Por Rodrigo Rangles Lara
Los Estados Unidos conciben la democracia a la medida de sus intereses. No les tiembla la mano si deben pisotear la soberanía popular de los países etiquetados, falsamente, como “dictaduras”, para imponer sus designios; aplicando arbitrios que van desde inocentes “pacíficas disposiciones”, hasta el uso del abusivo “gran garrote”, siempre en nombre de una supuesta libertad.
La geografía mundial ha sido, y es todavía, escenario de esa truculenta concepción de la diplomacia imperial que, en la realidad, le ha permitido sojuzgar y dominar, impunemente, a infinidad de gobiernos y pueblos apartados de las líneas “democráticas” trazadas desde Washington.
¿Por qué ese, a todas luces, incoherente modo de practicar la democracia, desde la Casa Blanca? La respuesta encontramos en la medida del servilismo o de los afanes nacionalistas e independentistas de distintos gobiernos respecto de los intereses económicos, militares o geopolíticos de los Estados Unidos. A más servilismo, más apoyo “democrático”; a más visos de autodeterminación, persecución implacable bajo el inventado signo de “dictadura”.
Se dice que los Estados Unidos no tienen amigos, sólo intereses; no obstante, hay gobernantes y ciudadanos antipatrias locales ávidos de ingresar al círculo de los “amigos” del imperio, de los que se vale y utiliza para llevarse riquezas y recursos naturales violentando, además, la soberanía de los países víctimas.
Esos regímenes serviles aseguran, de esa manera, la nominación de “democráticos” o “republicanos”; en tanto aquellos gobiernos dispuestos a defender, soberanamente, los bienes y recursos nacionales, pasan a la categoría de “dictaduras violadoras atroces de los derechos humanos” y, por tanto, sujetas a eliminarse, en nombre de la “libertad” y “la democracia”.
América Latina está llena de ejemplos de regímenes entreguistas y vende patrias, devenidos en dictaduras sangrientas y corruptas al estilo de los somozas, trujillos, pérez Jiménez, batistas o las recientes del Cono Sur, con Pinochet, Videla, Strossner, Banzer y tantos otros mentalizados, auspiciados, protegidos y solapados desde el mismo Pentágono.
En esa misma línea, pero fruto de procesos electorales legales o fraudulentos, hemos tenido, y aún tenemos, gobernantes y gobiernos fieles servidores de los apetitos imperiales, tan asesinos o corruptos como los peores dictadores.
El narcotraficante colombiano César Uribe y su protegido Iván Duque -sin dejar de lado al traidor ecuatoriano Lenin Moreno- gozan el apelativo de “demócratas”, según el catálogo norteamericano, pese a que cargan sobre sus hombres el hambre de sus pueblos, el asesinato de más de 10 mil jóvenes civiles denominados “falsos positivos” y la sistemática eliminación de dirigentes comunitarios, cada dos o tres días, sumando más de mil cuatrocientos, según datos oficiales.
Los beneficios económicos, diplomáticos y militares de esos regímenes autoritarios, protegidos y mimados desde Washington, contrastan radicalmente con el trato a las “dictaduras” estilo Cuba, Venezuela, Nicaragua a los que dedican millones de dólares, una batería de medios lícitos e ilícitos, a la par de una poderosa maquinaria mediática con periodistas e intelectuales a sueldo, en campañas sistemáticas de primera, segunda, tercera y cuarta generación, para destruirlas.
El caso cubano es realmente icónico, por la saña y los métodos de terror empleados desde 1959, desatando – por ejemplo – una invasión al estilo de la fracasada Playa Girón, financiando a los contras del Escambray, inoculando pestes, explotando bombas, contratando mercenarios de dentro y fuera del país con fines terroristas, e inventándose métodos para asesinar, mientras vivía, al “inhumano dictador y corrupto”, Fidel Castro, acusado de afectar los intereses norteamericanos en la isla.
La lista de conspiraciones abiertas y encubiertas es infinita, con pérdidas materiales, humanas y económicas que causaron, y siguen causando, severas afectaciones al pueblo cubano, sin lograr someterlo, pese al genocida bloqueo de más de 60 años, rechazado permanentemente, en las Naciones Unidas, por la casi totalidad de países del mundo.
A decir verdad, en los últimos años, solo Estados Unidos e Israel se apoyan mutuamente en el loco afán de ejercer políticas de piratería, aplicadas también contra Venezuela, Nicaragua o Bolivia, por el delito de salvaguardar soberanamente sus recursos y riquezas, orientadas a desarrollar programas masivos de educación, salud, vivienda o servicios conducentes a mejorar la calidad de vida de la población, derechos negados o conculcados, sistemáticamente, por gobiernos neoliberales “democráticos” pro norteamericanos.
Esas nuevas “dictaduras”, elegidas en comicios libres y transparentes, son inadmisibles “dictaduras” para el imperio, porque siente esfumarse de las manos el acostumbrado uso y abuso de esas riquezas que, en similares prácticas dolosas realizadas en otras zonas del planeta, le sirvieron para colocarse, un largo tiempo, como la primera potencia económica y militar, ahora en decadencia.
Y cuando digo: “otras zonas del planeta”, es con el afán de rememorar las sangrientas e injustificables invasiones que, desde 1980, crearon destrucción y terror en Irán, Kuwait, Bosnia, Sudán, Libia, Irak, Líbano, Kosovo, Pakistán, Afganistán, Somalia, Yemen, Arabia Saudita y Siria, bajo el pretexto de establecer la “democracia”, liberar a los pueblos de supuestos autócratas, escondiendo tras esos falaces argumentos la rapiña de bienes y riquezas de las transnacionales norteamericanas.
No siempre se salieron con la suya, aun cuando provocó destrucción y muerte en cantidades incalculables, mordió el polvo -igual que en Cuba y Vietnam, años antes- en Afganistán y, últimamente, en Siria, porque el amo y señor del mundo unipolar, erigido así luego de la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en 1990, tiene como contraparte a China, convertida en la nueva potencia económica y a Rusia, dueña de una fuerza militar hipersónica, hasta ahora inigualada.
No de otro modo podemos entender lo sucedido durante la Primera Cumbre de la Democracia, convocada desde Washington, el 9 y 10 de diciembre, para supuestamente combatir “el creciente autoritarismo, luchar contra la corrupción y promover el respeto a los derechos humanos”.
Excluyó de la cita a China, Rusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua Hungría, entre otros países, considerados “focos de tensión” y que, según el jefe de la diplomacia norteamericana, Antony Blinken, la reunión busca evitar que “los gobiernos autoritarios sigan trabajando activamente para sembrar división y desconfianza en las democracias”
El diplomático chino, Ma Hui, acreditado en La Habana, en alusión a esa posición calificó a la democracia estadounidense de “caótica” y “plagada de defectos”; tras considerar, a esa primera cumbre: “una farsa destinada al fracaso”, porque “utiliza el evento como instrumento para aplicar sanciones extraterritoriales, en función de sus propios intereses”.
Curiosamente, el Día Internacional de los Derechos Humanos y en paralelo a ese cónclave de la “democracia”, la justicia británica resolvió un vergonzoso veredicto contra el periodista Julián Assange, reclamado en Estados Unidos por haber revelado al mundo, entre otras verdades, las vergonzosas prácticas diplomáticas intervencionistas del imperio o las masacres de sus soldados contra indefensos civiles afganos.
“Es otra manifestación de la mentalidad caníbal del dúo anglosajón”, dijo, al respecto, María Zajárova, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia.
RRL
13.12.2021