Carol Murillo Ruiz
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La gira que hizo el presidente Lenín Moreno por Europa ha dejado un olor a pezuña política. Pezuña política porque los discursos que dieron materia para que los medios y las redes sociales tuvieran noticias y reseñas fueron de tal penuria conceptual y juicios mínimos de la historia social de unos pueblos –los de allá y los de acá-, que causa repugnancia. Pueblos (¿países?) indefectiblemente unidos por una empresa de conquista (post medieval) que dio al engranaje económico mundial, de ese entonces, la primera idea de globalización colonial.
Moreno ignora todo esto cuando al empezar su intervención “Saliendo del abismo”, en España, repitió la frase que oculta una sumisión sin nombre para todo latinoamericano: madre patria. Con solo esa mención ahíta de lugares comunes un ecuatoriano con educación básica y convicción de libertad hubiera salido del recinto empresarial –el público que lo oía- pero no, ahí estaban precisamente los continuadores de la nueva conquista: los de allá y los de acá. Basta esta frase lisonjera en suelo extranjero para entender por qué el Ecuador, mejor decir, sus autoridades, observan el globo terráqueo: un lugar ajeno que solo conoceremos mejor cuando ellos –los empresarios- vengan a decirnos cómo hacer plata y salir del abismo en que nos dejó el gobierno anterior.
Una de las cosas más graves del actual gobierno es su visión y noción de las relaciones internaciones y de la geopolítica contemporánea. El retorno a las ideas de que solo los negocios, las finanzas y los intercambios comerciales tradicionales pueden movilizar ostensiblemente la economía (tanto de naciones como de personas) es que se busque inversión extranjera al costo que sea. Y más si se tiene la audacia de hacer creer a los ingenuos que la infraestructura que hoy tiene el Ecuador es producto de la magia de la imprevisión.
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Se sabe que hoy un país, por muy pequeño que sea, es parte de un engranaje transnacional que cuenta y mucho a la hora de instituir relaciones de la índole que sea: política, económica, diplomática, comercial, militar, etc. Nuestro país, en los últimos tres quinquenios, ingresó a una tendencia ideológica y política que marcó la historia de los inicios del siglo XXI en América Latina y el mundo. A esa tendencia muchos la denominan de izquierda y otros progresismo. La idea central es que esa tendencia dio al Estado el carácter público que las derechas (liberales y conservadoras) le niegan. Pero lo más importante es cómo en varios países el progresismo se vino abajo porque en su seno se gestó un repudio ideológico a un pensamiento que, en términos políticos, no había calado en sociedades eminentemente cooptadas por las premisas fáciles del emprendimiento, el individualismo, el capitalismo popular o humano, o la consabida frase de que en un sistema tan libre como este el que no trabaja es porque no quiere o es vago.
Ideas tan simples como estas entrañan una honda forma de entender el mundo y sus desigualdades. En el Ecuador de hoy, regido por un gobierno variopinto y sin ninguna vergüenza política de fondo, hoy se prepara un paquetazo económico que se esconde muy bien tras la matriz comunicacional construida desde que se instaló en Carondelet. Pero semejante trampa no duraría para siempre. El ministro de Energía Pérez ya no pudo ocultar las medidas inminentes: se revisarán los subsidios a los combustibles. Además confesó que se habían hecho sondeos para saber cómo tomaría la población semejante decisión: supuestamente la ciudadanía está consciente de que es hora de subir el gas, las gasolinas, etc. Tal vez no mienta el ministro. El trabajo del Ejecutivo/Medios ha sido y es eficiente. Recién nomás un canal de televisión presentaba un reportaje de cómo el parque automotor nacional ha crecido y cómo sus dueños se han beneficiado de unos combustibles tan baratos. El periodista ponía de ejemplo el diésel. Y el formato de información opinada (reportaje) no tenía otra intención que implantar el mensaje de que el subsidio no lo paga el Estado sino cada uno de los ecuatorianos. ¿Cómo entiende este reportero y su medio el rol del Estado? ¿Qué son los ciudadanos para el Estado? ¿Dónde está la idea tan liberal del bien común que asume un Estado frente a todos? Analfabetismo supino para maquillar la inutilidad de los subsidios en una sociedad en aparente crisis, una idea de crisis (casi apocalíptica) creada por el gobierno y las élites para justificar el retorno de la práctica privatizadora de los servicios públicos, la inversión social y la soberanía política de nuestro país. La autora Naomi Klein, en un ya clásico libro titulado La doctrina del shock, apuntaba que es preciso crear una situación de terror, crisis, desesperación, miedo y condiciones de incertidumbre psicológicas colectivas para que ciertos poderes que administran un país puedan tomar decisiones que de otro modo sería imposible. El régimen de Moreno, tal vez sin conocer este texto, ha creado dichas condiciones: desmoralización masiva, desempleo en lo público y lo privado, mínima información de su política económica (aunque haya colocado en los puestos claves de los ministerios a representantes de la élite), cesión de nuestra soberanía a los Estados Unidos con el regreso de la cooperación militar, puerta abierta a los tratados bilaterales de inversión con mínimas restricciones, ruptura constitucional a través de un Consejo de Participación Transitorio que pone a funcionarios claves a dedo, en fin, una evidente desinstitucionalización en nombre de una nueva que se basa en el hígado de los que hoy gobiernan. Tal caos político no se ve ni se siente porque es mostrado como necesario luego del correísmo. A partir de ahora todo lo que haga el gobierno y sus aliados será visto como un remedio para curar una enfermedad llamada Estado.
¿No parece sospechoso que el apocalipsis inventado por las élites sirva precisamente para volver a la etapa anterior de la república? ¿No parece sospechoso, por ejemplo, que la justicia perdone a delincuentes y hoy sean ellos los que empujen la construcción de la opinión pública exhibidos en los medios afectos a los gobernantes de turno?
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En los dos ejemplos: el discurso en España y la doctrina del shock doméstico (a la ecuatoriana) se encubre un nuevo colonialismo mental y social. Moreno escurre el bulto porque ni lo advierte ni le interesa en términos conceptuales. Pero lo cierto es que el Ecuador, tan chiquito pero simbólicamente fuerte por su ubicación geopolítica regional, hoy vive uno de sus peores momentos políticos y económicos. El coloniaje impuesto para decidir asuntos de índole diplomática (Caso Assange) o deberes internacionales económicos (TBIs), o la instalación de una oficina militar del Norte en Ecuador o la supresión ¿relativa? de los subsidios (por solicitud de organismos que nos prestan plata como país) esboza una colonia nueva y deshonrosamente mansa. Tutelada por un servilismo interno que a nombre de romper el ciclo de un progresismo que puso en el mapa social concreto a los pobres, hoy sin compasión los dejan en las estadísticas, es decir, que crezca la pobreza y el desempleo aquí son datos nomás.
Acaso venga bien la frase de Borges que decía que la “democracia es un abuso de la estadística”. Lo malo es que el Ecuador desde hace varios meses vive una dictadura de élites. Y la pobreza, entonces, sería -es- uno de los abusos de esa dictadura. Coloniaje y dictadura, ¿por eso nos quedamos callados y temblando?