“Si las personas creen que algo es real, entonces ese algo tiene consecuencias reales”. Esta frase resume la premisa a partir de la cual los Interaccionistas Simbólicos acometieron el estudio de lo social unas cuantas décadas antes de que los psicólogos recibieran el Nobel por “descubrir” que los agentes económicos no son racionales, ni coherentes, ni informados.
Dado que aquella frase nos evita entrar en el debate sobre si la epidemia asociada al coronavirus es real o no, mejor esbocemos algunas de sus consecuencias.
Estados Unidos, un país en vías de desarrollo
Dos días antes de que el primer afectado por el coronavirus muriese en el Estado de Washington, el gobernador Jay Inslee respondió a un mensaje del vicepresidente Mike Pence indicándole que él se sentiría mejor si Donald Trump y sus funcionarios se “aferrasen fuertemente” a la ciencia para hacer políticas públicas. Su respuesta reflejó lo que miles de estadounidenses pensaron cuando comentaban que tenían “el peor gobierno de la historia” y “el Presidente más peligroso del mundo”.
La indignación era justificada. Además de que había reducido previamente el presupuesto público para controlar enfermedades infecciosas, Trump delegó la responsabilidad de combatir la epidemia a Pence, un político de extrema derecha conocido por utilizar la biblia para restringir la enseñanza de la ciencia, para obligar a las mujeres a tener hijos, para enviar mensajes esperanzadores o para fomentar creencias que creacionistas, terraplanistas o pentecostalistas defienden con vehemencia.
Culturalmente, sin embargo, la decisión de Trump es adecuada. Durante el siglo XX, Estados Unidos cultivó las condiciones para convertir a su lento ocaso imperial en un acelerado ingreso al realismo mágico. Los valores, las instituciones y los derechos promovidos por los ilustrados revolucionarios estadounidenses desaparecieron hace mucho tiempo atrás en una sociedad donde la mayoría de la población convierte al consumo en su motivo laboral, desconfía de las personas educadas y combate al homosexualismo por ser la “última arma del marxismo”.
En Estados Unidos, la política del absurdo tiene mucho sentido. Por eso, cual si estuviese en una comarca cuántica donde “tus átomos se convierten en míos y mis átomos se vuelven en los tuyos”, Trump quitó las preferencias arancelarias a 24 países argumentando que “China es vista como un país en desarrollo. India es vista como un país en desarrollo. Nosotros no somos apreciados como un país en desarrollo. En lo que a mi compete, nosotros también somos un país en desarrollo.”
“China es el verdadero enfermo del Asia”
El Wall Street Journal intituló así un articulo que se sumó a miles de mensajes dirigidos a reiterar que China es la gran amenaza para el resto del mundo. Y para lograr este objetivo de la política exterior estadounidense, el coronavirus llegó en un momento muy oportuno para quienes tendrán que hacer campaña electoral con el “peso” de las guerras anunciadas pero no ganadas.
Trump ha estado promoviendo una política económica que se sintetiza en el eslogan “Hacer que América sea Grande Nuevamente” (MAGA). Para lograrlo, él convirtió a la guerra comercial con China en el elemento central para alcanzar una victoria “inmensa” que debía aumentar el empleo, fomentar el predominio científico y recuperar la dignidad nacional.
Para la estrategia MAGA, el año 2019 fue bastante agridulce. Si bien Trump logró mantener aranceles en contra de decenas de productos chinos, los manufactureros y agricultores estadounidenses levantaron sendas quejas por una guerra comercial que les impide traer su propia producción industrial desde China o vender alimentos a los consumidores asiáticos.
Durante décadas, la globalización generó cadenas de producción “deslocalizadas” en las cuales varios eslabones de valor residen fuera de Estados Unidos. Por ejemplo, un taladro Black & Decker podría ser diseñado por ingenieros alemanes, fabricado por chinos con metales extraídos por argelinos y comercializado por canadienses en Boston. Por ello, en un mundo con altos niveles de interdependencia económica, los promotores de la MAGA parecían tener el fracaso asegurado. Solo era cuestión de tiempo antes de que, como hubiera dicho George Orwell, los animales de la granja comiencen a rebelarse contra los sueños autoritarios del gran hombre blanco controlador.
De hecho, apenas unas pocas semanas antes de que el brote de Coronavirus fuese conocido, Estados Unidos coleccionaba más fracasos que victorias en su guerra económica. En una “tregua” pomposamente denominada “la primera fase de un gran acuerdo”, Trump apenas logró restituir aquello que ya existía antes del inicio de sus agresiones, dígase, que los chinos le compren unos USD 50 mil millones en productos agrícolas estadounidenses por año. Y… ¡¡semejante relajo para esto!! ¿Acaso China no hubiese adquirido esa cantidad y mucho más?
Para consolidar una victoria pírrica y mostrar “buena voluntad”, el peor gobierno de la historia (en Estados Unidos) dejó de acusar a China de manipulador monetario. No obstante, ante la fragilidad de los resultados comerciales, Trump continuó presionando y abrió otro frente de conflicto que la prensa denominó “la guerra tecnológica”. Tampoco le sirvió de mucho pues, a pesar de las retaliaciones basadas en supuestos riesgos a la seguridad estadounidense, varios países europeos afirmaron su interés de trabajar con Huawei en la implementación de tecnologías 5G.
Desde adentro y desde afuera de Estados Unidos, las guerras para “Hacer a América Grande Nuevamente” estaban, simplemente, haciendo agua. Y en eso llegó el “Virus de Wuhan”.
El FMI dice que no pasará nada
Fieles a sus viejas metodologías e irrenunciables intereses, los economistas ortodoxos sostienen que la epidemia generada por el coronavirus no tendrá mayores implicaciones. Hasta principios de marzo del 2020, aquellos decían que no pasará nada a pesar de la dislocación de la logística internacional de bienes y servicios, la reducción el precio del petróleo, la sobreoferta de minerales, la caída de las acciones tecnológicas o las pérdidas en los futuros agrícolas.
No pasará nada pues el PIB chino y el PIB global apenas disminuirán en décimas porcentuales. Eso es aquello que nos dicen quienes asumen una visión estática de los procesos económicos y políticos internacionales o, mejor dicho, eso es aquello que nos pregonan quienes no pueden admitir públicamente otra cosa. Si abandonamos esa falsa apariencia de “técnica económica”, sin embargo, las consecuencias si podrían ser mayores pues lo que Trump no logró en la mesa de negociaciones, él podría ganarlo en la mesa de operaciones.
Según lo que el Banco Mundial solía admitir antes sin mayores tapujos, China debía convertirse en la economía más grande del mundo hasta máximo la primera mitad de la actual década. Entre otras cosas, el ascenso económico chino implicaba (e implicará) un severo golpe para las instituciones multilaterales controladas por Estados Unidos, un desplazamiento paulatino del dólar como moneda de reserva internacional, un cambio en la hegemonía de las relaciones comerciales en el mundo y una creciente brecha científica y tecnológica a favor de China.
Para responder a esos desafíos, los combatientes de la MAGA no tendrán armas económicas contundentes contra un país donde más 8 millones de chinos se graduaron de instituciones de educación superior en 2019. No obstante, a pesar de que esta ventaja competitiva dinámica lo resume y lo dice todo, Trump y sus votantes esperan que lo inevitable no suceda. Y el milagro podría sucederles a los creyentes.
Después del coronavirus, otra será la economía política de los flujos transnacionales de capitales, personas, insumos, productos y servicios. Si Usted fuese un jubilado que solía capitalizar sus ahorros a través de la especulación financiera, ¿permitiría que su corredor de bolsa compre acciones de empresas con sede o sucursales en China? Si Usted fuese un científico, un ingeniero, un arquitecto u otro profesional “valioso”, ¿aceptaría un trabajo en China con el riesgo de perder su vida en cualquier momento? Si Usted fuese un político italiano, ¿fomentará entusiastamente la Ruta de la Seda que unirá a China con su país?
Las caídas coyunturales en los precios de activos financieros o reales podrían ser el prolegómeno de una gran transformación estructural a múltiples niveles. Los beneficiarios del coronavirus no serán, ni primaria ni principalmente, las transnacionales farmacéuticas. No es tan simple la historia.
El Imperio Estadounidense, que ha permanecido en guerra 222 de sus 239 años de existencia, acaba de ganar un poco tiempo para imponer su agenda de agresión económica, política y militar contra el resto del mundo… Y todo gracias a una epidemia que Trump dijo que es “otra mentira más” de los demócratas. ¿Sabía Usted eso?