Santiago Rivadeneira Aguirre

Lenín Moreno Garcés, el cabalista, puso en jaque al Estado de derecho. Lo hizo de manera deliberada, previendo con indisimulado cinismo y fingimiento, cada uno de los pasos para desquiciar la institucionalidad y la democracia y poner al país de cabeza. El ‘amor excesivo por el poder’, que Fourier denominó como ‘pasión cabalista’, les ha llevado al presidente y al actual gobierno a encerrarse en las cuatro paredes de Carondelet desde donde se promueve, a diario, la formación de camarillas y bandos que se disputan el control del estado. La ‘voluntad de poder y la ambición’ son inseparables.

Esa forma de ‘entusiasmo calculador’ del presidente Moreno, es el que ha permitido, a un año y ocho meses de gestión, una alianza malsana, mezcla de codicia y envidia, sobre todo en su forma vulgar: la politiquería, que ha buscado para su autosatisfacción, la complicidad de los demás, con el eufemismo del ‘diálogo nacional’. En ese caso, el precio es alto, dice Octavio Paz cuando habla de la celda y sus celadas, (Las trampas de la fe) porque para tratar de servirse de los otros, ‘el ambicioso no tiene más remedio que servir a los poderosos’.

Esa anomalía opera como el culto a la destrucción y la exacerbación del odio. En el monólogo de Shylock, (El Mercader de Venecia) el personaje dice, textualmente: “quien que odia una cosa no quisiera destruirla”. Incumbe a la naturaleza humana odiar a los enemigos, diría Shakespeare que algo sabía sobre el amor y el odio.

El odio comienza con la antipatía. En ese estado psicológico de extrema banalidad, el presidente odiador y sus colaboradores más cercanos (una especie de ‘rosca del rey’)  dejan escapar cada vez sus emociones patológicas, que les lleva a conformar la única directriz por la cual transita el gobierno: el insulto y la provocación.

Bajo esas emociones primarias, muchos comentaristas políticos, editorialistas, caricaturistas, politólogos, acomodaron la realidad del país para adjudicar al gobierno anterior el sambenito de la crisis económica (desmentida con cifras contundentes por organismos internacionales, como la CEPAL e incluso del FMI) y los hechos de corrupción. El ser humano, de acuerdo a Cicerón, odia lo que teme.

La consulta popular de febrero del año pasado, fue fraguada para construir una forma de consentimiento (además de legitimad) que más tarde dio paso al discurso oficial sobre la ‘voluntad popular’, que permite y legitima todo, incluyendo el regreso de los valores violentos de la derecha, viejo y gastado axioma del autoritarismo que ahora el morenismo usa para la embestida del poder económico y político.

Porque en el fondo de toda agresividad está el odio, pero además está la grave contradicción de que, como sostiene Enrique Salgado, (Radiografía del odio) la violencia y el odio constituyen un círculo vicioso: se muerden la cola. Dice este médico español que: ‘el odio es como la cólera en conserva: una actitud que nace de la sedimentación de la ira, de la insuficiencia, incluso esconde su verdadera calaña, fundido a los pasos de quien lo vive, mezclándose en sus sentimientos, en sus conversaciones, en sus actos’. (“A los que estoy comenzando a odiar es a los que votaron por mí”)

Porque el daño mayor infringido a este país, es haber instaurado el odio en el espíritu de los ecuatorianos. El odio político y la violencia produjeron a comienzos del siglo veinte, la ‘hoguera bárbara’. Además está el fingimiento, es decir lo opuesto a la honestidad. Un primer mandatario que finge crea una fuerte disonancia en el interior de la sociedad. Un presidente que finge (o miente) simplemente intenta esquivar el bulto acusando a su antecesor del fracaso anticipado.

Los rétores del régimen leen estos dogmas presidenciales, (el odio, la venganza, la ira) como si se trataran de verdades únicas. Y el coro repite lo mismo: ‘el país está pagando la farra del correísmo’. De ahí que el anuncio último de Moreno, para tapar el alza de combustibles y las medidas económicas, haya tenido el mismo tono de venganza, de falsa pasión o de embriaguez: ‘2 450 millones de dólares de sobreprecio en cinco mega proyectos del gobierno de Correa’.

Y al día siguiente del anuncio presidencial, una mínima caravana gubernamental encabezada por Roldán y Pérez, corifeo y ministro, respectivamente, caminó hasta la Contraloría y la Fiscalía para entregar las pruebas de la infamia, cuando los supuestos informes ‘elaborados por empresas contratadas por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)’ solo se refieren a ‘irregularidades detectadas en cinco proyectos que estuvieron a cargo de Petroecuador durante la administración del expresidente Correa’. Los proyectos son, por supuesto: Refinería Estatal de Esmeraldas, Refinería del Pacífico, Terminal Marítimo Monteverde, Poliducto Pascuales Cuenca y Planta de Gas Natural Bajo Alto. Algunas prácticamente inservibles, sostuvo Moreno.

Y al lado de la traición está la venganza, que en el caso presente es cada vez más incuestionable. Porque la derivación del odio se vinculada a la del deseo de exterminio del opositor sea físico o moral. Otra vez Shakespeare nos hablaría del placer de la venganza, por ejemplo en Macbeth y Ricardo III. Porque en general, ‘el traidor siente odio, bien porque lo alberga inicialmente, bien porque sus conveniencias le llevan por otros caminos, o porque ha sufrido una defraudación’ tanto en el campo de los afectos como en el de sus realizaciones personales.

Moreno es hijo del odio y de la ira como todos los resentidos. Y el odio y la ira, bajo su forma política, son los personajes sobresalientes del año, encarnados, además, en las figuras de Trujillo, (la ‘reserva moral del país’, según una revista guayaquileña) Nebot, Celi, Cuesta y Roldán, solo para nombrar unos pocos.   

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