Álvaro Samaniego
Diario El Telégrafo publicó hace poco un dibujo que, sugerido por algún experto en comunicación, entra en la categoría de “publicaricatura”. Se estrenó un nuevo género periodístico: la promoción a través de un “dibujo satírico en que se deforman las facciones y el aspecto de alguien”, si es que tal pieza periodística hubiera sido una llamada caricatura y se sostuviera la definición de la Real Academia Española de la Lengua.
Es, sin ambages, la presentación de la candidatura de Cynthia Viteri a la alcaldía de Guayaquil, promovida por el actual alcalde, Jaime Nebot. Y apoyada por el medio público de frente, sin tapujos.
Además es un ejemplo aquilatado de posverdad, es decir, de manipulación extrema de la verdad. Cuando un medio de comunicación acepta una postura política sin asomo de vergüenza, está admitiendo que manipula la realidad.
En la caricatura hay un texto atribuido a Jaime Nebot que dice: “Guayaquil necesita a alguien que la quiera como una madre quiere a su hijo…”, y señala a la política Viteri quien, como Nebot, defiende la línea más retrógrada del partidismo más regional que nacional.
En la escena todos están contentos, el alcalde de Guayaquil muestra su dentadura mítica, Cynthia aparece dueña de sí y cinco flechas la señalan. El Telégrafo acepta que la verdad es así, porque no la cuestiona. Asiente el hecho de que no hay ningún guayaquileño que pueda ejercer la alcaldía con mejores resultados, acepta que lo que dice Jaime Nebot es incuestionable. Reduce el horizonte de candidatos a la opción que designe el actual alcalde, cuyo partido ha hegemonizado el poder local por 26 años.
La posverdad, en realidad, es un mecanismo que usan ciertos medios de comunicación (además de partidos políticos, sectas y mafias) para tratar de imponer sus ideales políticos, mediáticos, religiosos. Hay una parte de la verdad que fortalece su narrativa y esa la usan, la otra parte de la verdad se desecha.
Por culpa de esta manera de actuar, el resultado que transmiten quienes dicen hacer periodismo es una práctica política y ya ni siquiera gastan tiempo en desarrollar argumentos sólidos; la única estrategia es la repetición insistente y permanente. Evitar intencionalmente una parte de la verdad es ir en contracorriente del ideal de la comunicación que es acercarse todo lo que sea posible a la verdad.
Ejemplos hay demasiados. Uno de los clásicos es el siguiente: para la prensa, la empresa Odebrecht corrompió hasta la médula al gobierno del Presidente Rafael Correa, sin embargo ni se ha investigado ni se ha dramatizado y peor se ha sentenciado las acciones de esta empresa en los gobiernos de Alfredo Palacio, Lucio Gutiérrez, Gustavo Noboa, Jamil Mahuad, Fabián Alarcón, Abdalá Bucaram, Sixto Durán Ballén y León Febres Cordero. ¿Puede afirmar la prensa que en todos los gobiernos descritos no hubo ningún acto de corrupción promovido por Odebrecht? No lo puede decir porque no ha hecho una investigación a fondo, exhaustiva, detallada. ¿Y no ha investigado porque lo que sucedió en el pasado fue una corrupción aceptable protagonizada por los aliados políticos?
Si la inspiración fuera acercarse a la verdad, se investigaría a Odebrecht durante toda su operación en Ecuador; limitar los actos de corrupción a una frontera temporal es manipular la verdad.
En la tarea diaria del periodismo hay un momento de reflexión que es al mismo tiempo una trampa: el de priorizar la información. Durante la investigación previa que debe anteceder a cualquier construcción periodística se acopian muchos datos y muy variados. El gran enemigo del periodista es el tiempo y el espacio disponible, de manera que debe hacer un ejercicio de priorización de la información. ¿Cuáles son los elementos indispensables para que la nota periodística se acerque lo más posible a la verdad?
Es aquí, que en el trabajo diario no son más que minutos, en el que toda la formación ética de un periodista se destapa, actúa, tamiza. Es cuando se escenifica el conflicto entre la formación personal, la deontología, la línea informativa del medio, las presiones comerciales y políticas, y los intereses personales.
De esa disputa nacerá un producto de comunicación que entrará en la categoría verdad, de posverdad o mentira. En el ejercicio de priorizar la información intervienen factores que prueban el profesionalismo del comunicador: los mediocres sucumben tan rápido como el cambio de luces de un semáforo.
La posverdad tiene más posibilidades de éxito en una sociedad vacua, pero es insostenible. La posverdad rinde réditos con relativa facilidad, pero es antidemocrática. Quienes se ha convertido en fábricas de posverdades denotan, además, harta miseria.
A quien le parezca que esta es una digresión teórica vale recordarle que un millón de iraníes perdieron la vida cuando Estados Unidos usó la posverdad de la existencia de armas de destrucción masiva. Y todos los días las democracias del mundo son golpeadas por oleadas de posverdades, que son vendidas como periodismo.