Por Santiago Rivadeneira Aguirre

El discurso y la estrategia de la ultraderecha y de los medios de comunicación, ajustados por la propaganda y el marketing político para la segunda vuelta electoral, buscan posicionar la idea de que el país debe elegir entre democracia y dictadura. Es decir, entre el bien y el mal, banalizando el proceso y la participación ciudadana. El equipo de asesores del candidato Guillermo Lasso, recurre de manera artificiosa a este argumento ajado y mostrenco, para empujar a los electores al terreno de la catarsis y la purificación y ladear la balanza hacia uno de los lados.
Con la anulación de la sensibilidad y la reflexión, producto del ‘miedo a equivocarse’, se intenta la castración de la personalidad para que prevalezcan en el momento de decidir el voto, ‘el amor a la patria’, la democracia y sus principios. Por eso en las técnicas y estrategias de la campaña sucia que la ultraderecha y los medios de comunicación impulsan para sostener artificialmente la figura, ya bastante corroída y decadente del candidato banquero Lasso, está la intención de cristalizar una relación aporética (irresoluble) entre la propaganda electoral mañosa y el efecto inmediato en el comportamiento del electorado, muy propio del consultor y asesor político Jaime Durán Barba. Y para eso había que ubicar al enemigo, -sin desestimar el abuso enmascarador del embuste sobre la corrupción del gobierno anterior-, y el peligro de su elección como presidente para el sistema democrático.

El primer cambio que se introduce en la campaña electoral del banquero Lasso, fue cambiarle su impulsividad irreflexiva que le llevó en la primera vuelta al borde de la incoherencia y el desatino. Había que construir un nuevo candidato con los restos del mismo candidato quien, además, enfrenta su tercera campaña electoral. El requisito inicial para que funcionara, sin fisuras, la recomposición de la campaña fue la elaboración de un discurso moral, dirigido directamente contra su rival y su plan de gobierno.
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El segundo requisito fue claro y contundente: después de un pronunciamiento político el candidato Lasso debe pasar directamente a la acción, sin titubeos. La clave doctrinal del anticorreismo, que en un comienzo tuvo un accionamiento impulsivo y primitivista, no debe detenerse en los aspectos ideológicos o intelectuales, sino morales. Las ideas ya son acciones, porque se está hablando del nuevo hombre político. Este perfil incorporado al candidato banquero, se probó durante el debate del domingo 21 de marzo: Lasso quiso demostrarle al candidato contendor Andrés Arauz, que la voluntad domina al pensamiento: ‘yo me vi obligado a trabajar desde los 15 años y no he dejado de hacerlo desde entonces’. Ergo: el éxito es un problema de voluntad y el carácter debe imponerse a la ‘femenina personalidad’. Y rematar con el desventurado axioma de que la eficiencia se impone a la ‘cobarde reflexión’.

Fin del cuento, porque el candidato Lasso pudo ser reconstruido desde sus propias ruinas psicológicas y humanas, lo que nos lleva a recordar que este prototipo de ‘hombre de acción’ está plenamente expuesto en la conducta del lugarteniente de Hitler, Joseph Goebbels, quien alguna vez dijo: “De qué sirve que reconozca al enemigo, si no uno a este reconocimiento la voluntad de destruirlo” (discurso del 22 de abril de 1929). Las particularidades y matices del cambio físico y mental en el candidato banquero Lasso, las impone Durán Barba, acusado antes de ‘ponderar las habilidades políticas de Hitler’, por lo que fue denunciado en 2013 por ‘apología del delito’ ante el Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, INADI, en Argentina. Y, además, en el mismo sentido, también fue acusado en 2015 por ‘difamación y campaña sucia’ contra el candidato del Frente para la Victoria, Scioli.

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Lo que pretendió hacer el candidato Lasso cuando le correspondió intervenir durante el programa del domingo 21 de marzo, fue convertir el lenguaje en una ‘caja de herramientas de guerra’, que él las iba extrayendo de acuerdo al ritmo que imponía el mismo debate. Combinaba la peor declamatoria, atragantándose con las palabras o reiterando e insistiendo con aquella frasecita aprendida de memoria, socorrido en la supuesta asepsia espiritual de ser el banquero impoluto que trabajó toda su vida para alcanzar la consagración profesional, carrera que deberá culminar cuando acceda a la presidencia del Ecuador este 11 de abril. Otra vez el carácter compulsivo del candidato Lasso sobre el orden, la eficiencia y las acusaciones contra el gobierno anterior que Andrés Arauz debía asumir como propias.

Se acababa de escribir la crónica de una despersonalización acelerada, que viene directamente de su forma de ser, de entender el mundo de la vida y la realidad. Porque su fracaso electoral solo será la consecuencia de su eufórica colaboración con todas las formas de poder desde que comenzó su correteo como banquero y político, responsable por igual de los quiebres que sufrió la democracia ecuatoriana y el sistema bancario en 1999. Pero Guillermo Lasso está dispuesto a pagar (literalmente) las ventajas que a veces conceden el engaño, la traición y la felonía, tal como lo hizo su protegido Moreno.

Esa fue la lógica agonizante que se supone va a ser aplicada en esta segunda vuelta electoral, (la campaña sucia) que prevaleció como ensayo inusual en cada una de las respuestas del candidato banquero Lasso durante el cansino y aburrido debate dominguero, lógica que no va ser suficiente para que se consolide la transmutación que intenta su asesor político.

Y no va a ser suficiente porque el candidato banquero está sufriendo una derrota anticipada, que muchos juzgan terminal, que ya se vio reflejada a modo de preanuncio, en su rostro enjuto y cruzado con largos rictus horrendos y bochornosos que también proceden de la oscura configuración de su espíritu, sobre todo de sus antecedentes políticos al lado de la ultraderecha, de sus relaciones ominosas con el Opus Dei que bien podrían servir para construir un próximo museo del horror y del cinismo, junto a las andanzas de algunos idiotas morales y psicópatas sociales del país.
Quito, 24 de marzo de 2021

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