El proceso electoral del pasado 24 de marzo constituye una advertencia democrática para el nuevo bloque de poder y el inicio de la recomposición de un frente popular amplio. Hablar de ganadores o perdedores absolutos en términos de actores políticos resulta una discusión estéril en un proceso electoral marcado por la desinformación, el vaciamiento ideológico de las agrupaciones políticas y un Consejo Nacional Electoral parcializado e incompetente.

En este escenario, un análisis meramente numérico que compare la situación electoral de X o Y movimiento en relación a elecciones anteriores no es conclusivo; por la alta fragmentación de liderazgos, las alianzas forjadas al calor de la urgencia electoral y la destrucción orquestada de Alianza País, que hasta las últimas elecciones nacionales se constituía como el principal movimiento político del Ecuador.

Las condiciones políticas actuales obligan a que los resultados electorales se analicen de forma contextualizada en torno a los fines del nuevo bloque de poder, compuesto por Lenín Moreno y su gabinete; el Partido Social Cristiano operando cuidadosamente tras bastidores; los medios de comunicación públicos y privados; grupos empresariales y financieros de la costa y sierra; toda la función de transparencia y control social, compuesta por autoridades transitorias. En definitiva, por los intereses y actores que históricamente han gobernado el país. La naturaleza de esta alianza es meramente coyuntural y tiene un fin específico, acabar con el correísmo, o más bien, con lo que este bloque hegemónico considera que es el correísmo, ¡de allí viene la sorpresa!

El escenario político para estas elecciones fue construido con antelación, su pilar principal fue evitar la participación del correísmo o mermarla. Ciertos elementos fundamentales para lograrlo fueron acabar con Alianza País, no permitir el registro del Movimiento Revolución Ciudadana, evitar el registro de una directiva correísta en el Movimiento MANA, en fin… gran parte de la agenda política de precampaña fue anular al enemigo común, causa compartida por la mayoría de actores políticos y orquestada por el nuevo bloque de poder.

El socialcristianismo prometía ser el gran contendiente de estas elecciones, después de todo era el único partido que mostraba cierto aumento de su credibilidad tras la debacle institucional provocada por Moreno, además tiene la facilidad de gobernar sin ser gobierno. Nebot toma mayor protagonismo y de forma estratégica se desmarca de Moreno, mientras maneja su gabinete a control remoto. La agenda es clara, perfilar a Nebot como un líder nacional; asegurando sus espacios locales históricos, recuperando aquellos que el correísmo había captado en los últimos diez años, pero sobre todo, buscando insertarse en provincias y cantones que le permitan una proyección nacional para las elecciones del 2021.

Con estos fines en mente, la participación del PSC fue un fracaso. Si bien se aseguró la alcaldía de Guayaquil y la prefectura del Guayas, perdió la prefectura de El Oro y la alcaldía de Machala, con Carlos Falquez padre e hijo, ¡sí! heredar cargos es una práctica común para esta tienda política. Lo propio ocurrió con Luis Fernando Torres en Tungurahua, cuyo hijo ocupó su cargo en la Asamblea Nacional tras su candidatura a la alcaldía, en la cual fue derrotado por Javier Altamirano con una diferencia de casi 20 puntos. En Quito, Paola Vintimilla no obtuvo una votación ni cercanamente representativa y la única alcaldía importante que se consiguió en la sierra fue la de Riobamba, mediante una alianza con un movimiento local. El PSC no logró consolidar un espacio importante en la sierra y perdió importantes bastiones en la costa, sale fortalecido como una fuerza local pero insuficiente a nivel nacional y con líderes históricos derrotados.

Ahora, si bien el PSC es el partido que mayor cantidad de alcaldías ha asegurado en estos comicios, la gran mayoría de estas se han logrado mediante alianzas con movimientos locales (34 de un total de 43) según datos del politólogo Matthieu Le Quang, cuyas cifras nos permiten ampliar el análisis. Si bien esto permite que Nebot tenga cierta influencia por fuera de Guayaquil, lo pone a merced de esos liderazgos. La gente votó por sus líderes locales, no necesariamente por Nebot, menos aún por el PSC como partido. Apenas 9 alcaldías se lograron sin alianzas. Considerando que el PSC lleva las riendas del nuevo bloque de poder y que se ha buscado destruir al correísmo por todos los medios, ¿realmente podemos decir que los resultados son positivos para el PSC?

La votación en Quito nos da más luces sobre el tema. Jorge Yunda es el nuevo burgomaestre con un margen muy cerrado respecto de Luisa Maldonado, ex concejal y candidata por el Movimiento Fuerza Compromiso Social, liderado por Rafael Correa. El mismo movimiento será la fuerza mayoritaria en el Concejo Metropolitano, poniendo a 9 de 21 concejales. Paola Pabón del mismo movimiento ocupará la prefectura de Pichincha. En este escenario Yunda deberá plegar a favor del correísmo para garantizar gobernabilidad en el Concejo. De igual manera Leonardo Orlando fue electo como prefecto de Manabí por el mismo movimiento.

Con todas las condiciones en contra, el correísmo logra espacios clave en el escenario de una futura disputa política nacional, gracias a un trabajo popular de base bien focalizado y al liderazgo de Rafael Correa que se mantiene en el centro del debate electoral; en gran medida por el trabajo de sus mismos detractores que no han podido crear una narrativa propositiva que no tenga al ex presidente como elemento central del debate.

Otra evidencia de esto es que quienes fueron sus mayores detractores, “sus perseguidos” no lograron capitalizar políticamente la fama que esta condición auto otorgada les dio. Lourdes Tibán no logró la alcaldía de Salcedo a pesar de haber sido durante un buen tiempo la mimada de la prensa capitalina, Galo Lara obtuvo una votación insignificante para la prefectura de Los Ríos, aún después de que el Tribunal Contencioso Electoral falló contra norma expresa para permitirle participar a pesar de encontrarse cumpliendo sentencia por su participación en el triple asesinato de Quinsaloma. César Montúfar quien hacía homenaje a Galo Lara, tratándolo de “víctima del correísmo” tampoco logró una votación mayoritaria para la alcaldía de Quito. El electorado no se come el papel de “víctimas” y busca propuestas y capacidad de gestión.

Estas elecciones también han sido un triste reflejo de los aspectos más negativos que se encuentran arraigados en el electorado ecuatoriano. En Quito, la victoria de Jorge Yunda generó una serie de comentarios discriminatorios y si bien todos seguramente podemos imaginar a un candidato más adecuado para la función, este tipo de opiniones; lejos de centrarse en su capacidad o incapacidad para administrar la ciudad, reflejan la miopía de una clase política y social que está totalmente distanciada de la realidad de su ciudad y de su electorado.

La clase media quiteña vive una realidad alterna, en gran medida porque se ha acostumbrado a entender la política desde la opinión de los noticieros y esto los ha desconectado de la realidad de su propia ciudad y del país. Esto explica sus sobresaltos y los “sorpresivos resultados” que algunos ciudadanos, analistas y periodistas atribuyen a esos “otros”, a “los ignorantes”.

Sucede que fuera de las redes sociales y los hipercentros de las ciudades existe todo un país, cuyos problemas van más allá de los refugios para animales o las ciclovías, sin restar importancia a ninguna de ambas propuestas. En este otro país hay problemas de alcantarillado, de movilidad, de acceso a servicios básicos y de legalización de tierras, en este otro país el elector quiere votar por alguien que proponga soluciones a esos problemas, alguien por quien puedan sentirse representados.

El voto popular, lejos de ser cuestionado desde una ilusa posición de superioridad moral, debe ser entendido como la esencia de la democracia. Lamentablemente el problema surge cuando se confunde el populismo, el campo popular, el correísmo, el socialismo del siglo XXI, el castrochavismo, el comunismo y cualquier otra cosa que se les pueda ocurrir para nombrar y unificar a esas tendencias políticas con las que “los ecuatorianos de bien” no comulgan. Es así que Pachakutik, lejos de ser una organización política “correísta”, pero sí popular, es el movimiento político que más alcaldías logra en el país por sí solo, 14 alcaldías sin alianzas.

Jorge Yunda, habiéndose separado del correísmo durante el ejercicio de sus funciones de asambleísta, logra llegar a la alcaldía de Quito con un voto mayoritario en el Distrito sur y las parroquias rurales, -por sobre Paco Moncayo, el virtual ganador de las encuestas-, apoyado en gran medida por sus propios medios de comunicación que tienen alta aceptación en sectores populares. Esto también nos demuestra el poder electoral de los medios, que tienen la facilidad de disfrazar candidatos a conveniencia.

Esto es lo que el nuevo bloque de poder no logra entender. El gobierno despide a miles de funcionarios públicos como un golpe al “Estado obeso” del correísmo, mientras la ciudadanía ve un ataque contra el sustento económico de miles de familias. El gobierno ve el financiamiento del Fondo Monetario Internacional como una forma de acabar con el “modelo económico estatista” del correísmo, mientras los votantes ven una amenaza a sus derechos laborales y a la prestación de servicios públicos. El nuevo bloque de poder ataca a los sectores populares, pensando que ataca al correísmo; su baja popularidad y el resurgimiento del correísmo son la única consecuencia posible.  

Los grandes perdedores de esta jornada electoral son aquellas figuras cercanas al gobierno de Moreno, aquellos que han sido útiles y serviles sin ser parte del verdadero poder que los maneja. Un Roldán desencajado pretende explicar los resultados con teorías de conspiración que siempre terminan señalando al ex presidente, mientras Nebot con algo más de inteligencia política se desmarca. Alianza País como organización política está condenada a desaparecer y Moreno se ha convertido en la metáfora política de una enfermedad contagiosa, nadie quiere tenerlo cerca, incluso organizaciones que se han valido de su gobierno para tener cierta participación, como es el caso de Democracia Sí.

La reconfiguración de fuerzas políticas plantea un escenario dividido para los próximos meses, en el que Lenín Moreno ya no tiene ninguna utilidad para las partes involucradas. Las próximas elecciones, de continuar la tónica electoral de estas seccionales, se darán entre un socialcristianismo que buscará a la fuerza y con el apoyo de los poderes fácticos convertirse en una fuerza nacional, contra una fuerza popular en la que el correísmo seguramente ocupará una posición preponderante.

Para ese entonces esperemos contar con un CNE que esté a la altura de las circunstancias y no pretenda cambiar las reglas del juego a pocos días de los comicios, esperamos que por lo menos disimulen su obsecuencia al nuevo bloque de poder. Esperemos sobre todo, que aquel momento político nos encuentre con la memoria suficiente para identificar a los causantes directos e indirectos del caos institucional que vivimos hoy en día y con la lucidez necesaria para entender que más allá de nuestros complejos de realeza, ¡sin poder popular no hay democracia!

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