Hace pocos días circuló en el universo virtual una cartita (revísela al final de este artículo) tan corta como maligna, firmada por León Roldós ‘resumiendo’ la hoja de vida de Andrés Arauz, el candidato presidencial del progresismo en el Ecuador. La cartita, felicitada en público por Alberto Dahik (el terrorista neoliberal del siglo XX) tenía un tonito de nocivo candor, pues su condumio central insinuaba que Arauz es casi un comunista solapado que invoca a Mariátegui hoy… luego de haber sido un funcionario perspicaz en el gobierno de Rafael Correa… y ahora un doctorando en México. Incluso finge ser sardónico al aludir el lema de los boy scouts: “siempre listo” con respecto a la actitud política de Arauz. (Lo malo es que lo sardónico no le luce a Roldós, ni por escrito ni verbalmente).

Pero quizá lo más gris de su cartita es lo que sopla entrelíneas y entre dientes: invocar a Mariátegui solo tendría dos interpretaciones: 1) que Andrés, al igual que el pensador peruano, desentona con los teoricistas; y, 2) en palabras de L. Roldós: “En Arauz podría ser un avance más de su radicalización, nada de paños tibios con la burguesía”.

Como se puede ver, y no es para extrañarse, León Roldós ha asumido el rol de pensador orgánico -no siempre sintáctico- de la burguesía ecuatoriana en pleno siglo XXI. La cartita reciente se me había olvidado hasta que ayer, transitando por una calle, escuché a un par de señoras intercambiar lo siguiente: – ¿Puedes creer que el Pedrito se hizo comunista? La otra amiga alegaba con mueca de náusea: – Eso es un castigo, no le diste padre al muchacho, Teresita. Como cruzaron de acera no pude oír más; pero enseguida recordé la esquelita de León Roldós y me resultó admirable el parangón: en una época de inteligencia artificial, big data, algoritmos, drones, robots y pandemias mutables el comunismo subsiste como un monstruo voraz que espanta a viejos y jóvenes.

El rol de pensador de la burguesía local de León es cosa cantada. Experto abogado bancario de la pléyade de financistas del Puerto principal del Ecuador -léase Guayaquil- el otrora exvicepresidente, exrector, exdiputado, excandidato presidencial, hoy sale por los fueros de lo que asume es un auténtico riesgo para el país. Lo curioso es que no es ni novedoso ni original. Durante más de una década los adversarios políticos, ilustrados o no, del correísmo se pasaron armando teorías para demostrar que Correa y ahora el correísmo simbolizan, por sí mismos y por su obra, material e ideológica, una corriente que se abrevia en la palabra más tonta que machacan los que nunca han leído a Maquiavelo: corrupción.

¿Por qué? Después de seis meses de la pandemia del coronavirus aquí y en el mundo, no hay país que se iguale al nuestro en robos, sobreprecios, chantajes y delincuencia de bajo coturno; aprovechándose de la pandemia en los hospitales públicos. Precisamente cuando muchos de los cuates de León Roldós, de todas las tiendas políticas habidas y por haber, gobiernan ¿o desgobiernan? el desastre sanitario y económico más grande de la historia nacional. Un pensador coherente de la burguesía local no puede ni debe desdeñar lo que ha ocurrido en el sistema de salud ¡justo cuando no gobierna Correa! Por el contrario, su cruzada -en su cartita- no es contra la corrupción (venga de donde venga) sino contra el improbable acólito criollo de Mariátegui.

Pero ¿qué hay detrás de esa advertencia/aviso del excandidato presidencial? Parecería que la burguesía a la que él personifica intelectualmente requiere de un jalón de orejas y de una alerta concienzuda, aunque enmascarada de micro biografía de Arauz. Esa alerta es la que permitiría complementar el diseño político-electoral que sus representados deben poner en práctica una vez que han hecho el teatro imperfecto de las primarias en un país que no tiene, en rigor, partidos políticos estructurados. No en vano los aspirantes ‘más opcionados’ de la derecha portuaria renunciaron a serlo hace apenas dos meses, una semana o pocos días. Así, mientras entretenían al palco ciudadano incauto con el eterno show de Abdalá Bucaram, los principales organizan la previa de una invisible alianza para impedir que el correísmo, ya encarnado en un excelente candidato como es Andrés Arauz, no pueda llegar a la presidencia, aunque no figure Correa como segundo… o sí lo haga.

El pucho de presidenciales (19 a la fecha de hoy) es apenas la muestra de cómo se sentarán a la mesa a negociar. Es decir, los que declinarán sus ambiciones y cuánto pedirán por hacerlo. En billetes o en… hospitales, aduanas, gobernaciones, contratos, etc. ¿La razón básica? ¿Gobernar la peor crisis contemporánea a nivel sanitario, social y económico? ¿Ordenar y exigir la responsabilidad de las elites en semejante caos público y privado? ¿Atender los alarmantes niveles de desempleo? Nada de eso. El único motivo es imposibilitar que el correísmo -que no Correa- llegue otra vez a Carondelet y mande a parar la fiesta del fin del Estado.

Eso también lo dijo León Roldós en su esquelita: Arauz tiene “un marcado estatismo”. O sea, Roldós percibe que no habrá paños tibios con la burguesía a la que él protege asustando con el cuco al resto. ¡Vaya profundidad!

Es tan obvio que no le eriza escribirlo y con pésima sintaxis. Por supuesto, hace más de tres años perdieron el decoro y con bufas comisiones anticorrupción, el funesto trujillato y la insolencia mental de Moreno muchos de ellos ‘gobiernan’ el país sin ninguna garantía: cediendo las reses gordas y desahuciando a la gente dentro y fuera de los hospitales.

La cartita termina baboseando a Correa. Es que ya sabe y ya saben que Correa no solo es el peligro. El peligro ¿o la esperanza? es el correísmo. Y el correísmo hoy tiene nombre: Andrés Arauz.

Por Editor