Por Pablo Salgado J.

Hoy en el Ecuador se celebra el Dia Nacional de la Cultura. Se instaruró en esta fecha, 9 de agosto, para conmemorar la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que nació precisamente un 9 de agosto de 1944, durante el gobierno del presidente José Ma. Velasco Ibarra.

Una fecha que debería ser una verdadera fiesta nacional llena de arte, cultura y alegría.  Una fiesta nacional que llene las calles y las plazas con música, teatro, danza, libros. Una fiesta repleta de expresiones urbanas y populares. Una fiesta para sentirnos orgullosos de nuestra cultura, de nuestras expresiones artisticas. En fin, una fiesta que consolide nuestras identidades, locales y nacionales.

Sin embargo, no es así. Es, mas bien, una fecha triste. Porque triste es la situación de la cultura en el país.  No hay motivos para una celebración. Por el contrario, es una fecha que provoca ira y decepción, pues la cultura vive momentos de profunda precariedad ante el quemeimportismo del gobierno nacional y sus autoridades culturales. Un Ministerio de Cultura ausente y que incumple la Ley orgánica de cultura, un sector privado ajeno a la cultura y las artes, y  una ciudadanía que no termina de comprender los procesos culturales y de valorar a los artistas y trabajadores de la cultura. Eso si, en el Salón Amarillo se darán discursos y se repetirá una vez mas que es el gobierno del encuentro. Y repartirán medallas y diplomas.

Profunda decepción e indignación provoca la gestión del presidente Lasso en su año y medio de gobierno. No hay sector de la economía y de la vida nacional que no haya sufrido un grave deterioro, con excepción, por supuesto, de la banca y el sector financiero. No hay un solo servicio público que no haya sido desmantelado; el sistema de salud, de educación, el seguro social. Y, lamentablemente, también el Sistema nacional de cultura. Aquello de “gobierno del encuentro” y de “crear oportunidades” se quedó en un burdo slogan que solo refleja la indolencia del presidente Lasso y sus ministros.

Las cifras del crecimiento del desempleo y la pobreza, de la inseguridad y del abandono escolar, son alarmantes. Así mismo, las cifras de los consumos culturales, del acceso a la seguridad social de los artistas, del empleo adecuado, o la inversión en cultura y patrimonio son desalentadoras. Los artistas deben rebuscarse con proyectos personales que les permita generar ingresos y dedicarse a actividades de supervivencia. La mayoría de artistas y gestores sobreviven en medio de una profunda precariedad.

El Ministerio de Cultura y Patrimonio no ha generado ninguna iniciativa de apoyo a los artistas y gestores culturales. Tampoco genera líneas de política pública para el fomento y la reactivacción del arte y la cultura. No fue capaz de estar junto a los artistas durante la pandemia. Y no es capaz de proponer mínimas acciones para reactivar y dinamizar al sector cultural y patrimonial. Ni una acción, ni una iniciativa; ni por casualidad. 

Todo lo que la Ministra de Cultura toca, lo convierte en Fondo concursable. El Presidente Lasso prometió crear un teatro en cada barrio para que las ciudades se llenen de arte, de fiesta, de alegría. La Ministra lo convirtió en fondo concursable que, mas bien, contribuye a profundizar la precariedad y no genera impacto alguno en los barrios y peor en el quehacer escénico del país. Fondos concursables sin lineas de política pública, sin evaluaciones del impacto, sin seguimiento y sin alternativas para quienes no acceden a esos fondos, cada vez más cuestionados.  Fondos concursables a la buena de Dios.

El Ministerio ha proseguido con la línea iniciada por Lenín Moreno, liquidación del Tren patrimonial, recortes a los presupuestos de las instituciones culturales, a la biblioteca Aurelio Espinosa Pólit y falta de mantenimiento a los espacios culturales y repositorios que tiene a cargo, como el penoso caso de la clausura del MACC en Guayaquil. Se terminó con el Plan del libro y la lectura. Y, para variar, lo convirtió en fondo concursable. Se eliminó la Feria Internacional del libro de Quito, y convocó a un fondo concursable que en lugar de ayudar al desarrollo y fortalecimiento de las editoriales, constituye una competencia desleal.  También ha proseguido con la Feria de las declaraciones patrimoniales. En ellas econtró el Ministerio la mejor manera de “subir” su perfil.  Declaraciones sin planes de salvaguarda y sin presupuestos para su implementación, pero eso si, muy efectivo para las fotos y los pergaminos.  Incluso, recordemos, después de un año de la Declaratoria del pasillo como patrimonio inmaterial de la humanidad, aún no se ha ejecutado una sola acción de su plan de salvaguarda.    

Tampoco las promesas neoliberales de campaña electoral y los anuncios al inicio del gobierno se han cumplido. Por ejemplo, el Ministro de la producción anunció que se implementará un Cluster de industrias culturales: “lanzaremos la primera iniciativa de competitividad e innovación para las industrias creativas y trabajaremos en desarrollar la economía naranja en el Ecuado,” afirmó el ministro Julio José Prado. Pero no, ni eso. Y tampoco se ha podido implementar con éxito -por el confuso y enredado reglamento- el proyecto de la excensión de hasta un 150% en el impuesto a la renta para las empresas privadas que patrocinen eventos culturales.

El Ministerio de Cultura se ha convertido en un huaquero de los institutos, y otras entidades desconcentradas y con autonomía administrativa. Los trata como si fueran subsecretarías. Implementa opacos concursos públicos para elegir a los directores ejecutivos, y luego los despide. En más de dos años, el Ministerio ha sido incapaz de elegir a la nueva dirección del INPC, incumpliendo, una vez más, la ley.  Y ahora mismo, en el IFCI, implementa un proceso que ha sido cuestionado por sus participantes.

Una gestión además ajena y ausente de las necesidades de los artistas y gestores culturales. A tal punto que más de 300 artistas remitieron una carta al Presidente Lasso en la cual exigían la renuncia de la Ministra. 

LA CASA DE LA CULTURA

Pero ¿qué sucede con la Casa de la Cultura Ecuatoriana?  Después de casi un año -diez meses- aún no se vislumbra un cambio en su gestión. El nuevo presidente Fernando Cerón anuncia reuniones y convenios pero aún la Casa sigue siendo ese espacio vacío y lento, tomada por una burocracia que todo lo entorpece. El único cambio visible, es el de su nombre a Casa de las Culturas Benjamín Carrión, lo que ha provocado el airado reclamo de artistas y gestores reconocidos. Que se debe cambiar su nombre, sin duda. Estoy seguro que Benjamín Carrión y los escritores que la fundaron estarían plenamente de acuerdo. En su carta fundacional se menciona, claramente, que la Casa debe acoger a todas las culturas, “debe ser la Casa del pueblo,” decía Benjamín Carrión.

Los acontecimientos que se dieron en el Paro nacional ha marcado el rumbo de la Casa de la Cultura. La toma de sus instalaciones por parte de las fuerzas policiales, con la complicidad del Ministerio de Cultura, determinaron que gestores culturales se pronuncien en defensa de la Casa ya que se trató de un atentado al que ni las peores dictaduras se atrevieron.  Esas fotografías con policías y soldados fuertemente armados ingresando a la Casa y revisando sus museos, sus bibliotecas, su cinemateca, quedará en la memoria por siempre, como la mejor evidencia de la prepotencia de un gobierno violento y represor.  Pero también, artistas de trayectoria acusaron a la Casa y sus autoridades de tener una agenda vinculada a la CONAIE e incluso, un ex ministro de cultura los acusó de “mariateguistas” (sic) al servicio de los violentos.

Una Casa de la Cultura que intenta un cambio pero se encuentra con pírricos presupuestos. Una Casa de la Cultura que intenta la aprobación de una reforma a la Ley orgánica de cultura que le permitan acceder a presupuestos dignos y que terminen con cierta ambigüedad en el ejercicio pleno de su autonomía. Un lento proceso de cambio que intenta cumplir con los ofrecimientos de campaña. Hay ciertos  atisbos de cambio, algunos brotes verdes ya son visibles; la Biblioteca generó un espacio infantil y desarrolla actividades que fomentan el libro y la lectura. Es ya un espacio vivo y activo. La Cinemateca, en su nuevo espacio,  ha creado una agenda de promoción y difusión del cine nacional y ojalá retomen procesos de investigación y preservación de nuestro patrimonio audiovisual. Los museos y las salas de exposiciones aún lucen deteriorados y vacíos, con exposiciones que en nada aportan y que responden a esa relación clientelar que, ojalá, algún día se pueda desterrar. Iniciaron un procesos de reflexión -Aprendizajes desobedientes- en los cuales se evidencia la nueva concepción museal que su directora quiere imprimir en su gestión, pero sin recursos.

En la radio, se evidencia la precariedad técnica. A pesar de haber recibido un crédito no reembolsaable por parte del Banco del Estado, para la implementación de la FM, todo quedó a medio hacer. No se ejecutó en su totalidad, y su implementación está parada ya casi tres años, sin que se encuentre una solución. Una barbaridad. Mientras tanto, todo es precario y ese viejo sueño de tener una gran radio cultural, deberá seguir esperando.  Y de nuevo la misma discusión, debe ser una radio comunitaria o una radio pública dedicada a la cultura. Obviamente, deber ser una radio cien por ciento cultural que responda a los artistas y gestores culturales y no a las agendas de los movimientos políticos.  Pero nada será posible sino se supera su precariedad técnica. En tiempo de nuevas tecnologías, la radio de la Casa sigue sin nuevas tecnologías. Absurdo.

En los Núcleos provinciales el cambio es aún más lento o inexistente. Los mismos núcleos que ya, en la administración anterior, dinamizaron su acción son los que han proseguido con esa gestión; el de Azuay, el de Manabí y ahora el del Guayas que a comenzado a  abrir sus puertas. El caso del Núcleo de Pichincha vale la pena destacar, han dado un giro importante en su gestión y se muestra activo, dinámico y trabajando en territorio.

En verdad, aún no se vislumbran razones para volver a la Casa. De hecho la mayoría de artistas y gestores, y la ciudadanía, aún no vuelven.

Los Gobiernos locales que deben cumplir una importante labor cultural, apenas si se interesan en la cultura. En el caso de Quito y Pichincha la conmemoración del Bicentenario era una magnífica ocasión para reactivar la economía de la cultura, pero apenas si han conseguido montar tarimas y programar eventos.  Los Municipios y Prefecturas, eso si, aparecen muy temprano a la hora de las campañas electorales, pautan publicidad y se dedican a  montar tarimas y programar espectáculos. Presupuestos que  no contribuyen a dinamizar ni a expandir la economía para los artistas y menos a volverla sostenible.

Es necesario destacar el esfuerzo de los centros y casas culturales independientes, galerías, salas de cine, librerías, editoriales, etc. que se mantienen por el esfuerzo, la dedicación y la pasión de sus gestores.

La ausencia de políticas públicas, el desmantelamiento de la institucionalidad cultural,  y el no ejercer la rectoría hacen que la gestión pública de la cultura esté desarticulada y sea ineficiente.  La Ley orgánica de cultura fue concebida para una determinada institucionalidad, que ahora ya no existe, ni a nivel nacional, regional y peor local. Y los presupuestos cada vez mas pírricos hunden al sector cultural en la desazón y la decepción. Triste conmemoración la de este 9 de agosto.  

Por RK