Por Erika Sylva Charvet

El 15 de marzo de 2021 la CONAIE decidió promover el voto nulo de cara a la segunda vuelta electoral en Ecuador, luego del fallo del TCE de negar el recurso contencioso electoral introducido por Pachakutik el 1 de marzo. Esto ya había sido comunicado por Leonidas Iza, dirigente del MICC, días atrás justificándola bajo el argumento de que “…hay que salir de la polarización del correísmo-anticorreísmo” (Pichincha Universal, 10-03-2021).  Sin embargo, dicha decisión continúa enmarcada en esa dualidad engañosa.  Veamos por qué.

“Correísmo” y “anticorreísmo” son términos que nacieron en el seno de la ultraderecha ecuatoriana para construir un consenso adverso al gobierno de la Revolución Ciudadana, aun cuando, en la actualidad se han generalizado tanto que hasta son aplicados en los análisis de la academia.  Ambos convierten   a un individuo, Rafael Correa, en el sujeto de la historia. En torno a sus cualidades y defectos, ensalzados por unos, denostados por otros, se construyen los polos de sus seguidores y adversarios. En el trasfondo de esta dualidad subyace la típica concepción tradicionalista, patriarcal, racista y clasista, según la cual los derroteros de la historia obedecerían a la voluntad omnipotente de los individuos, los “grandes hombres”, blancos y ricos, a la manera de los “héroes de Carlyle” (Albornoz, 1988 en Quintero, 2009:106).

Pero esta lectura de la historia empezó a ser superada desde hace setenta años en la historiografía occidental, y, en el Ecuador, desde los años 80. Sin desconocer el importante rol del individuo en la historia, la nueva concepción plantea que son los pueblos diversos los que la construyen y que esta es el resultado de sus luchas y una expresión de las contradicciones sociales en el marco de determinadas condiciones. Basándonos en esa lectura, tanto Correa cuanto el proceso del que es símbolo, la Revolución Ciudadana, serían el resultado de un acumulado histórico en la organización, identidad, lucha y nivel de conciencia colectiva del Ecuador, por lo que los logros de ese proceso así como sus límites, serían más una expresión de ello, que de la simple voluntad finita de un ser humano. Tal realidad no puede ser aprehendida por la contraposición “correísmo-anticorreísmo”.

Por ello, me parece más pertinente pensar el proceso actual desde el concepto de progresismo.  No lo considero un concepto “inventado” para caracterizar a gobiernos que “se decían de izquierda [pero] no lo eran, en opinión de los opositores al neoextractivismo” (De Souza Santos, s/f).  Más bien, constituye un viejo concepto propio de la tradición de la izquierda latinoamericana, como se puede leer, por ejemplo, en la historia del proceso revolucionario cubano y los testimonios de Fidel recogidos en su biografía escrita por Katiuska Blanco (2011, Tomos I y II). En el caso ecuatoriano, la idea de las “fuerzas revolucionarias y progresistas” como núcleo de un proceso de liberación nacional, acompañó siempre el discurso de la izquierda histórica.   Empero, esta los miró más como “amigos” o aliados periféricos y circunstanciales del “partido” que se mantuvo siempre como una estructura cerrada, exclusiva, frente a la heterogeneidad ideológica de sus potenciales aliados. Así pues, pese a que tuvo esa amplia perspectiva evidenciada en la conformación de frentes amplios en determinadas coyunturas del siglo XX (1944, 1968), la izquierda histórica no logró construir al progresismo como una gran corriente de acompañamiento del proceso de liberación nacional.

Ha sido en el siglo XXI, en el marco de una tendencia regional de respuestas populares a la exacerbación de las contradicciones generadas por el neoliberalismo salvaje, que se han abierto las posibilidades para que las “fuerzas democráticas, progresistas y de izquierda”, converjan en América Latina y el Caribe, en esa gran corriente que, bajo distintos parámetros obedientes a tradiciones idiosincráticas, está impulsando procesos de reforma, pero en el marco de perspectivas estratégicas que buscan la transformación de la sociedad. Ciertamente, son procesos críticos del capitalismo que se dan en su propio seno y en el de la sociedad burguesa.  Más que una comprensión reduccionista de estos, como otras tantas formas de manifestación del capitalismo, debemos pensarlos desde la afirmación del ciclo reforma-revolución planteado por Rosa Luxemburgo, como lo propone Herrera Montero (2020). Desde esa perspectiva estratégica, los distintos procesos revolucionarios y progresistas emprendidos en América Latina y el Caribe desde 1959, incluido el ecuatoriano, habrían abierto ya vías diversas y propias de transición hacia un nuevo tipo de sociedad.

El progresismo como concepto supera al término “correísmo” porque, además, rompe con la visión homogeneizante del sujeto político. Nada más ajeno a la visualización de militantes, adherentes y simpatizantes de esta corriente como una masa uniforme y domesticada, tal como lo sugiere dicho vocablo.  Al contrario, el progresismo se caracteriza por su gran diversidad social, regional, religiosa, étnica, de género. Ahí  podemos identificar católicos y ateos; marxistas, neoinstiucionalistas y neokeynesianos; izquierdistas radicales y liberal demócratas; feministas militantes y machistas inveterados; heterosexuales heteronormados y militantes LGBTI; mestizos, indígenas y afrodescendientes; empresarios/as y trabajadores/as;  ecologistas moderados y radicales; jóvenes centennials y adultos mayores, etc.,  todos/as ellos/a, aglutinados en torno a un proyecto político que busca tácticamente, la materialización de los derechos consagrados en nuestra Constitución (2008) avasallados durante el gobierno de Moreno Garcés y que amenazan con ser totalmente destruidos por su aliado durante cuatro años, el candidato de la banca, Guillermo Lasso.

Esta diversidad social e ideológica admitida dentro de la corriente, debe ser comprendida también como una expresión de la conciencia histórica del pueblo ecuatoriano, si convenimos con Gramsci que “[…] siendo contradictorio el conjunto de las relaciones sociales es contradictoria la conciencia histórica de los [seres humanos…]”, cuestión que se manifiesta “[…] en todo el cuerpo social, por la existencia de conciencias históricas de grupo, y […] en los individuos como reflejo de estas antinomias de grupo” (1984, Tomo III: 292). Tal perspectiva, rompe con cualquier esencialismo de los sujetos políticos que se pretenden autodefinir como ideológicamente “puros”, ajenos a las contradicciones que median la construcción de su conciencia social. ¿O acaso las personas no tenemos que luchar día a día, en lo privado y en lo público, por construirnos como feministas, antirracistas, anticlasistas, en el marco de una socialización marcadamente patriarcal, racista y clasista?  Pero, por supuesto, esto no lo ven quienes bajo el paraguas del “anticorreísmo” caracterizan a la Revolución Ciudadana como “progresismo conservador correísta” y, al hacerlo, invisibilizan su rica diversidad, sus contradicciones internas, el desarrollo desigual de las conciencias de los grupos que lo conforman y las diferencias que encarnan sus liderazgos.

Su antinomia, por su parte, el “anticorreísmo”, también es uniformizante de su composición diversa.  Allí podemos identificar a un arco variopinto de fuerzas políticas y sociales:  desde los partidos, movimientos e intelectuales de la extrema derecha hasta sus similares de las organizaciones indígenas, junto con partidos como la ID, el MPD, el PSP, las cúpulas de las organizaciones sindicales como el FUT, la CUT, la UNE y otras fuerzas políticas y corporativas menores, medios de comunicación empresariales y societales, etc. Este polo es aún más contradictorio porque lo integran militantes activos del neoliberalismo y quienes manifiestan posturas antineoliberales desde lo popular. En torno al “consenso anticorreísta” se expresa tanto la dominación de las elites encarnada en su oposición radical al proyecto antineoliberal progresista, cuanto la hegemonía sobre sus aliados del campo popular basada en su concepción tradicional de la historia y de una visión moral que construye al “Otro” qua individuo (“Correa”) como la encarnación del mal, del pecado, de todas la perversiones políticas y sociales. El artefacto simbólico de la “corrupción” ideado por el imperio e instrumentalizado por sus oligarquías cipayas en sus guerras jurídicas antiprogresistas en América Latina, se ha constituido en el cemento ideológico cohesionador de este bloque insólito en la historia ecuatoriana reciente.

Por supuesto, esto expresaría un nivel de desarrollo de la conciencia política colectiva de estos grupos populares, básicamente corporativa, focalizada en el interés particular privado, y máximo del grupo social más amplio, antes que en el proyecto estratégico del campo popular. Por ello, abordar la comprensión de la dirigencia indígena desde una visión esencialista, como la quintaescencia de la coherencia política feminista, antiracista y ambientalista, como lo hacen recientemente en una carta un conjunto de académicos/as extranjeros/as (Signatories, 2021), es ignorar su itinerario derechizante en Ecuador, con sus alianzas electorales, su apoyo al desmantelamiento del proceso constituyente y a la política de pactos en la Asamblea Nacional favorables a la implementación de leyes económicas neoliberales.  ¿Acaso su actual promoción del “voto nulo ideológico” para el 11 de abril no se enmarcaría en esa misma tendencia? Porque, a fin de cuentas, en la coyuntura actual ¿a qué intereses económico-sociales y políticos beneficiaría objetivamente este?

Esta interrogante nos pone de cara a un punto fundamental en el análisis político del presente:  la perspectiva antiimperialista que históricamente ha identificado a la izquierda en Ecuador y en América Latina. Esta pasa por comprender nuestros procesos en el marco de la estrategia de Estados Unidos para la región (2018-2028) y de la disputa geopolítica mundial por nuestros territorios, recursos naturales y dominación político e ideológica. En ese marco, el antiimperialismo es un eje de avanzada del progresismo que se define y se construye, simultáneamente, como integracionista y latinoamericanista. En ese sentido, dentro del progresismo, las posturas de clase, étnico-culturales, feministas y ecologistas deben ser, necesariamente, antiimperialistas.  Asumir una perspectiva despectiva o invisibilizadora de este elemento fundamental sería desconocer que en tratándose de recuperar la competencia estrategia sobre su “patio trasero”, el imperio no se detiene ante nada:  ni derechos, ni democracia, ni vidas humanas. Su objetivo es dividir para contener los procesos de liberación de las fuerzas populares. La desgarradora historia de nuestra región y país son un testimonio de ello.

Ese, al parecer, es un punto que separa a las fuerzas progresistas de las posturas indigenistas, ecologistas y feministas esencialistas de cierta academia y dirigencia indígena.  Como lo ha señalado De Souza Santos:  “En el reciente debate ecuatoriano una de las ausencias más ruidosas ha sido el factor de la intervención extranjera.  Algunos de los participantes […] están tan dominados por el odio y el resentimiento hacia Correa que ven su fantasma por todas partes y consideran que su injerencia es siempre avasalladora.  ¿Será que así no ven o esconden otro fantasma mucho más presente?  Sabemos que el imperio ha cambiado muchas tácticas […] pero no alteró su estrategia” (s/f:12).

Tácticas impensables para la izquierda histórica, como el financiamiento de ONG estadounidenses vinculadas a sus aparatos de inteligencia, admitido por ciertas organizaciones indígenas. ¿Acaso no se percatan que forma parte de la estrategia imperial de intervención sobre sus superestructuras?  En ese marco, ha sido preocupante el rol cumplido por Pachakutic y su presidenciable en el reciente proceso electoral del Ecuador al apoyar abiertamente el injerencismo extranjero en el bloqueo a la candidatura progresista, participar activamente en la deslegitimación del proceso electoral y amenazar con convertirse en una fuerza desestabilizadora ¿de cara a un potencial gobierno progresista? 

Por todo lo dicho considero que la denominada polarización “correistas-anticorreístas” es engañosa porque oculta la contradicción principal que se dirime en el proceso político actual: imperialismo-oligarquías  vs pueblo ecuatoriano en toda su diversidad. Porque, además, ha sido eficaz para la dominación,  posibilitando construir, paradójicamente, una hegemonía oligárquico-imperial sustentada en su versión tradicionalista de la historia y en una falsa moralidad de las elites sobre segmentos populares, fragmentando su cohesión en torno a un proyecto estratégico popular y plurinacional.  Y no solo eso, sino que está desvinculando a las organizaciones indígenas de la tradición antiimperialista de la izquierda ecuatoriana como elemento de su identidad.

Las “fuerzas democráticas y progresistas” con las que soñó la izquierda histórica son hoy una realidad. Los pueblos y nacionalidades no son ajenos a ellas: son constitutivos de esta gran corriente. De ahí que, proponer como lo ha hecho Pachakutik y la dirigencia de la CONAIE el “voto nulo ideológico” en este momento decisivo en el que se dirime la consolidación del modelo oligárquico-imperial o su derrota, es mantenerse en la polarización que plantean superar. Es seguir subordinándose a la hegemonía ideológica de las oligarquías y el imperialismo en un momento en que es indispensable romperla.  Es darle la espalda a la posibilidad real de consolidar ese sujeto histórico diverso del proceso de liberación nacional ecuatoriano pendiente hasta hoy.

Quito, 22 de marzo de 2021

Fuentes

BLANCO, Katiuska (2011).  Fidel  Castro Ruz. Guerrillero del tiempo.  Casa Editora Abril,  Tomos I y II.

DE SOUZA SANTOS, Boaventura (s/f).  Carta abierta a dos jóvenes indígenas ecuatorianos. Nodal. https://www.nodal.am/2021/03/carta-abierta-a-dos-jovenes-indigenas-ecuatorianos-por-boaventura-de-sousa-santos/  Visitado el 22 de marzo de 2021.

GRAMSCI, Antonio (1984).  Cuadernos de la cárcel.  México:  Ediciones Era, Cuaderno, Tomo III, p 292)

HERRERA MONTERO, Luis (2020). Ecuador, pandemia y crisis: contribuciones de crítica y formulación de reforma y revolución como elementos interdependientes de lucha antineoliberal. CLACSO, Observatorio Social del Coronavirus, 28 de octubre.  Recuperado en https://www.clacso.org/ecuador-pandemia-y-crisis-contribuciones-de-critica-y-formulacion-de-reforma-y-revolucion-como-elementos-interdependientes-de-lucha-antineoliberal/  Visitado el 16 de noviembre de 2020.

PICHINCHA UNIVERSAL, 10 de marzo de 2021.

QUINTERO LÓPEZ, Rafael (2009).  La historia nacional como espacio de debate teórico y político.  En Rafael Quintero, Animal Político.  Lecturas para politizar la memoria.  Quito, Abya Yala, pp. 106.

SIGNATORIES (2021).  Open Letter to Editors of Jacobin Magazine and Monthly Review:  Stop Racist and Misogyist Attacks on the Emergent Indigenuous, Eco-Feminist Left in Latin America, and Address the Crisis in Today’s Ecuador. New Politics, March 2. https://newpol.org/open-letter-to-editors-of-jacobin-and-monthly-review/ Visitado el 22 de marzo de 2021.

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