Por Carolina Andrade

Hace más de un año, se propagaba una de las amenazas existenciales más importantes de inicios del siglo XXI: la pandemia del COVID19. Una amenaza para la existencia y continuidad misma de la vida humana.

A pesar de las advertencias, el mundo no estuvo preparado. Aunque funcionarios de salud pública, expertos en enfermedades infecciosas y comisiones internacionales de alto nivel han permanentemente advertido sobre el riesgo de posibles pandemias, los Estados y la comunidad internacional no lo han tomado en serio ni implementado suficientes acciones preventivas (Panel Independiente para la Preparación y Respuesta ante una Pandemia, 2021 (https://theindependentpanel.org/wp-content/uploads/2021/05/How-anoutbreak-became-a-pandemic_final.pdf)).

Al contrario, los brotes de enfermedades infecciosas se han acelerado. Desde inicios del año 2000, además del SARS han surgido los virus de la influenza, del Ébola y del Zika. La epidemia del VIH –surgida en el siglo pasado– sigue propagándose, sin una vacuna efectiva y ha cobrado la vida de más de 32.7 millones de personas (ONUSIDA, 2019), es decir, casi diez veces más las muertes provocadas por el COVID19 hasta el momento (Johns Hopkins University, 2021).

El crecimiento acelerado de la población –en un contexto marcado por desigualdades– junto al aumento de tensiones sanitarias y ambientales, impulsan patógenos emergentes que seguirán provocando nuevas enfermedades infecciosas. A esto se suma que los viajes aéreos se han cuadriplicado desde 1990, lo que significa que un virus puede llegar a cualquier lugar del mundo en cuestión de horas.

La crisis del COVID19 nos ha dejado varias lecciones. El mundo debe estar preparado para nuevas pandemias; al mismo tiempo que, si no se toman acciones inmediatas, en el futuro se las enfrentará en medio de sequías, huracanes, inundaciones, incendios, inseguridad alimentaria, migración forzada, entre otros efectos severos de la crisis climática. Imaginemos, por un momento, un nuevo escenario de crisis sanitaria, sin producción ni distribución adecuada de alimentos por el calentamiento global. No se puede esperar más tiempo.

La última evaluación anual de amenazas de la Comunidad de Inteligencia – CI de los Estados Unidos, presentada por la Oficina de la Directora Nacional de Inteligencia, es muy clara y alerta sobre estas urgencias a priorizar por parte de los organismos de seguridad en un mundo post-COVID19 (ODNI, 2021 (https://www.dni.gov/files/ODNI/documents/assessments/ATA-2021-UnclassifiedReport.pdf)): “[…]

La complejidad de las amenazas, sus intersecciones y el potencial de eventos en cascada en un mundo cada vez más interconectado y móvil crean nuevos desafíos para la CI. Los cambios ecológicos y climáticos, por ejemplo, están relacionados con riesgos para la salud pública, preocupaciones humanitarias, inestabilidad social y política, así como rivalidad geopolítica […]”.

A nivel latinoamericano, los gobiernos no han logrado ponerse de acuerdo en una visión regional por lo que no existe un documento oficial equivalente sobre amenazas. En 2019, el Instituto Igarapé publicó “Clima y Seguridad en América Latina y el Caribe” (https://igarape.org.br/wp-content/uploads/2019/12/2019-12-02-publication-Climaand-Security-EN-web.pdf) para alertar sobre la relación clima y seguridad, así como hacer conciencia a los tomadores de decisión sobre la necesidad de lograr mecanismos de gobernanza regional. En el caso de Ecuador, el Plan Específico de Inteligencia 2019-2030 identifica como amenaza para la seguridad del Estado, la “degradación ambiental” y como riesgo las “catástrofes naturales” (CIES, 2019 (https://www.defensa.gob.ec/wpcontent/uploads/downloads/2019/07/plan-nacional-inteligencia-web.pdf)). No se profundiza más.

Prepararse y anticiparse ante amenazas existenciales como la crisis climática y la desaparición de la biodiversidad no significa perder de vista amenazas tradicionales para América Latina como el origen del crimen organizado y el narcotráfico con sus delitos conexos o los riesgos a la seguridad de la información estratégica del Estado. Le corresponde a los organismos de seguridad, defensa e inteligencia adaptar su planificación estratégica y capacidades al nuevo panorama global. Clima y Seguridad

La paz es más que la ausencia de guerra. Lograr una paz sostenible no significa solo estrategias, planes, políticas y acciones para prevenir el estallido, la escalada o la continuación de un conflicto; sino sobretodo abordar la exclusión, la discriminación, las desigualdades y las violencias estructurales.

En 1994, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo – PNUD abordaba por primera vez a nivel internacional, el concepto de seguridad humana. Esto en un contexto de altas hostilidades geopolíticas, marcadas por una visión clásica de Seguridad Nacional. De esta forma, se mencionaba que:

“El concepto de seguridad se ha interpretado en forma estrecha durante demasiado tiempo: en cuanto seguridad del territorio contra la agresión externa, o como protección de los intereses nacionales […] La seguridad se ha relacionado más con el Estado-nación que con la gente. Las Superpotencias estaban trabadas en una lucha ideológica, librando una guerra fría en todo el mundo […] Se dejaban de lado las preocupaciones legítimas de la gente común que procuraba tener seguridad en su vida cotidiana. Para muchos, la seguridad simbolizaba la protección contra la amenaza de la enfermedad, el hambre, el desempleo, el delito, el conflicto social, la represión política y los riesgos del medio ambiente. Al disiparse la penumbra de la guerra fría, puede verse ahora que muchos conflictos surgen dentro de los países más que entre ellos”.

De una visión estado-céntrica de seguridad nacional, se insta a avanzar hacia una de seguridad humana. A diferencia de conceptos tradicionales de seguridad que colocan al Estado como prioridad, el nuevo enfoque sitúa al ser humano como eje central y transversal en las prioridades de los órganos de seguridad, defensa e inteligencia

En este contexto, la crisis climática es el mayor desafío de nuestro tiempo y una amenaza existencial compartida por todas las naciones del mundo. Si no tomamos medidas hoy, aumentará el riesgo de conflictos violentos, creará amenazas a la seguridad humana y desafiará la recuperación de conflictos y la consolidación de la paz, especialmente en las poblaciones más vulnerables.

Treinta años después de la creación del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático – IPCC y las primeras advertencias científicas claras sobre las implicaciones del cambio climático para la seguridad internacional, algunos de los riesgos de seguridad proyectados se están materializando de manera significativa.

Para el año 2100, en un escenario de aumento de la temperatura global de 1.5ºC, se espera que el nivel del mar crezca entre 26 y 77 cm. Esto significaría que cerca de 10 millones de personas se encontrarán expuestas a inundaciones, ciclones y daños de infraestructuras en zonas bajas del litoral y territorios insulares. Desde la región de Hampton Roads de los Estados Unidos –que alberga la mayor concentración de capacidad militar en el mundo– hasta las Islas Galápagos en Ecuador, el aumento del nivel del mar representa una amenaza existencial a la soberanía de estos territorios. Esto a su vez provocaría migraciones forzadas, refugiados climáticos, aumento de la pobreza y desigualdad, entre otros efectos a la paz, estabilidad y seguridad humana.

En el escenario de un aumento de las temperaturas de más de 1.5ºC, un 37% de la población mundial estaría expuesta a olas de calor extremo y 410 millones de personas sufrirían sequías y falta de agua. Esto afectará la seguridad alimentaria, el aumento de la desnutrición y pobreza, así como la migración forzada y la pérdida de trabajo digno. Cada diez años existiría un verano sin hielo en el Ártico y con una alta inestabilidad en las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida, lo que podría traducirse, entre otras cosas, en el aumento del nivel del mar en más de un metro, así como en la reactivación de virus, bacterias y esporas congeladas, provocando el aparecimiento de nuevas infecciones y epidemias difíciles de controlar (IPCC, 2019 (https://www.ipcc.ch/site/assets/uploads/sites/2/2019/09/IPCC-Special-Report-1.5- SPM_es.pdf)).

Estos posibles escenarios tendrán además implicaciones geopolíticas. El Ártico se está calentando casi tres veces más rápido que otras partes del planeta, desde 1970 ha perdido cerca de las tres cuartas partes de su volumen. Estos cambios han creado nuevas dinámicas geopolíticas en el mar alrededor del Ártico con posibles repercusiones diplomáticas e incluso nuevos conflictos.

Para China, por ejemplo, el tráfico marítimo es una cuestión de seguridad nacional, entre otras cosas, porque el 60% de su comercio se moviliza por el mar. Es por esto que se tomó la decisión estratégica de reactivar la Ruta de la Seda, lo que incluye además la Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI y la Ruta Polar de la Seda. Esta última corresponde a la estrategia ártica, en la que China en 2018 se declaraba un Estado “cercano al Ártico” para diversificar sus rutas comerciales y capacidad militar a través del acceso a la Ruta del Norte.

Desde una visión tradicional de seguridad nacional, clima y seguridad han sido observados como elementos independientes, cuando cada vez es más evidente que se encuentran intrínsecamente relacionados. En 2015, la Resolución 2242 del Consejo de Seguridad de la ONU vinculó por primera vez, el cambio climático a las amenazas a la paz y seguridad internacional. Se reconocieron como factores que influyen el escenario mundial a la crisis climática, la salud global y las pandemias; al aumento de refugiados y desplazados internos; así como al extremismo violento.

La realidad es que se mantiene una incapacidad de tomar decisiones y promover acciones sólidas multinivel. Existe mayor preocupación por otros factores de riesgo y amenaza que controlan el panorama geopolítico; el pensamiento de corto plazo, según tiempos electorales, dificultan la toma de decisiones estratégicas; los intereses transnacionales se oponen y boicotean acciones políticas ordenadas para combatir la crisis climática; la pobre comprensión del tema en la esfera pública constituyen algunos desincentivos para avanzar en estrategias integrales a nivel nacional y regional para abordar los desafíos que se derivan de esta amenaza existencial. La ausencia de una agenda común, que busque la unidad en la diversidad, es una de las principales amenazas para la supervivencia de América Latina.

Efectos para la Seguridad Climática desde una visión militar y de inteligencia: Escenarios para Sudamérica

En 2020, el Panel de Seguridad Nacional, Militar y de Inteligencia sobre Cambio Climático – NSMIP del Centro para Clima y Seguridad en EE.UU presentó “Una Evaluación de las Amenazas a la Seguridad del Cambio Climático Global (https://climateandsecurity.org/wp-content/uploads/2020/03/a-security-threatassessment-of-climate-change.pdf)”. A partir de perfiles de riesgo de las diferentes regiones del mundo y tomando como factor determinante los impactos del incremento de las temperaturas, se presentan posibles escenarios con amenazas para la seguridad en razón de los efectos de la crisis climática. Aquí un resumen de los hallazgos más importantes.

En un escenario a corto plazo y de calentamiento global promedio entre 1 a 2°C, es probable que Sudamérica experimente patrones cambiantes de precipitaciones y derretimiento de glaciares con inundaciones y escasez de fuentes de agua. Los glaciares bolivianos y peruanos ya han perdido la mitad de su masa, y los glaciares andinos podrían desaparecer por completo las próximas décadas. A lo largo de las zonas áridas, el calor extremo y las sequías pueden prolongarse, específicamente en Perú y noreste de Brasil. A medida que se calientan los océanos y aumenta su acidificación se devastarán los medios de vida de las poblaciones costeras.

Esto traerá riesgos para la salud con la propagación de enfermedades ya presentes como la malaria, el Zika, el dengue, el cólera, la fiebre amarilla, y promoverá el aparecimiento de nuevas pandemias. Asimismo los efectos económicos obligará a la población a migrar en busca de oportunidades, en un entorno cada vez más inestable y violento. El crimen organizado, el narcotráfico y el tráfico de personas aprovecharán la creciente desestabilización para amplificar sus actividades ilícitas.

En un escenario de mediano a largo plazo y de calentamiento global promedio entre 2 a 4ºC, Sudamérica experimentará probablemente una inestabilidad climática más aguda con tormentas tropicales y huracanes. Las ciudades costeras como Buenos Aires, Río de Janeiro, Lima, Cartagena y Caracas se verán afectadas por el aumento del nivel del mar que se prevé alcance 1.5 metros para finales de siglo. A esto se suma la creciente deforestación de la Amazonía, ampliando las zonas desérticas, y que de acuerdo a últimos hallazgos emitió en la última década más carbono del que absorbió, una alteración inédita (Nature Climate Change, 2021 (https://www.nature.com/articles/s41558-021-01026-5)).

Esto provocará el colapso de cultivos, la propagación de plagas y enfermedades con pérdidas económicas. La afectación a la productividad agrícola, la inseguridad alimentaria y al acceso al agua aumentará los conflictos violentos. Se encontrará más rentable el cultivo ilegal de coca o la minería ilegal de oro, fortaleciendo el crimen organizado y el narcotráfico con sus delitos conexos. La migración forzada y desplazamientos internos aumentarían en medio de alta inestabilidad política.

Finalmente, el documento alerta que en el futuro América Latina dependerá más de las capacidades militares de Estados Unidos y Europa para contener la desestabilización, el colapso social y/o el aumento de la actividad delictiva que traerán como consecuencias las crisis climáticas. Un futuro nada alentador.

Tomado de desalineados

Por Editor