Han pasado meses desde que el coronavirus Covid-19 (SARS Cov 2) nos ataca. Y efectivamente la pandemia parecería una guerra biológica mundial. Han sido afectados casi la totalidad de países, los fuertes y los débiles, los ricos y los pobres. El Covid-19 está contra todos.

El Covid-19 sacó lo mejor y lo peor de los seres humanos, y aún viene más. Sectores sociales rebeldes, soberbios, prepotentes. Países enteros arrogantes, súper poderosos, que no vieron a tiempo cuan dramático que se pondría todo. No lo creyeron, pensaron que resistirían sin dejar víctimas. Pero la realidad ha sido otra.

Este minúsculo vicho ha puesto en jaque a los gobiernos y a los pueblos. Al inicio se produjeron discriminaciones, agresiones contra personas y etnias. Surgió el racismo, se dijo que los chinos eran los culpables, ellos originaron el virus, están poniendo a prueba al mundo, tienen intereses hegemónicos, se afirmó. Pero el despliegue de medidas de salud pública en China, mostró alta eficiencia para combatir la pandemia. La meta fue bajar la curva de contagio, y la nación lo logró.

Pero no fue suficiente. Actualmente el virus afecta a todo el planeta, hay más de 5 millones de habitantes infectados y más de 330 mil muertos. Cada país muestra diversas tasas de contagio. En el mundo ésta es de 0,24% (0,1 a 0,46). Se dijo que es menor que la de muchas gripes, que la del sarampión o de la varicela en su tiempo de mayor auge. Lo que llamó la atención esta vez con el Covid-19, fue su rápida propagación y elevada mortalidad; llegó a ser el virus más mortal, superando al SARS y al MERS. Entonces había que tomar medidas. En el Ecuador la tasa de mortalidad llegó en mayo al 8,33%, siendo de las más altas del mundo. Pese a que las cifras mundiales nos ubican dentro de los países de respuesta media a las crisis sanitarias, con el agravante de la disminución en un 30% del presupuesto de la salud, en los últimos 3 años.

Al ser un virus nuevo, el primer paso fue cercarlo: aislamiento y cerco epidemiológico con vigilancia de casos y posibles contagios, pero el virus y las personas rompieron el cerco. Unos huyeron, otros desarrollaron la enfermedad en periodos más largos, los menos no presentaron síntomas y siendo positivos para el virus, no se enteraron y circularon como seres sociales e intercomunicados que somos; así llegó a todo rincón. De ser una epidemia, pasó a ser una pandemia mundial ante la cual casi nadie estaba preparado, tal vez Corea del Sur que durante 16 años implementó medidas para una posible pandemia que previó la OMS y que el mundo sabía que estaba próxima, aunque no tenía certeza de cuándo.

Es llamativo que países como Suecia no acogieron la recomendación de la OMS sobre el aislamiento obligatorio y sus contagios son altos, igual que la mortalidad; algo similar hizo Inglaterra al inicio de la pandemia y Estados Unidos, con resultados tremendos de enfermos y muertes. Esta política, hay que anotar, parte de la corriente más pura de microbiólogos y virólogos quienes han planteado que frente a una pandemia deben enfermarse y morir los que deban hacerlo. Con posturas más prudentes, otros países apostaron al aislamiento social como medida de palear el efecto de la pandemia y evitar el colapso de los sistemas de salud. Aún así las dimensiones de la pandemia han saturado más o menos esos sistemas dependiendo de los países, y han llevado a muchos a su colapso.

Esta primera oleada del Covid-19 deja muchos muertos y varias enseñanzas. El planeta bajó su contaminación entre el 30 al 40% por el aislamiento y la inactividad social. Las pérdidas de vidas han estado acompañadas de pérdidas sociales y económicas muy fuertes, llegando a una recesión mundial. El PIB mundial bajó, en Ecuador -6. Los efectos directos del Covid-19 son enormes: carga extraordinaria a sistemas insuficientes de salud pública, fragmentación de los sistemas, acentuación del deficiente acceso a la salud según el nivel de ingresos y lugar de residencia, quiebra de empresas (o pretexto para declararse en quiebra), disminución de inversión pública y privada.

Entre los efectos indirectos del Covid-19: suspensión y baja de la actividad productiva, mayor desempleo, disminución de salarios e ingresos, aumento de la pobreza, costos elevados de los servicios de salud y de muchos productos vitales y desigualdad de acceso, aumento de la violencia y la criminalidad.

Todo este panorama rebasó el tema de salud pública y científico y llegó al sector político y de poderes. En el mundo el Covid-19 potenció rivalidades de hegemonía y una carrera de desprestigios entre países con acusaciones (la principal que el virus fue creado por un laboratorio chino, desvirtuado esto por los estudios de genética y genómica del virus, que demostraron que el virus es pariente natural de otros coronavirus). Existen más de 17 mil secuencias completas de los genes de Covid-19. Con estas información y las sospechas más políticas que científicas, la pelea se trasladó a conseguir patentes de vacunas y tratamientos, ya que será un buen negocio. Pocos productores de la vacuna han manifestado que serán libres las fórmulas y su distribución, pero podrá más la avaricia.

En Ecuador la política llegó a extremos insospechados: abogados, economistas, ingenieros, etc., hablando de salud, de epidemiología y hasta de genética. Muchos actores y protagonistas luciéndose mientras el pueblo se enferma y muere. Presiones de los mismos sectores económicos poderosos de siempre para terminar con la cuarentena preventiva de salud y pasar a un distanciamiento productivo, priorizando las ganancias sobre la salud pública. Pago de la deuda externa. Leyes bautizadas de “humanitarias” que flexibilizan el trabajo y reducen salarios, mientras no se topa a los grandes poderes económicos nacionales.

El Ecuador en soletas investigativas sobre el Covid-19. No entramos a participar en ninguno de los grandes proyectos mundiales para entender esta pandemia. Proyectos como el de Variabilidad Genética y Genómica del virus, Proyecto sobre el comportamiento clínico del virus, proyectos sobre evaluación epidemiológica de la enfermedad y otros que nos dejan fuera del avance mundial. Esto por una inactividad y desfinanciamiento total de la investigación ecuatoriana. Se preocuparon más de proteger intereses financieros que de la salud. Se disminuyó presupuesto de universidades, posponiendo como siempre la salud, la educación y la investigación.

En el Ecuador estamos en un momento crítico. Con cifras poco precisas, con un sistema de salud débil, con deficiencias diagnósticas e investigativas, duplicación de datos, subregistros de mortalidad, cadáveres desaparecidos, así, el mundo apunta a investigar vacunas nuevas y tratamientos nuevos, en el país solo consumimos conocimientos externos.

Para combatir al enemigo, debemos primero conocerlo. No hay un plan real para saber más sobre la genómica del virus, el estado de inmunidad de la población, las diferentes respuestas a la enfermedad y al virus. ¿Cuál de las 198 mutaciones ya descritas del Covid es la que tenemos en Ecuador? ¿Cómo podemos usar una vacuna que se produzca en el extranjero si no conocemos al enemigo propio: el genoma viral?

Esperanzados en investigar en la UTE, en el Centro de Investigación Genética y Genómica, presentamos varios proyectos para que sean aprobados por Senescyt y MSP, pero la burocracia es tan lenta e indolente que está lejos de entender la prioridad de investigar como política nacional. Quizá cambie algo la pandemia. Quizá el mundo y las personas cambien, pero cuando se observa la corrupción en adquisición de insumos de salud y otros alrededor del Covid-19, uno se anota en la lista de pesimistas. Este coronavirus evidenció lo peor del mundo.

Por Editor