Lucrecia Maldonado

Juana Neira Malo no simpatizó con el ex presidente Correa. Su talante parece más bien ser apolítico. Escritora de historias para niños. Amante de los libros, durante más o menos doce años mantuvo un programa cultural relacionado con esta afición, compartida, por otro lado, con muchísimos oyentes, en una de las radios más importantes de Quito. Cuando hubo un entredicho relacionado con la adjudicación de la frecuencia de la emisora donde se transmitía su programa, llamado “Sueños de papel”, abrazó la defensa de la emisora, y no cabe duda que lo hizo desde su integridad y su corazón.

Pero esa lealtad no alcanzó para que, llegado el momento, la radio prefiriera ceder el espacio de los sueños de papel a la pesadilla de la política. El pretexto, uno de los clichés de los medios en relación con la cultura: los auspicios no alcanzan para sostener el programa. Porque los radioescuchas no nos damos cuenta de nada, seguramente; pero basta pensar un segundo corrido para que surja la lógica pregunta: ¿cómo es que, durante doce años, el programa se transmitió ininterrumpidamente sin problema, y justo ahorita, en una coyuntura política artera y perversa, esos auspicios de golpe se vuelven su talón de Aquiles?

El generoso corazón de Juanita, unido a sus tan fuertes como respetables convicciones, la lleva a comprender y excusar con los mismos argumentos de la emisora la salida del aire de su programa. Y, como dice la gente corriente: ‘de pronto’ también es así. Porque en realidad no se trata de criticar lo que hace un individuo o una institución. Se trata de observar los contextos y de aprender a leer entre líneas los hechos de la vida.

Por ejemplo, la defensa hecha en redes, al explicar que la cultura sí tiene otros espacios en la emisora, y que allí se ha entrevistado a importantes escritores de la literatura internacional, lo cual no está mal. De hecho, está bastante bien. Pero la labor de Juanita fue más allá y más adentro, porque sobrepasó las modas intelectuales y llegó al fondo del corazón de la siempre injustamente menospreciada literatura ecuatoriana: entrevistó a nóveles escritores acerca de su ópera prima; se ocupó de los poetas que bregan sin cesar para conseguir una publicación o un auspicio (otra vez la palabrita) para cualquier encuentro o festival; acompañó a los no tan famosos ni conocidos en el bautizo de cada nuevo ‘hijo-libro’, celebrándolo como si fuera suyo. Y así brindó un espacio digno a la literatura ecuatoriana, que no está en los grandes medios ni se arrima a las transnacionales editoriales, pero que es, existe, respira y lucha por seguirlo haciendo.

Casi no sorprendió el anuncio, por otra parte, hecho sin ningún disimulo, de que el lugar de “Sueños de papel” sería concedido a un conocido periodista que se quejaba amargamente por tener que andar a pie en la cobertura de algún hecho del régimen pasado, y que su primer entrevistado sería el actual Presidente del Ecuador. Después de todo, quien fungió del mejor topo de la Revolución Ciudadana necesita que se lo apuntale.

No interesa saber si el rating subió o bajó la tarde de estreno del nuevo programa. Lo que importa ya se dijo hace más de doscientos años, como colofón de una sabia fábula de Tomás de Iriarte:

Sepa quien para el público trabaja
que tal vez a la plebe culpa en vano:
pues si dándole paja, come paja,
siempre que le dan grano, come grano.

Porque, de seguro, muchos oyentes que nos habíamos acostumbrado a comer del mejor grano, hoy nos rehusamos a volver a tragar paja.

 

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