Santiago Rivadeneira Aguirre
La construcción de nuevos espacios políticos y la necesidad que la política, como generadora de acciones y estrategias históricas, regrese de inmediato a las calles para enfrentar al neoliberalismo, fueron algunas de las principales propuestas que arrojó el Foro Mundial del Pensamiento Crítico que se realizó en la Argentina a fines de noviembre.
En definitiva, la convocatoria fue a ‘repolitizarnos’. Y a pensar en el ‘rol insustituible de los movimientos populares y de las organizaciones sociales’. Con el telón de fondo de estas conclusiones pretendemos establecer una reflexión que nos ayude a entender la ‘forma antigua y la forma contemporánea’ de la democracia, que en el Ecuador se expresa en uno de los políticos ecuatorianos más contumaces y maromeros de las últimas décadas: Jaime Nebot Saadi.
Época de ensayismos vertiginosos y de desenfrenos propagandísticos, años de administración socialcristiana y de violencia en la ciudad de Guayaquil, (Nebot está 18 años en la alcaldía) han significado lo que Xavier Lasso, editor en ese momento de La Liebre Ilustrada llamó: “Populismo político e hipocresía nacional, dos expresiones culturales, escollos, no los únicos, para el Guayaquil y el Ecuador de la esperanza”. Antes había dicho, dentro del mismo artículo (Guayaquil, populismo y desafío): “Un narrador huancavilca sostiene que a Guayaquil hay que recorrerla ebrio, como si solo estuviera cargada de bares, cantinas y prostíbulos. Esa realidad parcial, la de la ficción artística, la ciudad no la oculta, pero más parece que la condición de la ebriedad es la forma como la política ha recorrido el mapa ecuatoriano. La política busca clientes en todas partes y, a su paso, la simiente echó raíces”.
Nebot se las ha arreglado para que los giros de la estabilidad institucional -incluyendo los estados de excepción- estuvieran atados a sus decisiones para que siempre el control regrese al círculo del poder hegemónico. El alcalde de Guayaquil siegue siendo el máximo ‘cuentero’ de la política ecuatoriana, que ha logrado, mediante toda clase de artimañas y embustes, la ‘identificación absoluta de la política, con la administración del capital’, que disimula en las ‘formas’ de la democracia para concederse a sí mismo la legitimidad de sus decisiones.
Así, convirtió la alcaldía de Guayaquil en una gran multinacional, en un emporio con perversas ramificaciones entroncadas directamente con empresas privadas, algunas de ellas bajo su feudo. En suma, despolitizó la esfera pública de manera deliberada y deslegitimó la participación ciudadana, lo que explicaría la aparente aceptación y credibilidad de su gestión. Porque una vez despolitizados, los ciudadanos estuvieron expuestos al miedo, la incertidumbre, la persecución y el vacío.
Nebot ‘limpió’ las calles de Guayaquil de cualquier reacción cuestionadora de su gestión municipal. Creó hegemonía y construyó no solo fantasmas, sino enemigos morales y culturales. Porque el sofisma legitimador de Nebot fue la propia alcaldía que supuestamente se ordenaba a sí misma. Entonces apeló a la subjetividad del guayaquileño con engaños, con la exaltación (negativa) de los afectos cívicos. “El pueblo quiere civismo y buena administración (…) para conservar lo que tiene”, ha dicho con desparpajo.
El alcalde cuentero y pragmático (suele ser alternativamente consejero, o simplemente ingenioso de feria o de plaza pública) convertido ahora en el gran chamán al que todo el mundo consulta, pudo desplazar a los habitantes del campo político a una zona de neutralidad, donde las discrepancias se resuelvan a partir de los actos de consumo. “El gran reto es conceptual: administrar bien. Lo repetí el 25 de julio, (de este año) cuando uno es pragmático y no sectario y dogmático, de la llamada derecha –si es que existe- hemos aprendido el concepto de administrar bien para tener el dinero necesario para invertir. De la izquierda -si es que existe también- hemos aprendido el concepto de que esa inversión hay que hacerla en la gente”. (Declaraciones hechas al Diario El Comercio, 2018)
Bajo esta perversa estructura de obediencia (inhabilitante y restrictiva) prevalece la figura del alcalde omnímodo, benévolo y justo: la ciudad ha sido diseñada a su imagen y semejanza, como una especie de Disneylandia consumista y mansa. (“Es preferible una sociedad que consuma y no una sociedad violenta”).
¿Nebot presidente del Ecuador para el período 2021-2025? Sería el sueño largamente buscado del político depredador más importante y tradicional. Porque ha sido además persistente y habilidoso. Un estratega incalificable, que conoce los entresijos del poder más que nadie y que conoce a cada uno de sus actores, tanto de derecha como de izquierda, con quienes pacta o negocia de acuerdo a sus intereses. Y que supo fundar una noción de gestión y de política, con los ladrillos de una lógica totalitaria: la del capital financiero.
Bajo esa prédica creó un bastión verdaderamente inexpugnable. Y su dedo sentenciador, señala los derroteros de la política ecuatoriana y cuando los hechos tendían a desbordarse, entonces aparecía el gran catequista para inaugurar el escenario de la conciliación, para montar el gran sketch de la avenencia y del simulacro que el país demandaba. Dos facultades le han vuelto ‘convincente’: la del amarre y la capacidad de saber mentir.
Serán la repolitización de los ciudadanos, la creación y consolidación de nuevos espacios políticos y, sobre todo, cuando la política regrese a las calles de Guayaquil y del país, los elementos fundamentales para derrotar a Nebot y a los socialcristianos en las próximas elecciones municipales y así impedir su postulación como candidato presidencial en el 2021, o antes, como un imperativo nacional e histórico.