Carol Murillo Ruiz

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Las sorpresas que da el mundo contemporáneo no tienen parangón, a veces, por el pasado que las sujeta y que hoy espera empacarlas y congelarlas para siempre. Lo ocurrido en Argentina hace pocos días con la “no despenalización del aborto” por parte de un Senado que argumentó desde la Edad de Piedra, es la muestra fehaciente que hay dos fantasmas que recorren el globo: el fantasma de un neo conservadurismo y el fantasma de la revolución verde (las mujeres más conscientes del presente).

El conservadurismo -al igual que el capitalismo- es una entidad social y moral que readecúa sus ideas y prácticas colectivas de acuerdo a los consensos de una visión dominante, es decir, de la mirada de los que manejan el constructo cultural general. Solo había que oír -y desenredar- las tesis de l@s senador@s argentinos para notar cómo su pensamiento se movía entre esa noción despótica (de los derechos de las mujeres) y sus propios prejuicios, cilicios y fe. Nadie ha defendido tanto la hipotética vida que será frente a la vida de millones de mujeres que ya son.

El anonadamiento me duró poco porque el color verde tiene un hechizo especial cuando las causas son defendidas por quienes son las posibles víctimas o lo fueron: miles de jóvenes mujeres que hablan desde un canon que aún no está fundado pero que la historia social lo sembrará con el vigor de la actual sociedad argentina… y latinoamericana, diría yo. ¿Cuál canon? El canon de una libertad que concentra su voluntad de ser en emancipar el lugar más controlado del orbe: el cuerpo.

Las mujeres de hoy, aquellas que han politizado de verdad sus luchas con una noción macro de lo aparentemente micro y doméstico, saben que el cuerpo (animal/humano/humanizado), primer reducto de la evolución mamífera, tiene el esplendor social de reproducir vida… y placer. Los que defienden apenas la función biológica pareciera que solo miran el cuerpo femenino como un refrigerador que almacena óvulos a la espera permanente de espermatozoides calientes y veloces. Los que defienden el cuerpo como territorio de exploración de aquello que aún pervive como antecedente del celo, devenido en sexo y erotismo (el deseo) lejos de la reproducción, es la parte más compleja de advertir y asumir el cuerpo como la esfera de la libertad por excelencia. Las mujeres de hoy (y muchísimos hombres) lo han percibido cabalmente y por eso la revolución verde alcanzó en Argentina unos niveles de conciencia y lucha difíciles de atestiguar en nuestra región ahora; pero está latente.

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Fue evidente además que los debates fuera de los círculos del poder político y religioso, tuvo destellos de apertura y profundidad que elevaron otras varas, por ejemplo, la despenalización del aborto era el centro de la necesaria Ley, pero las mujeres, pequeñas y grandes; los hombres, lúcidos y confusos, también sabían que en medio de un posible aborto hay innumerables elementos que densifican una discusión más amplia: los derechos. En algún momento tal discusión pasó del plano jurídico al plano social y cultural, y, al hacerlo, puso en duda los valores que hasta entonces rige el comportamiento de las masas. Lo decía al principio: la visión dominante de la moral, verbi gratia, abarca todo resquicio de libertad posible en la vida individual y colectiva, así lo privado (lo sexual, en términos de violencia sexual) mantendría unos límites que no deberían llegar a lo público. Pero cuando el aborto clandestino se convierte en un tema de salud pública y una secuela, en muchísimos casos, de abuso sexual (violaciones de familiares o extraños), el asunto pasa las barreras de lo doméstico y rompe el freno de una institucionalidad hecha para satisfacer la visión dominante de lo permitido: la defensa de la vida. Ergo, el esparcimiento de dogmas muy bien armado de esta premisa, desde las hipótesis de los neo conservadores, enfrenta algo que está por fuera de sus referentes de la filosofía de la ciencia: el mundo es otro y otras son las preguntas y respuestas para viejas y nuevas cuestiones que atañen a la vida no solo de mujeres vulnerables, pobres, educadas o de clase social alta, y es que la sexualidad, con consecuencias o no (un embarazo no deseado, por ejemplo) tiene ya salidas que la visión dominante niega y es que cualquiera de estas mujeres buscará una solución para una situación que no la puede encubrir el rito del poder. O sea, las mujeres abortan al margen de las leyes y los prejuicios; las mujeres tienen relaciones sexuales libres al margen del castigo moral social; las mujeres disfrutan el placer de la no concepción al margen de la religión y de los patrones morales de las generaciones castradas mental y corporalmente; en fin, las mujeres y los hombres viven en un mundo que no se cansa de buscar la libertad, el afecto, la cercanía con lo humano y con lo bellamente animal que le queda.

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Pero no hay que descuidarse de esta ola neo conservadora o anti derechos. Es una ola que invade todos los espacios privados y públicos. La revolución verde no puede confiar en su lucha actual. Porque la visión dominante, a pesar de la resistencia y firmeza que ha logrado en enormes sectores sociales argentinos, posee recursos culturales para persistir y reactivar dispositivos morales en la subjetividad general. Uno de ellos, el más peligroso, y que ha dejado como lección esta batalla legal (pero más política y social) es que hay sectores muy progresistas que aún no entienden la dialéctica científica del aborto, o sea, la filosofía de la ciencia arriba mencionada. Captados y cooptados por la moral vigente, estos sectores, incluidas mujeres muy perspicaces, toman la vida humana como materia biológica sin más, desde el embrión, y no se detienen a desbrozar qué significa vida y vida humana. Parece sencillo, pero no lo es. La duda de ellas y ellos apareció en el debate no solo en Argentina sino que algunos espacios aquí en Ecuador. Razón suficiente para alarmarse del neo conservadurismo presente en las mentes no contemporizadas con las corrientes científicas que explican, lejos del credo biológico (a eso han llegado, ¡convertir la biología en dogma!), la fecundación y el potencial desarrollo de la vida humana luego.

La tarea es ardua en unas sociedades afectas al miedo, la hostia y la superstición. No obstante hoy se debate con mejores herramientas de análisis y con una generación (de jóvenes mujeres y hombres) que mansamente ya no acepta la imposición de rutinas, hábitos y referentes represivos y castradores de la libertad.

Así, el sexo, el aborto, el cuerpo, la libertad, el placer, la vida; son temas que jamás perderán la movilidad trasformadora que las nuevas generaciones (y la historia) le otorgan por un imperativo social y cultural innegable, a pesar el neo conservadurismo del statu quo… o el “paternalismo jurásico” de los senadores argentinos.

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