Ocurrió lo que nunca debió haber ocurrido: durante siete segundos, más o menos, de una entrevista en Telesur que duró más de veintiséis minutos, al expresidente Rafael Correa se le escapó que él incluso apoyaría a cualquier persona con liderazgo, ‘como Nebot’ para que tome el timón de este país que va a la deriva.
Se equivocó, sí, es verdad. Olvidó lo que Nebot significó durante años para este país. Olvidó que ahí estuvo cuando asesinaron y torturaron a Juan Carlos Acosta Coloma, a Consuelo Benavides, a Arturo Jarrín, los hermanos Restrepo y tantos otros. Se le pasaron los bemoles de la administración social ‘cristiana’ de más de un cuarto de siglo en la alcaldía de Guayaquil y los desastrosos efectos que ahora estamos mirando, obviamente también a causa del desmantelamiento del sistema público de salud por parte del gobierno central.
En seguida, san Jaime Nebot, el mejor demócrata que en el mundo ha sido, dijo que él no entraría ‘por la ventana’ a la política y se aprovechó de la situación para quedar bien, como lo suele hacer, viejo político fogueado en la antiética disputa política de nuestro país.
Es cierto que Rafael Correa tal vez no eligió el mejor nombre para poner su ejemplo. Y es triste que en ese momento el cúmulo de emociones acumuladas no le haya permitido pensar en ninguno de sus compañeros de lid (tal vez porque no dan la talla o las circunstancias no se lo permiten) o en algún otro ciudadano apto. Pero lo realmente sorpresivo fue la reacción de ciertos correístas que arremetieron contra su lider como si les hubiera metido, cual Nebot mismo en sus buenos tiempos, fósforos encendidos debajo de las uñas.
De repente, cundió la más espantosa decepción y creo que muchos incluso decidieron votar por el mismo Nebot, pero de las puras iras.
Endiosar a una persona, por excelente que haya sido su gestión, siempre puede traer sus bemoles. Y más si nos identificamos con sus afectos y desafectos y si sus opiniones, ejemplos y enseñanzas determinaron los nuestros en mucho porque iban de la mano de una visión política marcada de una ética esencial que la que siempre sintonizamos.
Ya alguna otra vez Rafael Correa ha tenido esos deslices por suponer que en la derecha ecuatoriana también es posible que haya algo medio decente. Es una suposición triste porque sencillamente tiene una sola respuesta: NO. Y en la extrema izquierda tampoco. La política ecuatoriana es un desierto de mezquindad que provoca ganas de cambiarse de planeta. Rafael Correa debe entender de una vez por todas que no lo odian porque haya habido en su gobierno algún caso de corrupción, no lo odian por temas ideológicos ni de creencias, ni siquiera lo odian por no ser servil o por no pertenecer a su mismo círculo. Lo odian porque HIZO LAS COSAS BIEN. Porque se permitió amar a un país al que ellos desprecian tanto o más que a él y del que se sirven, además, para seguir teniendo privilegios que fueradel contubernio político semi delincuencial jamás se habrían podido conseguir.
Sin embargo, pienso que quienes reconocemos el valor de su obra y los méritos innumeralbes de su administración debemos desenfocarnos del dramatismo inútil de centrarnos en los errores, más de forma que de fondo, y volver la mirada hacia lo que nos hizo admirarlo y defenderlo: el amor incondicional por su país, y por su gente. Gente que, por otro lado, no siempre paga bien.
También es importante recordar aquella máxima de la pedagogía y de la amistad: elogiar en público, reprender en privado. ¿Qué impresión damos al volcarnos, llenos de amargura, a reprocharle en las redes sociales lo que considero una equivocación, sí, pero jamás equiparable a la grandeza de su trabajo por el Ecuador? ¿No estamos contribuyendo a constituirlo a él y a nosotros en pasto de la voracidad de nuestros enemigos?
No seamos como el que recibió educación para sus hijos y salud gratuita para toda la familia, amén de estabilidad laboral, subsidios y redistribución de la riqueza, pero terminó desmarcándose de la tendencia política porque los medios se quejaban de que ‘Correa era grosero’. Es en la hora del desliz y la desesperación cuando más comprensión y apoyo necesita la gente, incluso nuestros líderes más fuertes y tenaces.