Santiago Rivadeneira Aguirre

Lo trágico -o lo cómico- del momento histórico que vive el país, no es la dificultad de pronunciar o vocalizar el apellido del nuevo vicepresidente. O de memorizarlo por su ruido y repetirlo tal cual exige la retentiva. Hasta podríamos decir que, por ventura, ese sonoro e indescifrable apellido le significará a Otto Sonnenholzner la forma paradigmática de desafiar el tiempo y concederse a sí mismo una cierta cuota de inmortalidad. Porque siempre será recordado más por las rimbombancias (y un sinnúmero de burlas) que por la exacta pronunciación de su apelativo.

Frente al mundo (o la realidad), para decirlo con Hannah Arendt, el ser humano permanece siendo eternamente un extraño. Contenido en su propia singularidad, Otto ‘no sé cuantito’, de pronto deja de parecernos un extraño: su apellido es una pegadura que se convierte en una parte fundamental del gobierno y a quien -muchos con sorna, convencimiento o asombro- le ven como el sucesor que demanda la patria. En ese reconocimiento disonante y contradictorio, se esconde la gran figura del bufón de la corte que está para encubrirle las verdades al regente.  

El vicepresidente expresa la ausencia de multitud, el abrupto giro hacia lo expresamente subjetivo de la sociedad cuando se le proclama, para su asunción, como la representación de lo apolítico, -es decir, sin pasado partidista y sin historia- pero que ya se desgastó de entrada en la ausencia de pluralidad.

Seguramente por eso, uno de los diarios capitalinos, al día siguiente de su nombramiento, se atrevió a presentarle en un titular anacrónico, como un ‘liberal’ que llega a la segunda magistratura con el aura -sospechosa, decimos- de ser un empresario experimentado, comunicador solvente y sin compromisos políticos previos. Y además ‘buena gente’, que es una añadidura de la ‘mundanidad’ (para ponerle en el mundo real) y blindarle de cualquier improperio.

Ungido el señor Otto, como la condición humana que el régimen buscaba, lo demás es solo cuestión de audacia: vinculados a la acción y al pragmatismo, los sectores que hoy manejan el país, dispusieron los ajustes preliminares que demanda el FMI, que comenzó con el aumento de los precios de las gasolinas. Es el modelo instrumental, ahora corregido y aumentado, que procura construir la figura de la redención a través del consumo y la angurria, pero que se traduce en la privatización de los activos del país, la flexibilización laboral, la disminución del tamaño del estado y el retiro paulatino de los subsidios al sector social.

Pero un poco más allá, la Presidencia de la República, el Ministerio de Cultura y la Casa de la Cultura, acaban de crearse (para ellos solitos) el proyecto Arte en el Barrio 2019, (elaborado por Julio Bueno de Presidencia, Paulina Rodas del MCYP, Shina Camacho de la CCE y Julio Villacís de OSNE) con un presupuesto de $ 8.634.122,77, de los cuales se destinan $ 560.011,20 solo para el área de comunicación y publicidad, mientras en la proforma presupuestaria los recursos para el Ministerio de Cultura disminuyeron el 26%; para la CCE el 12%; el INPC el 9%, y el ICCA 8%; es decir, 8 millones de dólares.

El señor vicepresidente del apellido impronunciable, de ‘dócil disposición’, comporta la figura de apariencia gloriosa, bajo cuya luz sacrosanta y pura, el morenismo terminará de resolver la entrega definitiva del país a los empresarios, a la banca y al capital financiero. El estándar de su gestión será la utilidad y los intereses económicos que puede representar, una vez que se haga el balance de los haberes, y no importa que en ese cálculo haya una mayoría ciudadana a la que se le ha despojado de sus derechos. En ese estado de absoluta postración histórica, ética y moral, evidentemente que para los sectores hegemónicos el Ecuador, otra vez engullido por la estulticia y el desenfreno, les importa un ‘bledo’ o un ‘soberano rábano’, tal como ocurrió en los noventa.

La corriente de acontecimientos en los que nos hemos visto envueltos estos meses, producidos de manera deliberada por el gobierno y reafirmaba por un grupo de bufones disfrazados de demócratas, estacionados en el interior de Palacio, con el respaldo condicionado de Jaime Nebot, no pueden precipitarnos otra vez al despeñadero y la desintegración institucional y democrática.

En suma, asistimos a una nueva dominación neoliberal, al menos distinta en la forma, cuando el poder constituido quiere hacer coincidir su ‘verdad’ restauradora con la del ciudadano común. Es decir, la habilidad y estrategia de los ‘amos’ está en enunciar esa verdad en el mismo ámbito en el que los ciudadanos se piensan como sujetos: en el lugar de lo público, puesto que el gobierno además cuenta hasta ahora con el respaldo incondicional de los medios para quienes acaba de ser reformada la Ley Orgánica de Comunicación.

El vicepresidente entonces, encarna tal vez a su pesar estos signos de atropello, impronunciables, encargado como está de restablecer el malogrado ‘diálogo político’ (vale el descarado eufemismo) y la coordinación de los nuevos seis Gabinetes Sectoriales que acaban de ser creados por Moreno en el último gabinete ampliado de este año.

Pero mencionemos, además, los actos de contrición de ciertos analistas económicos, (Valencia y Davalos, por ejemplo) que antes actuaron como cómplices del sistema, pero que se vuelven vehementes contradictores del régimen actual cuando ven que el agua nos está llegando al cuello. Y en la lista bufonesca todavía están algunas ‘federaciones de trabajadores’, ciertos ‘movimientos sociales’, determinados partidos políticos de derecha e ‘izquierda’ que hacen sus cálculos electorales, y algún sector de la prensa mercantil que de repente se desata con denuncias y audios filtrados contra el presidente Moreno, que tiene los días contados -según se dice- y que puede durar en el cargo menos tiempo del que los ecuatorianos destinen a aprender el difícil apellido del vicepresidente.

 

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