Lucrecia Maldonado

Es un axioma que va mucho más allá de lo simplemente berreado, pero que se parece a las dietas consuetudinarias: Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, dicen. Y a pesar de eso, la repiten. Y no solamente eso: conociéndola, la repiten. El ser humano cree que no le va a pasar lo que les ha pasado a todos los demás, ya sea individual o colectivamente… y le pasa. Tropieza innumerables veces en la misma piedra, y hasta se cae del mismo modo, rompiéndose los mismos huesos. Y si en carne propia no aprende, peor lo va a hacer en cabeza ajena.

Tal vez por eso siempre son válidos los esfuerzos por concatenar hechos similares, aunque no iguales, para pretender, de alguna forma, brindar lecciones y, de ser posible, provocar acciones – más que reacciones – ante lo que se ve venir o lo que vino y se instaló sin dejarse ver, como es nuestro caso.

Es esto lo que el periodista chileno José Patricio Mery Bell hace en su documental La traición cuántica, en el cual establece un paralelismo entre el proceso del golpe de estado en Chile, en septiembre de 1973 y lo que está ocurriendo actualmente en nuestro país. Si bien el golpe de estado chileno y la subsiguiente dictadura fueron procesos muy cruentos, y el golpe blando de Ecuador en nuestros días no ha llegado a tanto (aunque no se descarta que pueda hacerlo, de hecho, en estos días, y muy silenciado por la obsecuente prensa local, se ha emitido un Decreto Presidencial relacionado con la Defensa Nacional que ya comienza a ‘delegar poderes’ al Ministerio de Defensa y a las Fuerzas Armadas para hacerse cargo de tal tarea), el documental presenta un paralelismo entre una serie de hechos que, si hubieran sido mirados sin inocencia por los pueblos, y sobre todo por Salvador Allende o Rafael Correa, habrían resultado clarísimos indicios de lo que en un futuro más o menos cercano o lejano ocurriría.

Suele suceder que el pecado de los buenos es la confianza. Esa especie de ingenuidad del corazón que nos hace pensar que todos serán y obrarán como nosotros. Esa tendencia, tal vez inexacta, de medir la integridad ajena con la vara que aplicamos a la nuestra. Pero el sendero de la política está sembrado de lobos cubiertos por pieles de oveja (de borrego, jaja). E igual, no aprendemos. Él sí es bueno, decimos, pensamos, defendemos. Él es el hombre. Y no, resulta que no es el hombre, al menos no es nuestro hombre, pues desde quién sabe cuándo otros ya lo cooptaron para fines que, como poco, podrían calificarse de protervos.

La voracidad psicopática del sistema por apoderarse de o recuperar un poder hegemónico, no solamente anidado en las élites locales, sino enredado en los hilos de un gran plan de dominio mundial, no tienen reparos en echar mano de lo peor de los seres humanos. Y no solamente eso: de detectar en dónde anida lo peor de los seres humanos. En manejarlo. En sobornarlo o chantajearlo si es que es necesario. Y en ejecutarlo con la mayor sangre fría posible cuando sea del caso.

Eso es lo que vemos en el documental de Mery Bell, que tal vez peca de excesivamente coyuntural y cuya duración no permite extenderse en sesudos análisis historiográficos (tal vez sea un problema de financiamiento, pues se hizo a través de un proceso de crowfunding), pero que, más allá de eso, nos traza un muy aceptable dibujo psicológico de los traidores de la historia actual y pasada de los dos países, y que entre líneas nos ofrece una acertada descripción de hasta dónde o desde dónde vienen los hilos de estos procesos y cómo los representantes de nuestras élites y poderes fácticos se enredan en ellos tal cual arañas en su propia tela.

La traición cuántica puede darnos una clara idea de lo que está sucediendo en Ecuador en estos días, cómo se relaciona con el proceso chileno y hasta dónde puede llegar si es que no nos tomamos en serio, de una buena vez, que los pueblos que no conocen su historia (o la de otros) están irremediablemente condenados a repetirla.

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