Hernán Reyes Aguinaga

Una epidemia de corrupción parece recorrer América Latina. Salvando ciertos casos que posiblemente podrían ser catalogados como de revanchismo político, pocas dudas caben sobre la magnitud del fenómeno de inmoralidad de políticos de alto vuelo, que parece asolarnos. La discusión más bien parece girar alrededor de preguntarnos si la corrupción es un elemento constitutivo de toda forma de poder, si la corrupción afecta más severamente al poder político o al económico, si la corrupción en el campo político siempre ha existido -pero no se la visualizaba tan claramente como ahora- o si vivimos una oscura época donde se desbordó como nunca antes, quién sabe debido a qué.

Se trata de preguntas por cierto difíciles de ser respondidas con precisión, pero que nos llevan a recordar la famosa frase del pensador Lord Acton, quien en 1887 sentenció sin dilaciones: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Tal frase contiene una lógica que suena difícil de ser negada: a más poder, mayor corrupción. Sin embargo, si así fuera, las mayores fortunas, aquellas que compiten por aparecer en un lugar superior del ranking de la revista Forbes o los presidentes y líderes políticos de los países más poderosos en términos económicos, geopolíticos o militares, deberían ser señaladas como “absolutamente corruptas”, cosa por cierto, difícil de ser confirmada con completa seguridad.

Quizá el tema es más complejo y no tiene que ver solamente con las alturas del poder, sino que subyace latentemente en la misma condición humana o se oculta en las raíces de los diversos sistemas sociales que han puesto en práctica las sociedades humanas a lo largo del tiempo. Una interesante aproximación a esta cuestión nos la ofrece desde las ciencias de la psiquis el español Jorge Tizón. En su obra “Psicopatología del poder. Ensayo sobre la perversión y la corrupción”; allí plantea que “cuando los valores políticos (o cualesquiera otros) se han convertido en absolutos, han generado ideologías perversas que se han encarnado en males descomunales para la especie. Y eso es lo que viene pasando y con el advenimiento de las modernas democracias tomadas por asalto por la oligarquías de la econosuya como valor absoluto…”. ¿No se refleja eso con nitidez en el ascenso de oligarcas como Berlusconi en Italia, Trump en EE.UU. o los más cercanos Macri en Argentina y Piñera en Chile, por no hablar de Temer en Brasil o el recientemente caído como Pedro Pablo Kuczyinski en Perú?

Tal vez lo que está detrás de este ensombrecimiento de la política y de las democracias liberal-capitalistas no es sólo la irrupción de estos oscuros personajes del poder financiero encumbrados en la cima del poder político de sus respectivos países, sino algo más grave, según Tizón. En contra del argumento de la manida “crisis económica” que se esgrime en todos lados para poner en marcha programas neoliberales de ajuste para los más pobres y liberalización de los mercados para los más ricos, lo que estaríamos viviendo a nivel global sería una graves crisis política y tal vez una crisis del propio modo de producción, lo que conjuntamente podría llamarse “crisis del modelo civilizatorio”. El poder financiero transnacional habría logrado convertirse en una fuerza contra revolucionaria que habría echado abajo los valores de la propia revolución burguesa: libertad, igualdad y fraternidad. En su lugar, operaría el principio del “fraude”: las quiebras fraudulentas de grandes bancos y empresas norteamericanas, la operación fraudulenta de empresas transnacionales de esta parte del mundo (el caso Odebrecht es el más conocido) que corrompen gobiernos y gobernantes, y el crecimiento de delitos financieros, fiscales y de todo tipo, por parte de empresas incluso medianas y pequeñas, en medio de las turbulencias de los mercados salvajes.

Finalmente, el poder corruptor y corrompido que encarnan los agentes del neoliberalismo se impone con formas de dominación psicopolíticas que contaminan todo el entramado social: “auto-exigencia”, “sumisión auto-impuesta”, “democracia de espectadores-consumidores”, mecanismos de organización social paranoides y perversos, negación de la memoria histórica desde las complicidades y venalidades mediáticas y las idiocias digitales.

El poder corrompe. Sí, y desde arriba y sin misericordia alguna.

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