En los primeros años de mi infancia, solía con gran emoción esperar la llegada de las campañas electorales, pues resultaba alucinante, a esa edad, observar desde la puerta de mi casa las interminables caravanas que cada uno de los candidatos realizaban por mi barrio en la búsqueda de un voto para llegar a dirigir los destinos de la nación. Recuerdo haber coleccionado una innumerable cantidad de esferos, camisetas, libertas o cajas de fósforo con las imágenes de ilustres desconocidos que parecían preocuparse por los problemas de mi comunidad y con efusividad y aplomo prometían cambiar esa realidad si mi familia les “ayudaba con el voto”, lo curioso es que los candidatos no eran mi barrio, parroquia o cantón y con frecuencia cometían errores al momento de su discurso.
Lo raro, era también, que solo los veía cada cuatro años en época electoral, quizá por eso recuerdo con claridad a una vecina que insistentemente, les repetían que “sólo vienen cada cuatro años a buscar el voto” y añadía que “luego ni se acuerdan de los pobres”. Estas frases calaron mucho en mi percepción de la política y quizá fue la razón por la que decidí ser un actor político, por cambiar esta realidad.
Luego, cuando adolescente, recuerdo haber pedido a mi madre que me acompañe a la reunión cantonal de cierto partido político, para la designación de los representantes al entonces Congreso Nacional. Esa fue, la primera experiencia que tuve con el ejercicio de la política, recuerdo haber gritado con entusiasmo y hasta perder la voz, el nombre de un precandidato de mi cantón, Rumiñahui, para el Congreso; era importante aquello, pues significa que por primera vez un sangolquileño podía llegar al parlamento; sin embargo, por más que coreamos su nombre y era mayoritario del apoyo a nuestro candidato, la balanza se inclinó por los postulantes de la capital, al punto que mi cantón no fue considerado ni siquiera para la alternancia en la lista. La frustración fue tan grande, que tuvieron que pasar varios años, quizá hasta mis primeros años de universidad para que encuentre el sentido verdadero de hacer política.
Inicio este análisis con este breve relato, porque es quizá el que mejor define a la forma de hacer y de ver la política que tuvimos muchos de nosotros en años anteriores, donde el elitismo y la consolidación de una clase oligárquica en el poder era el denominador común en la mayoría de organizaciones políticas.
Por eso, hoy donde los medios de comunicación y el gobierno han abarrotado la opinión pública con la intención del Presidente de la República de eliminar los distritos electorales del Código de la Democracia; pretendo poner en la mesa algunos elementos de análisis con la finalidad de contribuir a una mejor comprensión de lo que para la mayor parte de ciudadanos implica una reforma electoral de esta envergadura.
En nuestro país ha sido constante la modificación de las reglas electorales, el año previo a un proceso electoral, ya sea la modificación de las reglas de participación de los candidatos –con un partido político o de forma independiente- o la fórmula de asignación de escaños, lo cierto es que siempre las fuerzas políticas que detentan el poder siempre han buscado cambiar las reglas de juego, para facilitar su ascenso al poder, mejorando sus condiciones de participación. Esta vez, no es la excepción, con la particularidad de que ahora, el tema central es la eliminación de los distritos electorales en las provincias con mayor población.
La vigente Constitución de 2008, para fortalecer el principio de representación electoral, en su artículo 116 desarrolló el concepto de circunscripciones electorales en las provincias con mayor población y en el exterior, como un mecanismo legal que permita una mayor representación de la población en los espacios del gobierno central y de los gobiernos autónomos descentralizados.
Esta disposición constitucional significó una ruptura al sistema electoral tradicional en el Ecuador, puesto que hasta la Constitución de 1998, la selección de candidatos de elección popular respondía a dos criterios: nacionales y provinciales; esta forma de distribución propendía a dos fines: i).- Garantizar una visión centralista del Estado en cuanto a la representación, en tanto y en cuanto la composición del parlamento era mayoritariamente proveniente de las cuatro ciudades más pobladas del país, Quito, Guayaquil, Cuenca y Manabí; ii) permitía el mantenimiento del status quo de las clases oligárquicas del Ecuador en el poder, que paradójicamente se acentuaba en estas ciudades.
Para hacer evidente esta forma “particular” de distribución de los circuitos electorales, tomemos por ejemplo, la provincias de Pichincha en el período electoral 2006, antes de la vigencia de la Constitución de Montecristi. En el caso de Pichincha los catorce legisladores electos pertenecían al sector norte de Quito, lugar de residencia tradicional de la clase alta; es decir, fue nula la participación de candidatos de los cantones restantes de las provincia en el entonces Congreso Nacional.
Fuente: Wikipedia. Aclaro que la página web del CNE no posee los datos de las elecciones 2006 sino a partir del 2013.
La Constitución de 2008, con la modificación de los distritos electorales, planteo un nuevo modelo de representación donde los diversos sectores de la sociedad tengan una representación efectiva en el Parlamento; por ello, dispuso que la norma electoral establezca una forma de delimitación electoral en las provincias mas pobladas que incorpore a todos sus cantones, de modo que, los partidos políticos modifiquen su conducta al momento de la determinación de sus listas para que la representación parlamentaria sea lo más cercana a la composición social de la Provincia; situación similar se lo hizo con los ecuatorianos en el exterior al establecer circunscripciones electorales especiales que permitiera su representación, también en la Asamblea Nacional.
Así, por ejemplo en la composición de la Asamblea Nacional en el período 2009, en Pichincha fue: cuatro legisladores por el Norte de Quito, cinco legisladores por el Sur de Quito, tres por las parroquias rurales de Quito y tres por los Cantones de la provincia.
Fuente: Wikipedia. Aclaro que la página web del CNE no posee los datos de las elecciones 2006 sino a partir del 2013.
La distritalización electoral en las provincias más pobladas y en el exterior significó una ruptura en la concepción elitista de una democracia representativa que desde el surgimiento del Estado Ecuatoriano (1830) legitimó el mantenimiento de las clases oligárquicas en el poder. La incorporación de legisladores, por ejemplo, de los cantones de Pichincha, posibilitó la aprobación de la Ley de Tierras, Ley de Aguas; con la representación del sur de Quito, se promovieron proyectos de ley para barrios en procesos de regularización que por más de treinta años fueron desatendidos; es decir, la producción normativa respondió en mayor medida a la realidad de los territorios.
La nueva composición de la Asamblea Nacional, mejoró la percepción de la ciudadanía respecto de la Asamblea Nacional , anteriormente ampliamente desprestigiada- y de la democracia en sí misma. Según el Informe 2018 de Latinbarómetro, en el período anterior a la Constitución de 2008, sustentada en una democracia representativa y elitista el nivel de confianza en la democracia, por parte de la ciudadanía es bajo; lo contrario ocurre a parir de la expedición de la norma suprema y de un modelo participativo, que incluyó la modificación de los distritos electorales, donde la percepción de la democracia es positiva hasta el año 2017, donde nuevamente se pone en boga reformas legales que debilitan la institucionalidad democrática del Estado, entonces decrece nuevamente la confianza en la democracia.
Por ello, la eliminación de los distritos electorales adquiere importancia, en la media en que aquello implica un proceso de recomposición de las clases oligárquicas y del elitismo ecuatoriano, en su intención de volver a manejar desde el poder, los destinos del país; implica el regreso del neoliberalismo, de los acuerdos bajo la mesa, el retorno de los de “buen nombre” al poder, para legislar en la preservación de sus intereses bajo la etiqueta de la legitimidad que el pueblo les otorga en las urnas.
El mantenimiento de los distritos electorales, es entonces, la defensa de un modelo democrático de representatividad incluyente, la superación del Estado oligárquico y la apuesta de una democracia participativa, de una producción de leyes que respondan a la realidad de una sociedad multicultural; implica la apuesta a una nueva forma de Estado, a una composición heterogénea del parlamento, que acoja las necesidades de la mayor parte de la población.
Creo que la distritalización electoral en Provincias como Pichincha, por ejemplo, ha permitido que mi Cantón, Rumiñahui, desde el 2008, pueda tener una representación en la Asamblea Nacional; me ha permitido servir a mi comunidad como legislador, desde el 2017, a pesar de los aciertos y de los errores que se pueden cometer, ha permitido cambiar la forma de ver nuestras necesidades y nos ha obligado a pensar en los grandes intereses nacionales y no en ciertos sectores minoritarios. Ha sido el aliciente de jóvenes interesados en formarse políticamente, para servir a su comunidad. En consecuencia, la defensa de los distritos es quizá la defensa a una nueva forma de ver la política, a corregir los errores del pasado y la respuesta que buscaba mi vecina hace años: ver un legislador en su barrio, generando normas para su gente. Esa ha sido mi motivación en estos casi tres años de ejercicio de la legislatura.
Por ello, como representante de Rumiñahui en el parlamento, le digo: NO AL
DESPOTISMO, NO A LA VUELTA DE LOS MISMOS.