Por Gina Donoso

En el documental “Muchedumbre 30S” se narra cómo Juan Pablo Bolaños, el joven que perdió la vida defendiendo a su Presidente y a su país, le decía a su hermano ante el inicio de los eventos del 30S  “el país está loco”.  Jamás imaginamos la trágica combinación de locura, ineptitud y franca crueldad que nos tocaría vivir 11 años más tarde. Efectivamente, ese día era “el mundo al revés”. Desde un punto de vista lacaniano, diríamos que la Ley simbólica que ordena nuestra sociedad se trastocaba peligrosamente. En las calles, los policías, cuyo mandato es proteger a sus ciudadanos, disparaban y agredían a civiles y a periodistas de los medios públicos. Mientras que la ciudadanía, armada únicamente con algunos carteles, sus convicciones y su profundo amor a la Patria, salía a defender a su Presidente. Los policías criminales actuaron en contra de todo principio humanitario, entraron violentamente a un hospital lleno de niñas y niños, personas enfermas y personal médico que nada tenía que ver con su revuelta, que con pánico e impotencia se escondían bajo sus camas. Asimismo, cobardemente bloquearon ambulancias que transportaban heridos. Y por si fuera poco, agredieron y quisieron atentar contra la vida del Presidente del República elegido democráticamente por el pueblo.

Como ecuatorianos y ecuatorianas, tenemos la obligación de recordar nuestra memoria histórica para que estos hechos nunca vuelvan a suceder, condenar estas conductas criminales que nos tienen que avergonzar e indignar como pueblo. Es un deber y un acto ético y político de memoria viva. Muchos mintieron y hasta hoy niegan todo el horror que vivimos ese 30S como ciudadanos y como pueblo, pero la verdad siempre prevalecerá.

Como dice Fals Borda (1985), “la verdad es básicamente un conocimiento válido y útil para determinados fines y que funciona con ‘verdades relativas’, al servicio de ‘quienes la producen y controlan’”. Es decir, es preciso interrogar cuáles son las consecuencias y en beneficio de quiénes se instauran éstos regímenes de verdades relativas. Ya en el contexto del 30S, ¿quiénes estaban interesados en debilitar al gobierno de Rafael Correa e incluso pedían su muerte, como revelan videos y audios de la misma Policía Nacional? ¿Qué fuerzas políticas estuvieron detrás de aquellos acontecimientos? ¿Tal vez aquellas que en la misma tarde del 30S exigían perdón y olvido para los policías implicados? Finalmente, no todas las “verdades” tienen el mismo valor sino, como afirma Harris (1982), “la historia de Dachau nos la podrían contar el miembro de la SS y el prisionero;  […] la de la Universidad de Kent State, los miembros de la Guardia Nacional y los estudiantes muertos por la espalda. Pero solo un cretino moral sostendría que todas esas historias son igual de verdaderas”.

Hace un tiempo, cuando Moreno aún estaba en el poder, yo ya alertaba sobre como el viaje al mal se hace en pasos pequeños. Reflexionaba como una vez que nos han acostumbrado a la descalificación, la difamación, al insulto, la demonización, la persecución, la prisión arbitraria, la justicia mediática y demás canalladas que hemos vivido en años recientes, el paso siguiente es la violencia pura y dura. Este proceso facilita una permisibilidad social perversa por el cual otros posibles nuevos horrores no parecerían tan descabellados. Lastimosamente, esos horrores llegaron y los estamos viviendo ahora. No en vano hablamos del lawfare como el nuevo Plan Cóndor en Latinoamérica.

Hoy más que nunca, que la persecución política es innegable, que la crisis carcelaria, sanitaria y económica esta violentado los cuerpos y la vida de nuestra gente más humilde, recordamos a teóricos sociales como Jankélevitch (2005), Dobles (2009), y Jelin (2003), quienes hablan incluso del deber ético y político de mantener la memoria social, la misma que vincula estrechamente a cualquier proceso de verdad, justicia y reconciliación social.  

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