Carol Murillo Ruiz
¿Por qué un gran segmento de la sociedad ecuatoriana guarda silencio ante un gobierno que maneja descuidadamente la política y la economía, y que no usa la comunicación oficial para informar con transparencia –a la ciudadanía- sobre lo que hace o deja de hacer? Una pregunta que quizá muchos se formulan pero el desaliento anímico inducido por varios medios ha instalado en el país la idea de que lo que viene del poder de turno está bien porque ‘todo’ lo anterior fue malo.
Lo cardinal es entender, hoy, que la comunicación oficial sí existe –atada a los medios privados- con una estrategia de goteo y manejo de las subjetividades a partir de la perplejidad y el descreimiento social. Pareciera que la política ha vuelto al cuarto oscuro de las elites donde se pacta el rumbo del Estado y los puentes que éste facilita para que lo privado marque el destino nacional.
Esa comunicación lenta y emocional, que se administra gracias a una figura presidencial frágil, permite relativizar, por ejemplo, la dimensión de unas medidas económicas que no están claras, aún hoy, en su totalidad, para nadie, y su ejecución es parte –también- del goteo de la crisis de la que tanto se habla para angustiar y amilanar a la población; aunque el cuco venga precisamente de un equipo de gobierno que disimula su accionar en una política de comunicación afianzada por la medición subrepticia de la moral de la opinión pública.
Habría que hacer notar que una porción de la sociedad, esa que guarda silencio porque ha olvidado que la política está más allá de los palacios y de las instituciones públicas o privadas, ya capta que el actual Presidente ofreció una cosa y hace otra. Además, ya se cuestiona si existe realmente liderazgo en alguien que ha depositado la gobernabilidad en manos de un conjunto de personas que deambulan tanto dentro del Ejecutivo cuanto fuera de Carondelet: la selección de los nuevos ministros es prueba de aquello; amén del revés institucional tramado por la Junta de Notables.
Tal es la incertidumbre que soporta el país y, en consonancia, el terrible conflicto de la frontera norte, verbi gratia, es operado por esa estrategia de únicamente generar pánico y no establecer parámetros de sabiduría y prudencia política.
La política no puede ser desplazada por el goteo de noticias parciales y escándalos semanales, por decir lo menos. Más temprano que tarde la tupida cortina de la corrupción y del terror que viene de afuera, esparcidos como globo de ensayo de distracción social y política (gracias a la exacerbación del instinto moral individual y colectivo) pasará y el auténtico poder, ese que estuvo –está- a la caza de los débiles y faltos de convicciones, será descubierto y castigado por la gente.
Ergo, es indispensable pensar al Ecuador desde abajo, en las plazas, en los centros de trabajo, en las casas, en las vecindades, en las salas de emergencias de los hospitales, en las filas del seguro social, en los buses atestados, en las paradas más peligrosas de los suburbios. Ahí está el país.
Ningún goteo del virus del poder puede hacer que la gente deje de sentir, de hablar, de protestar, de unirse. A casi un año de vivir la fatalidad de tener un gobierno que mutó en dictadura del ánimo social, es preciso redimir la esperanza y hacer política aquí, allá y acullá.