Por Santiago Rivadeneira Aguirre

Lo que caracteriza y define actualmente al banquero y candidato de la derecha, Guillermo Lasso (CREO/PSC) es su decadencia, es decir, el ocaso y la declinación de su caminar servil y oportunista por la política ecuatoriana, que sin embargo se traduce en inversiones incalculables distribuidas en empresas anónimas ocultas en paraísos fiscales de Estados Unidos y otras naciones. ¿Por qué entonces Lasso quiere ser presidente del Ecuador?

Lo que el psicoanálisis (que lo diga Freud) señalaría es que el candidato banquero quiere ser presidente del Ecuador, por resentimiento. Es la neurosis la que le obliga a amarse a sí mismo pero igualmente a despreciar a quienes están fuera de los privilegios de su clase. Detesta a los demás y se ubica por encima de toda sospecha porque ‘moralmente’ es inalcanzable, y, sin embargo, como un Rastignac cualquiera (el personaje de Papá Goriot de Balzac, que es sobretodo un escalador y arribista profesional) arremete contra quienes considera sus enemigos con las reglas morales que él mismo construye a imagen y semejanza de sus falsos méritos.

De acuerdo a la visión que de sí mismo tiene el candidato banquero Lasso y que pretende proyectarla a la realidad del país, su noción de progreso o de desarrollo se sustenta en una precaria tradición teocrática por la cual el curso de la historia está ligado a la mano divina del mercado o depende, por último, del destino. Esto anula cualquier requisito sobre la democracia, las formas de participación social y el estado de derecho porque consagra y promueve la desigualdad y el oportunismo de unos pocos.

La democracia -como concepto y práctica- ha estado ligada a muchos momentos de crisis institucional y política del país, caracterizados por la profundización de las desigualdades y una pauperización desproporcionada de las economías locales y regionales. Porque cuando se habla de ‘procesos democráticos’ que pudieran involucran a los movimientos sociales, a los partidos políticos y al Estado, la tendencia ha sido agregar una serie de adjetivos y condicionamientos que más bien han terminado por reducir sus límites para confundir los marcos de aplicación.

De tal manera que, bajo esas consideraciones preliminares, lo pertinente es suponer que el debate sobre la democracia y sus principios, ha sido dolorosamente postergado justamente por aquellas instancias ligadas a la extrema derecha, que la invocan con sospechosa puntualidad cuando se trata de reivindicar derechos que no se han cumplido del todo. Porque lo evidente e indesmentible es, además, la explotación política e inmoral de la crisis y la decadencia que han marcado al Ecuador desde 2017.

Varios cuestionamientos surgen a propósito de ese debate postergado: por ejemplo, aquel que señala a la democracia como una categoría ‘exclusivamente política’, que coloca en primer lugar la disputa entre el Estado y la sociedad civil y que se desglosa en la realización repetida de elecciones, la constitución de partidos políticos, la defensa de la libertad de expresión, etc. Y lo otro: ¿cuáles serían, a la luz de los hechos, los principales ‘atributos’ del sistema democrático ecuatoriano y latinoamericano, que se deben defender y preservar de acuerdo a determinados postulados? Vale la pena volver escuchar al brasileño Francisco C. Weffort quien señala lo siguiente, sobre los presupuestos de una democracia:

“El imperio de la ley, al cual se subordinen gobernados y gobernantes, la libertad de organizarse para competir de modo pacífico por el poder, la libertad de participación del conjunto de ciudadanos, a través del voto, en los momentos de construcción del poder: he ahí los atributos mínimos y esenciales de la democracia en cualquier tiempo y en cualquier lugar que exista o haya existido”. (Francisco C. Weffort: ¿Por qué democracia? 1984, citado por Agustín Cueva, Las democracias restringidas de América Latina, Elementos para una reflexión crítica, 1988)

Guillermo Lasso, el candidato que nunca dejará de ser banquero, tiene mentalidad de sistema. El progreso de una nación, según la extrema derecha, tendría una explicación en los escombros o en las crisis necesarias que refundan cada vez la democracia, de acuerdo a las conveniencias del sistema y de sus administradores. Mientras mayor sea la crisis, -dicen los sombríos ideólogos derechistas- mayores serán los réditos obtenidos. Por lo tanto, lo que manda la lógica de banqueros y empresarios es provocar crisis sistémicas periódicas, para después recoger las ganancias que han enriquecido al capital financiero, como ocurrió en 1999 con la dolarización.

Lo cabal, entonces, es determinar históricamente si los principios y valores democráticos se cumplieron íntegramente en nuestro país, más allá de cualquier retórica o enunciado; y si podríamos corroborar que su aplicación ha tenido alguna incidencia en las desigualdades sociales o que el ejercicio del poder, tal como lo demandan la constitución y las leyes, haya sido ejercido con solvencia y sin excesos por los distintos gobernantes.

Cuando se hace referencia a la concentración del poder, en la memoria de los ecuatorianos aparecen gobiernos y momentos de frecuentes autoritarismos, -como los de Oswaldo Hurtado, León Febres Cordero y Jamil Mahuad- de afectación de los derechos humanos que en las distintas coyunturas de crisis, conmovieron la estabilidad democrática y económica del país, que condujo a golpes de estado sucesivos y a la instalación de regímenes de ilegitima procedencia, explicados enseguida con el reduccionismo sobre la ‘falta de gobernabilidad’. Incluso el justificativo patrañero sobre la ‘inmadurez política’ del electorado, que desplaza a otras esferas de reflexión la discusión sobre la dimensión real del conflicto entre democracia y participación. O las de aquellas crisis que derivaron en las conocidas ‘pugnas de poderes’ forjadas por la derecha para fracturar los procesos democráticos.

Corresponde hacer referencia a las estructuras sociales y sus marcadas diferencias o desigualdades, y una serie de tipologías de conflictos que han sido soslayadas por la derecha desde que el Ecuador pudo ‘regresar’ a la democracia en 1979. Las nuevas prácticas sociales y políticas sufren un reacomodo y cambio de estrategia cuando se trató de enfrentar a las dictaduras militares en la década de los sesenta/setenta. En el marco de esas nuevas fenomenologías, los movimientos sociales, la izquierda y el progresismo pudieron colocar en los debates públicos posteriores, la protección de los derechos civiles, los derechos de las mujeres, de los pueblos indígenas, el voto de los analfabetos y el tema del medio ambiente.

Aún así, los avances en el establecimiento de políticas públicas a favor de la sociedad fueron y son insuficientes. Por último, después de apelar a la redacción de nuevas Constituciones (el Ecuador registra al menos 20) también hay que señalar el rol de los dictadores populistas, los regímenes autoritarios (otra vez Febres Cordero y compañía) y un parlamentarismo exiguo que se acomodó a las disposiciones del poder y de las élites económicas.

La frágil democracia ecuatoriana vuelve a enfrentarse a sus propias contingencias, esta vez con una crisis económica provocada por la extrema derecha de Lasso -con la abierta complicidad de Moreno-, que también es sanitaria y moral, que no encuentra salidas porque termina afectando al incipiente modelo de Estado que tampoco ha garantizado el ejercicio pleno de una participación social más equilibrada y justa.

Este 11 de abril el Ecuador tendrá la oportunidad histórica de revertir la tendencia neoliberal sostenida por el capitalista Lasso y la derecha, en estos últimos cuatro años, para voltear la ‘curva entrópica’ que ha provocado el actual desorden institucional y el caos en la economía ecuatoriana.

El camino para recobrar la democracia y la libertad (la dignidad, en suma) ya está marcado por la Lista 1 del binomio de Arauz-Rabascall, con lo cual quedan establecidas las diferencias culturales y económicas que nos separan del proyecto reaccionario de la candidatura del banquero Lasso y sus aliados de derecha, también de quienes, estando en la ‘izquierda’, han confesado de manera supina que sus deseos electorales y políticos se alinearán otra vez contra el progresismo.

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