vieron obligadas a trasladar a sus muertos hacia otras localidades, muchos escondidos en los baúles de los autos o simplemente haciéndolos pasar como dormidos. Por todos los medios, los ciudadanos querían evitar el drama de aquellos que ya habían emprendido peregrinajes siniestros en búsqueda de sus muertos en los hospitales, contendedores y morgues. Relatos verdaderamente ominosos, que pensábamos solo posibles en películas de horror o en las guerras de antaño. Frente a estas tragedias, el Estado, además de la habitual desinformación y discursos justificativos, nos ha hablado con un lenguaje militarizado propio de la postguerra: fosas comunes, tumbas anónimas (NN), largas, imprecisas e interminables listas y filas en los servicios de salud y morgues, restos sin identificar en medio de cuartos llenos de cuerpos sin vida, sangre y olores putrefactos.

«Era desolador. Cuerpos en el piso en estado de descomposición, otros recién fallecidos y ahí estaba mi papá, todo desparramado, sin nombre, sin pulsera de identificación, por eso no me lo encontraban y nunca lo iban a encontrar porque no tenía nombre»[ii]

Según el testimonio de varios médicos y enfermeras, quienes pidieron reserva de identidad por temor a sanciones: “Lamentablemente mandamos a las personas a morir en la casa porque no tenemos nada que ofrecer […]”.[iii]La imposibilidad o simplemente la dilación de dar sepultura y realizar los consecuentes ritos culturales o religiosos constituyen experiencias que suponen un enorme impacto psicológico para los familiares, que se suma a la pérdida del ser amado y hace de ésta una experiencia prolongada, traumática y dolorosa.

Quienes no vivimos en Guayaquil, a quienes no nos ha tocado vivir esta tragedia ¿entendemos realmente el alcance en nuestra sociedad de estas vivencias traumáticas? A continuación, esbozo algunas ideas y conceptos para señalar que los impactos psicosociales de esta pandemia necesitan mayor atención. Así también, reflexiono sobre la falta de políticas en salud mental para los grupos más vulnerables. Políticas que deben ir más allá de las herramientas de autoayuda que han surgido recientemente en el mundo entero para aliviar el malestar que el aislamiento ha creado en aquellos sectores más privilegiados de nuestras sociedades.

Empiezo exponiendo que un proceso de duelo “normal” implica una serie de procesos psíquicos y sociales (costumbres y ritos) que permiten elaborar el dolor de la pérdida de un ser (u objeto) amado. Este proceso implica un esfuerzo y un trabajo psicológico, además de tiempos y lugares (funeral, cementerio) establecidos para que llevemos a cabo estos ritos que nos van a permitir simbolizar nuestra pérdida, aceptarla, llorarla y solo entonces seguir adelante. Los restos humanos son los que las leyes de la cultura demandan enterrar como símbolo de la humanidad de la persona fallecida y como un elemento de civilizatorio de la sociedad. Ya Antígona, la heroína de la tragedia griega escrita por Sófocles, nos aleccionaba sobre el incuestionable derecho de los seres humanos a acceder a los ritos funerarios. 

En Ecuador, hemos llegado al punto en el que poder enterrar y realizar el duelo de nuestros seres queridos ha sido una tarea casi imposible y se ha convertido en una vivencia traumática muy fuerte. Nos encontramos frente a escenarios grotescos en los que la gente, en su mayoría muy pobre, debe atravesar por tortuosos trámites en medio de la muerte, el dolor, el hambre, la incertidumbre y los olores fétidos en los que no hay cabida para asimilar el dolor y la pérdida del ser amado. En Guayaquil, con sus debidas diferencias, se repite lo que Agamben reflexionaba sobre los campos de concentración: «en Auschwitz no se moría, se producían cadáveres, cadáveres sin muerte»[iv]. En Guayaquil, un acontecimiento límite como la pandemia, ha despojado no solo la vida a las víctimas, sino también de su muerte misma y su dignidad humana. En lugares en los que se produjeron conflictos de violencia masiva por problemas territoriales, religiosos, políticos (Ruanda, Guatemala, Perú, Burundi, la antigua Yugoslavia, Camboya, entre otros) estos derechos a la vida y la dignidad humana se rompieron en perversas formas.

Trabajando en contextos humanitarios y de postconflicto aprendí el significado de lo que los psicólogos conocemos como duelo congelado o duelo traumático. El duelo congelado es una forma de duelo que no encuentra salida al dolor, que no logra tramitarse, es un dolor se ha cronificado, se ha enquistado en la persona y se manifiesta de diversas formas (tristeza, rabia permanente, enfermedades, relaciones sociales y familiares alteradas, entre otras). Este tipo de duelo traumático necesitará de formas de apoyo especializadas y de contextos facilitadores que ayuden a canalizar apropiadamente los afectos.

Los duelos congelados son muy comunes luego de situaciones de guerra o conflicto interno, pues la vivencia es extrema y el contexto social en el que se vive es un ambiente adverso. Un ambiente en el que las personas no sienten el apoyo o soporte de las estructuras sociales y políticas creadas para proteger y salvaguardar (Estado, policía, justicia etc.), pues dichas estructuras no cumplen con su función. “[L]o traumático se construye como tal por su cualidad de sobrepasar la capacidad del individuo de protegerse contra la destrucción”.[v]

El duelo asociado a situaciones traumáticas en contextos humanitarios tiene una serie de características que le hacen ser especialmente único y complejo. Las muertes producidas en Guayaquil a causa del COVID-19 cumplen con muchas de estas características, las mismas que detallo a continuación:

  • Carácter masivo
  • Carácter múltiple (pérdida, quizás, de más de un familiar, salud, trabajo)
  • Carácter súbito
  • Posible brutalidad o existencia de imágenes traumáticas asociadas a la muerte.
  • Preocupación por el sufrimiento del familiar antes de la muerte.
  • Ausencia de restos. Cuando los restos no pueden ser identificados y, con ello, hay una imposibilidad o dilación para llevar a cabo los ritos y funerales de manera individual.
  • Necesidad de aplazar el duelo por las condiciones del momento.
  • Dificultad para establecer responsabilidades y sensación de impunidad de los responsables.[vi]

El drama de envolver los cuerpos en plásticos, mantas o tener que dejarlos en la calzada o en medio de la calle constituyen elementos disparadores de duelos traumáticos y en muchos casos de desestructuración psíquica. Dicha desestructuración puede presentarse en el mismo momento o puede ser diferida, por ejemplo, para cuando la emergencia haya terminado. Normalmente, aquí recomendaría que los servicios de salud mental y atención psicológica deberían estar preparados para atender estas situaciones, pero en Ecuador el sistema de salud no ha podido ni siquiera poner en marcha algunas medidas básicas para controlar la pandemia. Me temo que, una vez más, las políticas en cuanto a salud mental en Ecuador serán desatendidas o mal-atendidas en el mejor de los casos.

La destrucción del aparato estatal ecuatoriano por parte del gobierno de Lenin Moreno nos envió a esta guerra, prácticamente desnudos y sin armas. El resultado, los ecuatorianos y ecuatorianas nos enfrentamos a las consecuencias a la mayor recesión mundial del siglo y lo hacemos con un nuevo trauma atravesando a nuestro pueblo. Nuestra gente no solo ha perdido la vida, la salud, el empleo, la educación, sino que ha perdido hasta el derecho a una muerte digna y serena.


[i] «Cuerpos en el piso en descomposición y ahí estaba mi papá», el relato de “Silvia” de la búsqueda del cadáver de su padre. Disponible en: http://www.pichinchacomunicaciones.com.ec/cuerpos-en-el-piso-en-descomposicion-y-ahi-estaba-mi-papa-el-relato-de-silvia-de-la-busqueda-del-cadaver-de-su-padre/?fbclid=IwAR1xtDKWN-KnZc1V_zj0vTFMLIK8iVLK5g-hDao86J98XwHpijPvb1zk8n8

[ii] Ibíd.

[iii] Un cuerpo de salud debilitado espera lo peor de la pandemia en Guayaquil: testimonio de varios médicos. Disponible en: https://republicadelbanano.com/2020/04/07/un-cuerpo-de-salud-debilitado-espera-lo-peor-de-la-pandemia-en-guayaquil-testimonio-de-varios-medicos/?fbclid=IwAR35kycE0aw51qiMb8vDaP0zUHIuv6ZOFMb_XRUquZpYdC2IaVp2o9sPIRY

[iv] Agamben, G., Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III, Pretextos, Valencia, 2000, p.74.

[v] Gerson, S., cuando el tercero está muerto Memoria, Duelo y ser Testigo después del Holocausto, p.19.

[vi] Pérez, P., Trauma, Culpa y Duelo. Hacia una psicoterapia integradora, p. 162.



[i] Investigadora sénior afiliada al Instituto de Criminología de KU Leuven. Docente en el Departamento de Ciencias Políticas de la Central European University.  Obtuvo su doctorado en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de Gante, Bélgica. Trabaja como consultora técnica en temas psicosociales para organismos como Justice Rapid Response (JRR), Corte Penal Internacional (CPI), ONU-Mujeres, PNUD, la Comisión de la Verdad de Ecuador, Instituto Interamericano de Derechos Humanos, Brigadas Internacionales de Paz (PBI), entre otros. Cuenta con más 15 años de experiencia en programas de justicia transicional y procesos de apoyo psicosocial para víctimas y comunidades en situaciones de violencia política en países como Colombia, Jordania, Uganda, República Democrática del Congo, Irak, Gambia, México, Ecuador, entre otros.

Por Editor