Llevamos ya cerca de cumplir la cuarentena, al menos técnicamente. Treinta y seis o treinta y siete días, y creo que todavía no tenemos muy claro lo que está pasando.
Recuerdo los primeros días, cuando las noticias daban cuenta de la situación de Wuhan, cuando nos decían que solamente había que lavarse las manos y tal vez ponerse algo de desinfectante. También nos decían que no había nada qué temer porque la mortalidad era inferior a la de una gripe común (o algo así, ya ni me acuerdo).
De un rato para otro, tuvimos que tomar todas las precauciones del caso, llenarnos de gel desinfectante y encerrarnos en nuestras casas.Dejar de abrazarnos, de estrecharnos las manos, de compartir tiempo y compañía física con los nuestros. Y así…
Las noticias que corren sobre el virus son contradictorias. Nadie conoce totalmente al virus. Nadie sabe exactamente de qué se muere la gente. Dicen que solamente se muere la población vulnerable, pero de repente resulta que no es tan así porque también se mueren personas que no parecían tan vulnerables.
Y mientras algunas ciudades e incluso países comienzan a superar trabajosamente la pandemia, otros, como nuestro país, sucumben a una mortandad nunca vista, al menos no en los últimos tiempos. La ciudad de Guayaquil se llena de muertos al nivel de que colapsan los sistemas funerarios y se producen hecatombres diversas.
No vamos a hablar aquí del comportamiento de los gobernantes que, concretamente en mi país, y salvo honrosísimas excepciones, han ido desde la total negligencia hasta el cinismo más cruel e irrespetuoso, pasando por la estulticia, la burla procaz y la infame pesca a río revuelto para satisfacer a unos cuantos potentados que, aparentemente, lo que desean es vernos muertos lo más pronto posible.
Es curioso que en un tiempo de tanta información, y con tantos datos a la mano, en el fondo estemos tan mal informados. La prensa y los medios tradicionales se llenan de medias verdades a conveniencia del sistema al que sirven. Las redes sociales traen datos quizá más veraces, pero al mismo tiempo también cunden los rumores y resulta casi imposible separar el trigo de la paja. También aparece la medicina alternativa, y por la ferocidad con que es censurada parecería que lo que afirman sí sirve y que, si se le hace un poco más de caso tal vez termine echando por tierra un par de buenísimos negocios.
Las teorías de la conspiración también aportan a la información y a la confusión general: el virus fue lanzado con toda la intención del caso, y hecho en un laboratorio, además. Todo esto de la cuarentena es un experimento social para aislarnos poco a poco. Las vacunas, que además se tardan un trozo, llegarán con un microchip para volvernos obedientes e improductivos.
Y así.
¿Qué será? Tantos días en casa y sin saber qué hace el mundo mientras nosotros nos atiborramos de cursos gratuitos por internet, teletrabajamos, reordenamos nuestra casa.
Algunos, los más sensatos, se dan cuenta de que hay demasiadas cosas sin ningún control, menos una sola: lo que podemos aprender de esta experiencia, y que no es igual para todos, sino distinto para cada persona. Qué lección sacaremos de este tiempo confuso, engañoso y en donde muchos de los que están en el poder se las han ideado solamente para cometer fechorías aprovechando el encierro del pueblo. De qué lado nos pondremos cuando todo pase (porque por más que dure, todo pasa) y se haga necesario tomar partido por el capital o por el ser humano.
¿Nos crecerá la consciencia para mejorar el mundo? ¿O se nos habrá achicado el entendimiento al mezquino tamaño del provecho personal y el egocentrismo enfermizo? ¿Entenderán por fin las clases medias y las grandes mayorías que el bien común es la base del verdadero bienestar individual?
¿Será?

Por Editor