David Chávez

Hace ya algún tiempo atrás en una de las paredes de Quito se leía: “Si no te gusta el clima de Quito, espera cinco minutos”. Tras el primer año de desgobierno de Moreno bien podríamos decir: “Si no te gusta la política del Ecuador, espera un año”. En los tiempos de la crisis política que precedió al correísmo esa frase parecía cumplirse como nuestro “destino ineludible”. Poco predecible, la política no paraba de asombrarnos y se convertía en un espectáculo con permanentes “giros dramáticos”. Era el imperio de la política fraudulenta, de la simulación, aparentar tener un proyecto, aparentar gobernar, aparentar trabajo.

Durante la hegemonía de la Revolución Ciudadana ese tipo de política parecía haberse superado. El propio correísmo se ufanaba de haberla sepultado. Sin embargo, los acontecimientos de este último año ponen en evidencia que eso no fue así. ¿Qué duda cabe de que vivimos un retorno de aquella política fraudulenta?, ¿hay quién –con algo de seriedad- pueda negar que Moreno es un gran fraude político? De hecho, Moreno no solo es un fraude, es doblemente fraudulento.

Como es de suponer no me refiero al ridículo nacional que protagonizaron los “banderas negras” hace un año (¡es increíble, apenas ha transcurrido un año!), cuando vociferaban “¡fraude!, ¡fraude!”, con estremecedora indignación de clase. Ahí no está el fraude de Moreno, está en el hecho de que los “banderas negras” ahora se cuentan entre sus más fervorosos defensores. Y no, no es porque el “diálogo” hizo posible que los derechizados sectores medios urbanos absorban los átomos de la izquierda cuántica en el gobierno y ahora apoyen decididamente al “proyecto progresista” de Moreno, todo lo contrario esos sectores han radicalizado su derechización mientras, con disimulo atómico, el gobierno se desentendió de modo muy acelerado del progresismo del que había surgido.

En la actualidad, para justificar los abusos y atropellos del Consejo de Inmaculados transitorio se habla del mandato popular de la consulta de febrero. Como si ese fuese el único mandato que cuenta. En abril del año pasado hubo un mandato que fue desconocido y pisoteado por el actual gobierno. Ese es su primer fraude. En este momento, la agenda de los sectores que fueron derrotados en esa elección constituye la dirección política fundamental de Moreno y los suyos. Y hay que decirlo categóricamente, el viraje no es de ahora, desde la posesión de Moreno se puso en marcha una estratagema sistemática para llegar a esto. Ahí hay poco espacio para las casualidades.

Pero hay un segundo fraude político de Moreno, el que tuvo lugar luego de la consulta de febrero. Poca duda cabe de que los sectores de la sociedad que le dieron el contundente triunfo del Sí no fueron los “banderas negras”, en realidad el factor clave estuvo en sectores críticos del correísmo que apoyaban una reforma institucional profunda para fortalecer una alternativa progresista. Candorosos, sí, pero –en su mayoría- gente que no estuvo dispuesta a apoyar el regreso de un proyecto conservador de gobierno ni en abril de 2017 ni en febrero de 2018. La ficción mediática del primer año de Moreno contribuyó muchísimo a consolidar el apoyo de ambos sectores junto con un muy buen manejo del tiempo político para aparentar cosas. Fingir que había interés por mantener una política económica de corte progresista, por ejemplo.

Una vez ganada la consulta Moreno y su gente justifican cualquier cosa como “legítima”. El alineamiento con Estados Unidos, el retorno de los empresarios al control de la política económica, el respaldo a los grandes medios de comunicación, el desmantelamiento de la institucionalidad del Estado, la persecución política a los correístas, todo se justifica con la consulta popular. Hasta dónde recuerdo nunca nos preguntaron por esas cosas. Si lo habrían hecho, seguramente perdían. El segundo fraude de Moreno es contra quiénes honestamente –aunque confundidos- creyeron que la consulta popular libraría al progresismo de AP de la “pesada carga” del correísmo. Por supuesto, no hablo de la “izquierda” oportunista que representa a un selectísimo grupo minoritario y que no ha tenido la más mínima vergüenza en apoyar abiertamente a la derecha más conservadora desde hace años, una relación “orgánica” es la que han mantenido por mucho tiempo, demasiado como para no indignarnos en su contra también.

En suma, el doble fraude de Moreno es contra el progresismo, contra las izquierdas. Si la “izquierda, única, pura y verdadera” finge no darse cuenta (fraudulenta también, al final de cuentas) es a causa de su despiste o su inveterado oportunismo. Lejos de representar la apertura de una posibilidad de renovación necesaria del progresismo, el desgobierno de Moreno significa la clausura definitiva de una alternativa progresista en el Ecuador. Lo que pasará a la historia como una colosal chiste político es que esa clausura viene de la mano de los que se veían a sí mismos como los portadores de la “verdad revolucionaria”, de los que miraban con desdén a los “derechosos” de AP, incluyendo al propio Correa. Al tiempo que cuenta con el aplauso de la izquierda que se oponía a Correa, Moreno ha dado lugar al surgimiento de la “izquierda cuántica” pues logró juntar a los “únicos, puros y verdaderos” de dentro y fuera de AP. Esa izquierda que siempre dijo que sabía cómo hacer bien las cosas, cómo hacerlas mucho mejor que Correa, y que ahora –como en tantas otras ocasiones- está dedicada a hacerle el trabajito sucio a las derechas.

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