Las cadenas de producción y las redes de logística de mercancías están experimentando serias disrupciones debido a la difusión internacional del Covid-19. A diferencia de sus predecesores, el nuevo coronavirus está propiciando “el descubrimiento” de las fragilidades de “la globalización”, es decir, del desplazamiento a larga distancia de personas, bienes y capitales. En este mismo instante, muy posiblemente, muchos estadounidenses estarán dándose cuenta que no ha sido tan buena idea ensamblar mascarillas en El Salvador con algodón de Egipto.

La apología de la globalización está experimentando un mal momento. Pero ya le pasará. En unos cuantos meses, cuando el Covid-19 devenga en una enfermedad normalizada, el discurso neoliberal volverá con sus cantos de sirena para engatusar a distraídos y desesperados. Antes de que lo haga, sin embargo, vale recordar algunas cosas y ponerlas en perspectiva.

Conocimiento, imaginación y estilo son tres ingredientes necesarios para inventar una buena fábula. Lamentablemente, aquello no caracteriza a los conservadores estadounidenses que articularon y difundieron el “Consenso de Washington”. Por eso, cuando sus recetas llegaron a oídos de nuestras oligarquías criollas y sus portavoces, el neoliberalismo devino en un discurso de fácil repetición que plantea absurdos pretendiendo sustentarlos en las teorías de los economistas clásicos y neoclásicos. Pero eso no es así…. para ser justos con Adam Smith o Alfred Marshall.

En América Latina, Bolsonaro, Macri o Lasso repiten el mantra neoliberal sin verificar nada o entender mucho. Para ese tipo de personajes, el comercio internacional es una actividad en la cual “todos ganan”. Para que así suceda, según dicen los libros de emprendimiento que los políticos suelen comprar en los supermercados, las personas, los territorios o los países deben dedicarse a proveer aquellos bienes o servicios en los cuales podrían ser los productores “más eficientes”.

Para saber a qué entregar sus esfuerzos, el agente económico podría juzgar su eficiencia de dos maneras. O bien el agente busca la actividad en la cual nadie podría ser más productivo que él (ventaja absoluta), o bien el agente trabaja en una actividad en la cual él es más productivo con respecto a una actividad alternativa que él podría realizar también (ventaja relativa). En concordancia con esta última posibilidad, por ejemplo, para que Usted se dedique al cultivo de bananas, no se requiere que Usted sea el mayor productor de bananas de todo el mundo… solo se solicita que Usted sea más productivo cultivando bananas que sembrando café.

Si estas recomendaciones son implementadas, según la ideología neoliberal, el comercio internacional producirá escenarios favorables para todos porque las personas, territorios o países se habrán especializado en aquello para lo cual tienen ventajas competitivas. Cuanto más extrema sea esa especialización, mejor será el resultado, nos dicen con entusiasmo.

A los aprendices de Esopo, sin embargo, no les preocupa que, a consecuencia de la especialización productiva favorecida por la globalización, la India se haya convertido en el proveedor del 80% de los principios activos con los cuales se fabrican medicinas genéricas en todo el mundo. Y… ¿cuál es el problema? Ninguno, solían decir sin tapujos los neoliberales antes del arribo del Covid-19.

En la semana pasada, sin embargo, para poder asegurar la salud de una población superior a 1.339 millones de personas, para resguardar un inventario de medicamentos susceptible de agotarse en unos tres meses, la India estableció restricciones a las exportaciones de unos 26 principios activos relacionados con la fabricación de medicinas o antibióticos como paracetamol, aciclovir, metronidazol, neomicina, tinidazol, ornidazol, cloranfenicol, clindamicina y eritromicina. La restricción comercial se aplicará incluso a mascarillas, guantes y vitaminas B1, B6 y B12.

¡Bien por los Indios! pero…. ¡muy mal para el resto de nosotros!. Como lo evidencia este caso digno de caricatura, la mano invisible del mercado no produjo resultados donde todos pueden ganar. A largo plazo, no fue así. La especialización productiva solo generó la dependencia de millones de personas con respecto a lo que unos cuantos agentes económicos hacen o dejan de hacer.

Para ocultar esta potencialmente trágica configuración de las articulaciones entre agentes económicos localizados en distintas partes del mundo, los neoliberales utilizaron durante décadas el concepto de “interdependencia” para hacernos sentir optimistas ante la destrucción de los aparatos productivos nacionales, ante la pérdida de soberanía de los consumidores o ante los abusos de las empresas transnacionales oligopólicas.

En un planeta donde la vida de las personas no tiene el mismo valor, “la interdependencia” es un cuento. En el capitalismo, el reparto de pérdidas o ganancias no es simétrico sino desigual.

La globalización colocó a unos productores o consumidores a merced de otros productores o consumidores, independientemente de la existencia o inexistencia de instituciones o regímenes multilaterales para generar una convivencia lo más pacífica posible entre las naciones.

Y esto ya lo advirtieron los economistas heterodoxos y los ecologistas irreverentes que denunciaron el desperdicio energético implicado en el transporte de manzanas desde California para su consumo en Londres, una ciudad que no produce alimentos porque escuchó las voces conservadoras que le invitaron a especializarse en su mayor ventaja comparativa, las finanzas.

También, las absurdas y potencialmente trágicas consecuencias de la globalización fueron destacadas por los gobiernos progresistas latinoamericanos que pregonaron la necesidad de construir “soberanía” en alimentos, energía, tecnología, información o medicina.

En un mundo donde la interconexión creciente de personas puede generar externalidades negativas y caóticas, la provisión de “bienes públicos regionales” constituye una propuesta que sí es eficiente, eficaz y efectiva desde una perspectiva intergeneracional. La configuración de una empresa pública de medicamentos para América del Sur no era ni es una expresión de “romanticismo izquierdista sesentero”, como suelen criticar aquellos neoliberales criollos que, paradójicamente, se aferran a ideas del siglo XVIII (que no han leído ni entendido).

En sociedades complejas, alcanzar economías de escala mediante la especialización productiva o la concentración espacial no es lo único posible ni deseable. Y esto será lo que nos recordarán las victimas del coronavirus o, mejor dicho, las victimas de una ideología política de baja calidad intelectual que destruye aparatos productivos y arrasa con sistemas de salud a nivel global.

Pero… ya le llegará su hora al neoliberalismo y a sus feligreses.

Por Editor