Se produjo lo que era de esperarse: apareció el primer caso documentado de coronavirus en el Ecuador. Una mujer mayor, de setenta años de edad, llegada desde Europa en días pasados, se encuentra en la unidad de cuidados intensivos de un centro médico de Guayaquil, afectada por esta enfermedad.
Las reacciones de diverso tipo y a nivel de todo el país no se hicieron esperar: miedo, sobre todo, incluso en los más recónditos lugares del Ecuador, como si el virus ya estuviera tocando a la puerta de cada casa. Compra desaforada de mascarillas y gel desinfectante en las farmacias. Hasta agotar stock, diríamos. Cada uno corriendo por su vida sin que le importe medio pepino la del resto. Y luego, ya gente andando con la mascarilla puesta, por ejemplo… en Quito. ¿Se entiende?
Otro aspecto de esta reacción es la proliferación de rumores, noticias falsas y premoniciones apocalípticas. La cifra oficial de personas que tuvieron contacto con la señora es de ochenta. Pero ya se oye por ahí: “qué van a ser ochenta, por Dios: solo contando todos los empleados de aeropuertos, todos los que se sentaron a su lado en las salas de preembarque, los que estaban en la misma ciudad, los que estaban en la vereda de enfrente…” ¡Y así! De lo que se deduce que sembrar pánico es una de nuestras actividades favoritas, porque además las redes sociales se inundan de audios de dudosa autenticidad que cuentan su propia versión del caso confirmado de coronavirus en Ecuador.
Después de que la infortunada mujer presentara los primeros síntomas de la enfermedad, sin embargo, es el momento en donde se desata la estupidez humana con mayor virulencia y absurdo: se filtran algunos partes médicos (¿no es confidencial la información sobre cualquier persona enferma?, no se sabe si falsos o verdaderos; gente inescrupulosa e irrespetuosa busca el perfil de redes sociales de la señora en cuestión y se ponen a comentar sus publicaciones en tono agresivo porque… ¡porque está enferma después de haber contraído el coronavirus! ¿Han visto algo más absurdo?
Más allá de las fronteras, el Ecuador siempre ha tenido fama de ser un país de gente generosa y servicial. Mucho se suele hablar de la solidaridad y de la generosidad de sus habitantes. Sin embargo, conductas como la mencionada en el párrafo anterior no solamente que causan dudas al respecto, sino que nos hacen cuestionar sobre el sentido común de la población ecuatoriana en general. Es como insultar a cualquier enfermo o enferma de cualquier trastorno o problema. Y aparte de la total inutilidad de la acción, ¿qué pretenden? ¿Desahogar su miedo a través de comportamientos incalificables, burdos y absurdos?
Uno de los motores del progreso y las grandes gestas de la humanidad ha sido la compasión, esa capacidad de sentir malestar por el sufrimiento ajeno, y el impulso de hacer algo para paliarlo, o por lo menos para acompañar y sostener a quien lo padece. ¿Será que aquí se nos perdió? ¿Cómo la vamos a recuperar? ¿Qué vamos a hacer para que venga en el equipo de las siguientes generaciones y se desarrolle adecuadamente?

Por Editor