Por Carol Murillo Ruiz

Cada época tiene su afán: hoy es la visión de lo tóxico. Asediados globalmente por la pandemia del Covid, el afán es toxificar nuestro pensamiento y acciones. Un señuelo salta a la vista, sobre todo, cuando se conoce ese altísimo porcentaje de personas que no acepta ni desea vacunarse con ninguna de las ofertas sanitarias que ahora existen en cada continente. Algo raro pasa en una época cuyo afán es o debería ser confiar en la ciencia y los científicos; o, mejor: en la (permanente) investigación científica. Algo anómalo y no tan anómalo. Para explicarme mejor lo expondré así:

a.- Las dudas. Las primeras reacciones ante la pandemia -febrero 2020- fueron las dudas y las acusaciones contra China. Políticos y medios (en Estados Unidos principalmente) se unieron a un río de elucubraciones y afirmaciones que en realidad olía a guerra política, ideológica y comercial. Es decir, se ocultaba el espesor de los intereses geopolíticos que poco perciben las masas e incluso los que se precian de profesionales, en cualquier rama, pero apenas oyen o leen titulares en medios tradicionales o virtuales. La duda fue entonces un factor que destapó otros de mayor repercusión en la población mundial.

b.- La conspiración dizque trazada por el (invisible) poder que domina el mundo.Pareciera que el afán de esta época global es, asimismo, elaborar teorías de la conspiración cuando no se divisa la lógica de un sistema que usa diversos recursos para controlar y proteger el poder económico, político y cultural. La internet y You Tube en especial están atiborrados de ‘documentales’ y ‘reportajes’ sobre las supuestas y siniestras intenciones de haber creado el virus en un laboratorio para acabar con “la humanidad que sobra”: ancianos, pobres, marginales, excluidos y potenciales delincuentes (por tanto, seres que brotan de la peor miseria material) y que nada aportan a las sociedades desarrolladas o subdesarrolladas. (La realidad es que el Covid mata sin distinción de clases). O que sociedades secretas dibujan en reuniones ultra ocultas -pero decisivas- el destino de la humanidad, o lo que es lo mismo: la renovación de un orden mundial que privilegie economía, productividad puntual y diversos juegos financieros de los poderosos de siempre (y algunos nuevos que pertenecen al círculo de la caverna tecnológica que pronto rediseñará formas de vivir y trabajar). Allí estaría Bill Gates, apenas como ejemplo del conspiracionismo en onda. ¿Cuál es el éxito de estas teorías de la conspiración? La ansiedad -algo tan humano- de explicarse lo sórdido con un halo de misterio muy parecido a la fe en el diablo. ¿Qué hay poderes ocultos maquinando bonanzas y tragedias? Sí, los ha habido desde el inicio de los tiempos. Pero la creación del virus de la pandemia como cálculo apocalíptico es inadmisible.

c.- Los jóvenes antisistema. Es bueno observar y descifrar las posturas de una población determinada: los jóvenes entre 25 y 35 años -de un sinnúmero de países- han vivido la intrusión del ritmo virtual sin pisar calles y periferias, y no disienten ni ahondan en la precariedad formativa y social que hay fuera de sus burbujas tecnológicas. ¡Oh juventud, hallas en la moda antisistema una vía heterodoxa de no mancharte de política! Pero sí criticas al sistema capitalista a través de una especie de negación cognitiva: los laboratorios de investigación científica son -escasamente- centros de negocios contra la salud y nunca a favor de ella. Es obvio que mucho hay de cierto en esa protesta, y las denuncias públicas lo ratifican; pero no se puede envolver frutas y grasas en el mismo saco. Las vacunas tienen una extensa historia en la salvación de generaciones enteras desde que la modernidad puso en la mesa social el imperativo de aprovechar la ciencia médica positivamente; también es innegable que sí hay esfuerzos investigativos para encontrar la cura o detener enfermedades crónicas (el cáncer, el sida), y que dichos esfuerzos cuestan tanto como ganan los centros científicos y las transnacionales farmacéuticas, sin desestimar su notorio amor por el dinero extra…

Admitiendo lo anterior, una pandemia como la actual tiene peculiaridades concretas que exigen trabajar intensamente a los especialistas -científicos de altísimo nivel- en distintos puntos del planeta; de lo contrario el propio sistema que el poder defiende se caería a pedazos encima y a pesar de él; pero esta es una explicación que los jóvenes no políticos desdeñan. Su expresión antisistema es en contra los laboratorios y en contra de la práctica de no ser ratones de ensayos y de sus secuelas acaso mortíferas. Ergo, su vínculo con la sociedad, se podría decir, es accesorio y además está plagado de un “conocimiento” proveído por unas redes infectadas de teorías conspirativas y, de parte de sus consumidores, de un pavoroso vacío intelectual.

d.- El descreimiento social y mediático. El rol que cumplen los medios informativos en el mundo no ha sido inocente, no porque su posición editorial esté ligada aviesamente a las dudas o las teorías de la conspiración sino porque en ellos se refleja la naturaleza descreída de la gente ante un suceso que rebasa su condición pasiva de habitantes urbanos, rurales, anarquistas, neo hippies o negadores de cualquier contingencia, verbigratia la pandemia real y mortífera del Covid mutante. Medios y masas trasladan el problema únicamente a la insegura preparación de una vacuna y sus (posibles) resultados nefastos, mientras los facilitadores de opinión, con datos y nociones aislados, generalizan la idea de que una vacuna no puede ‘inventarse’ de un día para otro, aunque sí creen en milagros de todo tipo. Olvidan que los centros científicos trabajan sin descanso -con pandemia o sin ella- en diversas investigaciones sobre los riesgos que acechan la vida humana.

En ese contexto los medios enredan el descreimiento de una gran porción de las masas que admiten lo que ellos dicen o insinúan. El fenómeno es más que novedoso porque cuando hoy hablamos de medios nos remitimos a un abanico de opciones que se expresan mejor en la internet que en periódicos impresos o formatos de televisión que aburren a la gente. Y lo peor: hay quienes ponen en el mismo florero dogmas religiosos y ciencia (como nuevo credo). Semejante atrevimiento conceptual no ayuda en nada frente al peligro del Covid, pues las personas se convierten en mansas presas de la ignorancia, lo que las lleva a despreciar el talento y creatividad humanas puestos al servicio de la investigación científica al margen de intereses que existen, por supuesto que existen, pero que no suplen la urgencia vital de vacunarse ya, ahora mismo.

e.- La salud pública es cuestión privada. Con los vientos neoliberales que arrecian otra vez en muchas glocalidades, se intenta desprestigiar el derecho a la salud pública y el rol del Estado en su consecución. Sin embargo, uno de los iniciales debates luego del primer zarpazo del Covid fue descubrir que una pandemia es una materia pública (global), con connotaciones de justicia social y redes sanitarias que funcionen. La debilidad de los sistemas de salud es concomitante al abandono del Estado que las elites propician cuando quieren hacer de las demandas básicas de una sociedad -en crisis- un negocio a cualquier precio. Afortunadamente, en el camino, a pesar de las protestas de los lobbistas de la muerte, se consensuó que los Estados manejarían la compra y distribución de las vacunas. Pero desafortunadamente, como en el Ecuador, tal encomienda fue rota por una red de corrupción que salió directamente del Palacio de Carondelet -cuando gobernaba Lenín Moreno- hacia los regentes de los hospitales públicos que hicieron negociados con las pruebas PCR y luego con el destino de los fallecidos, a cambio de favores políticos solicitados por asambleístas mercenarios protegidos por el gabinete ministerial y los organismos de control estatal ecuatorianos. Grandiosa operación que consintió a los privados repetir que el Estado no sabe administrar nada. Aun con este caso repugnante el debate internacional sobre las competencias sociales del Estado ha prevalecido y lo que falta es una pedagogía sobre la pertinencia de los servicios públicos/sanitarios en tiempos de paz y en tiempos de guerra pandémica.

f.- Los prejuicios ideológicos. Entre las tantas tonterías que circulan desde hace más de un año en el infiernillo virtual surgió el de las fórmulas de las vacunas. O sea, la amenaza nacería del lugar y de quienes elaboran el compuesto vacunal. Trump, en su momento, difundió chismes en reemplazo a una política exterior seria y responsable. Acusó a China de crear el virus. Luego, Rusia, que avanzó muy rápido en la gestación de una vacuna óptima también fue blanco de un sinfín de embustes francamente irracionales: su vacuna contendría un chip que cambiaría el ADN de quien recibiera el líquido. Los prejuicios ideológicos y culturales sobre una sociedad que hace más de treinta años ya no es comunista, prevalecen como verdad en almas que propagan tal locura. Ergo, son incapaces de darse cuenta que hace más de dos décadas cada ser humano porta un chip, su celular, que no exclusivamente monitorea sus movimientos, sino que con sus aplicaciones tecnológicas avanzadas consigue manipular o estimular sus gustos, su ideología, su odio, su empatía, su asco. No precisa una inyección gratuita para alterar su aparato neural porque éste ya ha sido tomado través de un dispositivo externo comprado de su bolsillo.

g.- Liberar las patentes. Ciertamente ya no vivimos los tiempos en que una mujer extraordinaria como Marie Curie donó sus desvelos y hallazgos científicos a la humanidad, pues se desvinculó de la propiedad intelectual y heredó al mundo algo superior a sus propios descubrimientos: la ética del bien común global. Hoy todo es distinto. A pesar de que en 2021 aparecieron voces que reclamaban liberar las patentes de las vacunas para aliviar a los Estados (más vulnerables) del costo de vacunar a millones de personas, esto no ha ocurrido, y no solo por cuestiones económicas sino por la velocidad de la producción y distribución en los países ricos (que acapararon su compra antes de ser fabricadas), y por el juego geopolítico que implica competir en los laberintos científicos del mundo desarrollado. Las patentes se sustentan así. La libertad capitalista es funesta.

Como se ve, la iniciativa de no vacunarse podría responder a diversos factores, quizá hasta por cierto egoísmo anarco. Pero la necesidad de vivir para luchar por un mundo distinto y generoso es un compromiso individual y colectivo. Por supuesto, hay que reprochar el proceder non sancto de muchas transnacionales farmacéuticas, pero hay que cimentar una ciencia humanista y libre de flojera política o displicencia social.

La pandemia ha de ser catalogada como un asunto político y geopolítico. Hoy más que antes los estados están forzados a rescatar el camino del bienestar de todos, y la vacunación no es una trampa sino una condición utilísima para aprehender la complejidad de un orden social y económico… de vida o de muerte.

Tomado de Nodal

Por Editor