Por Carol Murillo Ruiz
La campaña electoral del Ecuador para la Presidencia de la República está cargada de falacias e hipotéticas humillaciones simbólicas. A esta hora hay dos finalistas oficiales: Andrés Arauz y Guillermo Lasso; y ha empezado la promoción para la segunda vuelta del 11 de abril.
Una campaña basada en el miedo es de por sí desagradable y antipedagógica. Pero una campaña articulada -por actores internos y externos alatrama electoral- por dos términos intensos (odio y venganza) que apelan a la irracionalidad no solo es torpe, sino que crea el espejismo de que los valores de la democracia y el conflicto político intrínseco se solventan con las tripas y no con el procesamiento de los sucesos y las contradicciones del tiempo en que vivimos. O, lo que es peor, no ayudan a entender la crisis psico-social, sanitaria-pandémica y económica que vive el mundo en general y nuestro país en particular.
Trasladar esta disputa de proyectos políticos y económicos hacia el absurdo del odio y la venganza es desconocer que los ecuatorianos por fin pueden-y lo hacen desde hace rato- comparar y descifrar proyectos y personajes que parten directamente del útero de nuestra historia. Por primera vez, luego del desastre causado por Moreno, hay en el escenario dos planes de gobierno confrontados en todo: filosofía, ideología, sensibilidad, empatía social, creatividad económica en situación de crisis, desconfianza pública, embustes privados, cinismo, fake news, etc. Pero no, parlotear de odio y venganza es preferible porque dizque ahonda la polarización y el temor de los ciudadanos. Así, los unos lanzan y los otros recogen para reñir entre la ofensa y la defensa. Que el odio sí, que la venganza no; que el odio no, que la venganza sí. Y la expresión más vacía: “el odio ya no está de moda”. ¿Frase a la ofensiva o a la defensiva? Ninguna.
Si concentramos esfuerzos para “aclarar” (¡a estas horas!) qué fue o es odio o qué fue o es venganza estaremos ubicándonos en el nirvana de las vacas que no vuelan. Artificioso recurso para diferenciar a un progresista de un banquero; a un académico de un recolector de billetes. Nadie es amo del odio: ni progresistas ni banqueros. En una sociedad sometida a una campaña electoral en la que se juega el futuro real de laspersonas: comer, trabajar, educarse, vivir dignamente, sanarse sin privilegios, soñar despiertos o dormidos, es imperativo ajustar dos cosas: las urgencias y el tiempo. Porque no hay que permitirle al adversario la iniciativa de inventarpasioneschuscas.
La velocidad de la muerte hecha tangible por el viaje desesperante del coronavirus, y la lentitud de la vida por la falta de salud, empleo y pan imponeanticipar las urgencias; tal velocidad nos lleva al límite del tiempo. La política es tiempo. Mejor dicho: tiempo sincrónico.
Creo haber entendido que Andrés Arauz se mueve en ese tiempo y que no desperdicia una luna para dejar de aprehender y vislumbrarla veloz dinámica de la economía sincrónica y las exigencias del presente. Su discurso, entonces, no debe traducirse en una suerte de eslogan que expresa algo que noconcibe: el odio, por ejemplo. Sea por la razón que fuese, alejarse del legado de Rafael Correa, verbi gratia. Un traspié y una desafección que podría pasarle una factura no solo electoral sino política. Pues no todo es estrategia relativa.
Es obvio que a Lasso y sus acólitos, una derecha desactualizada y de pocas luces, les conviene que otros se instalen a hablar del odio mientras él luce diversos modelos y marcas de zapatos rojos haciéndole un guiño a los jóvenes, a las mujeres y al universo GLTBIQ. También es obvio que a sus asesores les resulta muy fácil poner en biombos virtuales a un candidato ataviado con pastiches de colores, es decir, alguien que un día cuasi parece un chaval de gimnasio, al otro día, un abuelito inocente con bastón ortopédico y, al siguiente, una síntesis estereotipada de las opciones de género. Un candidato tan flexible en la ficción que, tal vez, de tanto sobreactuar con sus versátiles ropajes se quiebre… sin zapatos. Todo esto es irrelevante en un hombre que no puede ocultar su hoja de vida dedicada al despótico servicio de la especulación financiera.
Por eso, para la gente, lo sustancial radica en lo urgente y en el tiempo requerido para hacer otra vez gobernable este país. La política es urgente.
Sabemos que en una campaña electoral lo que menos importa es penetrar en cuestiones de fondo; y que las estrategias se destinan a seducir a distintos tipos de electorado. Aunque también es claro, hoy, en Ecuador, que los próximos comicios definirán un prototipo de gobierno, basado en un proyecto político, que perfilará por mucho tiempo la calidad de vida de las mayorías; incluso más allá de su alienado sentido común. Y al progresismo, representado por Andrés Arauz, le atañe la vida digna de la gente: presente y porvenir; y no la ‘capacidad’ de esa misma gente para endeudarse eternamente… con los bancos formales o con los chulqueros de barrio.
Si aislamos lo electoral de lo político, esta vez, caeremos peor que Lasso sin bastón. Por lo tanto, es imprescindible separar la frivolidad de los zapatos rojos frente al compromiso que tiene Andrés Arauz para robustecer las expectativas de un país empobrecido y enfermo: el gran vector de lo social-popular. ¿Por qué? Uno de los rasgos del progresismo a la ecuatoriana, o sea, el correísmo y sus cientos de miles de adherentes silenciosos, es que, desde su origen, allá por el 2006, se movió de la comodidad de cierta clase media (¿novelera?) hacia un espacio extraño pero concreto de desclasados genéricos. Y lo digo desde la sabiduría de no anclar teorías allí donde hay vitalidad y esperanza a pesar del infortunio. Hay que ir al lugar del dolor.
¿Qué necesita lo social-popular? Precisa certezas y no promesas. Una certeza para salir del pantano que creó la bancocracia anti sanitaria que cogobierna hoy con Moreno -y que aspira a reelegirse con Lasso–es la siguiente: que los ecuatorianos estén vacunados contra la COVID-19 hasta noviembre de 2021; todos los ecuatorianos. Una población sana y segura será la mejor aliada del proyecto progresista durante su nuevo gobierno. Porque nadie cree lo que oferta el banquero: préstamos al mil años plazo, en otras palabras, el esclavismo de la refinanciación crediticia. ¿Qué es mejor? ¿La salud para trabajar duro en medio de la crisis o un préstamo a mil años con un campo inundado, con un páramo congelado y con un volcán encendido? La política es salud.
La reactivación económica formulada por Andrés Arauz es realista: poner dinero en manos de la gente para activar lo micro/doméstico de lo social-popular. La política es trabajo. Ya lo dijo el propio Andrés: “mi trabajo es dar trabajo a la gente”. Además, él tiene muy avanzados sus planes en las áreas estratégicas de lo urgente. ¡Comuníquenlas con certidumbre y emoción! La política es circuitar lo previsible… de los otros.
Finalmente, hay que tender puentes con los sectores de lo social-popular que fueron alejados de lo que el progresismo plantea. Los extremistas que propagan puñaladas sin sangre no distinguen los apremios del tiempo sincrónico de la política y la vida. Apuestan al golpismo sin ton ni son. Abandonan la cancha con rabietas fingidas. Algunos hasta agravian el pensamiento político con la fantasía del “voto nulo ideológico”.
Pero siempre hay con quien hablar. La política es palabra. Y la palabra no anula; suma, multiplica, nutre, conjuga, alienta, alegra y propone.
Lo electoral sobreexcita y entusiasma. Lo político ejecuta y dignifica. Acoplarlo es la tarea específica de una campaña sincera y sin máscaras.